
Había llegado ya al punto en el que
no quería separarme ni un segundo de Angy.
Desde el domingo me quedaba a dormir
en su apartamento. Me despertaba temprano para hacerle el desayuno e ir a
trabajar, luego regresaba al mío para comer, ducharme y echarme una siesta, y
por la tarde esperaba frente a su portal a que regresase de trabajar.
Ya era miércoles. El anhelo me
hormigueaba la piel y cada vez que veía a una persona acercándose se me
aceleraba el corazón. Desgraciadamente, una de ellas fue la vecina del 5ºA. En
esta ocasión iba acompañada de sus hijos, que debían estar cursando los últimos
años del colegio o los primeros del instituto.
—Buenas tardes —les saludé, haciendo
gala de la educación que me había inculcado mi familia.
La mujer apretó a sus hijos contra
ella mientras me miraba de arriba abajo con desprecio.
—Serán buenas si hoy no realizáis
vuestros ritos satánicos en el salón.
—¿Ritos... satánicos? —Intenté
contener mi risa.
—Y menos aún en horario infantil. De
lo contrario, me veré obligada a llamar a la policía.
Precisamente para evitar ese tipo de
problemas con mis vecinos había aislado todas las habitaciones de mi apartamento
durante la reforma. De todas formas, aquellos días Angy y yo habíamos practicado
sexo bastante «vainilla» en su dormitorio, que no compartía paredes con su
vecina, así que no entendía por qué se quejaba.
—No se preocupe. Realizaremos
nuestros... ritos satánicos en la mazmorra. Además, pretendemos invocar a otro
demonio, no a usted.
La mujer boqueó como un pez fuera
del agua, entre sorprendida e indignada.
—¡Vamos niños! —Abrió la puerta con
ímpetu. Luego añadió para sí misma, aunque estoy seguro de que la escuchase—:
En esta comunidad no deberían aceptarse perros callejeros.
Estuve a punto de ladrarle, pero me
limité a sonreír y a enseñarle los dientes pasivo-agresivamente mientras
desaparecía de mi vista.
Joder, no debería dejar que me
afectasen tanto los comentarios de ese tipo de personas... Para intentar
calmarme me dispuse a seguir leyendo el webcómic que, irónicamente, iba de
brujas y demonios.
Varios capítulos después, una voz me
arrancó de la lectura.
—¿Eric?
—¡Angy!
Nos besamos dulcemente a modo de
saludo.
—¿Estabas leyendo el webcómic que te
recomendé? —me preguntó con su mirada azul llena de ilusión.
—Sí, ya llevo más de la mitad y me
está encantando.
—¡Ay, me alegro mucho! ¿Qué te
parecen los protagonistas?
Mientras subíamos a su apartamento
charlamos animadamente sobre los personajes y la historia.
—Confieso que las escenas de sexo me
ponen mucho —le comenté.
Nos habíamos acomodado en la cocina
para merendar.
—¿Incluso el ero guro y el monster-fuck?
—me tanteó con una sonrisa pícara.
—Sí, incluso eso.
—Cuando está llevada bien la escena,
con... sensibilidad y gusto estético, la combinación es genial. Como en las
películas de Guillermo del Toro.
—Ya... Pregunta importante —impuse
el tono exagerado de las entrevistas—: ¿Te gustaría follar con un demonio o un
licántropo como en el webcómic?
Angy se echó a reír, pero no me pasó
desapercibido el rubor de sus mejillas.
—Quizás. Sí, puede ser... Pero en la
vida real es complicado.
Se me ocurrió una manera de hacerlo
realidad, pero me la callé por si podía utilizarla como una sorpresa en otra
ocasión.
—Una vez conocí a un chico furro
—comentó entonces Angy—. O sea, literalmente se había creado un alter ego que era un zorro antropomórfico.
—¿Y cómo lo conociste?
—Me lo presentó de Jessica. Mi amiga supuso
que como ambos teníamos kinks, podríamos encajar. —Puso los ojos en
blanco—. A decir verdad, él era un chico muy agradable. Tuvimos varias citas y
nos acostamos varias veces, pero definitivamente no encajábamos. Yo buscaba una
relación de BDSM estable y él buscaba a otra fursona, específicamente a
otra zorrita con la que pasar el resto de su vida. ¿Sabes? Incluso me regaló
unas orejas y una cola.
Me incliné hacia delante, mostrándole que había captado toda mi atención.
—Dime que las tienes guardadas en
este apartamento, por favor.
Angy alzó las cejas, sorprendida.
—Pensaba que no te iban los furros.
—Y no me van. Pero estoy seguro de
que tú me pondrás igualmente.
Lo sopesó durante unos segundos.
—Hum... Está bien. Pero primero terminamos
de merendar.
Me comí la macedonia y el yogur a la
velocidad de la luz. Sin embargo, Angy se tomó su tiempo, dedicándome una
expresión divertida.
—Me voy a duchar y a... prepararme
—anunció, por fin. Aún estaba vestida con la ropa que solía llevar a la
oficina—. Espérame en el salón. No sé cuánto tardaré, así que puedes encender
la tele para entretenerte.
Le obedecí y me acomodé en el sofá. Me
dediqué a hacer zapping hasta que encontré un programa de cocina que
solía ver con mi madre y gracias al que había conseguido más de una receta. Lo
que más nos divertía era cuando la chef decía: «¡Y ahora le echamos una
pizquita de sal!» y echaba un puñado, o: «Ponemos en la sartén una chorradita
de aceite» y vertía media botella. En aquel momento estaba enseñando a preparar
berenjenas rellenas con carne, pimiento, cebolla y queso. ¡Tenían pintaza!
Luego pasó a las recetas internacionales: moussaka griega y baba ganush
árabe; estaba claro quién era la protagonista de la tarde.
El programa acabó. La ducha había
dejado de oírse, pero Angy aún no había aparecido. Volví a hacer zapping y
me detuve en un programa de reformas. Gracias a mi experiencia en el sector, no
sólo me gustaba ver el antes y el después, sino el durante.
Cómo desplazaban tabiques para crear nuevas estancias, cómo rehabilitaban la
fontanería y la electricidad, cómo abrían o cerraban ventanas para que hubiera
más luz, qué materiales utilizaban... Aquella era parecida a la casa de Gina,
con tres plantas de altura, porche, garaje adosado y un gran jardín. A mí me
parecía una casa excesivamente grande incluso para cuatro personas. Quizás al
cabo de veinte años, cuando ya hubiera terminado de pagar la hipoteca, me podría
plantear comprar un terreno y construir una casa de una sola planta, sin vecinos impertinentes alrededor, afín a mis
necesidades y gustos... y a los de la persona con la que compartiera mi vida.
—¡Eric, ya puedes venir al
dormitorio!
Apagué rápidamente la televisión y
acudí a la llamada de lo salvaje.
Angy estaba sentada de rodillas
sobre el colchón. Se había vestido con un conjunto negro de encaje, sencillo pero
muy sensual. Su media melena negra contrastaba con las grandes orejas rosas que
la coronaban. Alrededor de su cuello mostraba un nuevo collar, provisto de
enganches con forma de corazón y cadenitas. Para atribuirse rasgos felinos, se
había delineado los ojos y sombreado la punta de la nariz, el filtrum y
los labios.
Mi cuerpo reaccionó al instante y
Angy sonrió al darse cuenta.
—¿Te gusta?
—Eres la zorrita más hermosa que he visto jamás.
Me incliné hacia ella y la besé con
suavidad para no arruinarle el maquillaje.
—¿Tienes ganas de ir de acampada
este fin de semana?
—Sí, muchas.
Deslicé mis manos por sus pechos,
notando sus pezones duros a través de la tela.
—Yo también tengo muchas ganas de
cambiar un poco de aires... y de follar en plena naturaleza, como animales.
Angy gimió cuando colé mi mano
derecha entre sus piernas. Descubrí que la braguita era abierta, permitiendo
que la larga y esponjosa cola rosa sobresaliera de entre sus nalgas y que su
sexo quedase al alcance de mis dedos. Me incliné un poco más para poder penetrarla
con el índice y el dedo corazón, y noté...
—¿Es una joya anal?
—Sí. Es parecida a la otra, pero en
vez de una amatista, tiene una cola.
—Qué fantasía...
Manteniéndome de pie, masturbé a
Angy mientras le agarraba el culo; sus nalgas aún presentaban moratones debido
a la sesión de spanking con la paleta, si bien los verdugones ya habían
desaparecido. También le acaricié la cola, dándole tironcitos de vez en cuando.
—¡Cuida, Eric! Estoy muy dilatada y
se puede salir... —me avisó.
—Pues céntrate en que eso no ocurra,
zorrita.
Sus piernas dobladas temblaban de
placer, y basculaba las caderas al son de mis dedos.
—Buena zorrita... —le susurré a la
altura de las orejas rosas—. ¿Te vas a correr para mí?
—S-sí...
—Muy bien... —Aceleré el ritmo—.
Córrete para mí, zorrita...
Angy se abrazó a mi cuello y el squirt
estalló contra mi mano.
—Ahora, ponte a
cuatro patas como una buena zorrita.
En el lapso que invertí en
desnudarme y ponerme un condón, Angy se había recolocado en el borde del
colchón y se arqueaba provocativamente como si fuera una gata estirándose; la cola
caía entre sus nalgas, paralela a sus muslos, por lo que tapaba su sexo. El
gesto de apartarla hacia arriba, depositándola sobre su propia espalda, despertó
mis instintos más primarios.
Deslicé mi polla arriba y abajo por
su sexo mojado antes de penetrarla tan profundamente que me topé con su cérvix.
—¡Oh! —Angy se tensó e hizo ademán
de incorporarse.
Para impedírselo, me incliné hacia
delante y empujé sus hombros hacia abajo con firmeza.
—Shhh, voy a ir despacio para que te
acostumbres, ¿de acuerdo? Si es demasiado di tu palabra de seguridad...
Pero en vez de “luna”, Angy dijo:
—Fóllame como a una zorra.
¡Lo que cambiaba el uso de un diminutivo!
Así que lo hice. La embestí una y
otra vez en aquel preciso ángulo, con fuerza, como si quisiera atravesar su
útero, llegar hasta el piercing de su obligo, partir su cuerpo en dos, arrancándonos
mutuamente gemidos guturales de placer. Sumándole que la notaba más estrecha
por la joya anal, pronto empecé a tener ganas de correrme.
—Vamos, zorra... Quiero que te corras
al mismo tiempo que yo...
Aunque le gustase la sensación,
obviamente su cérvix no era el punto G. Viajé con mi mano derecha desde sus
hombros hasta su sexo, y con la punta de los dedos tracé círculos contra su
abultado clítoris mientras seguía clavándome profundamente en su interior. Sus
muslos comenzaron a temblar...
—Buena zorrita...
Cada vez que llegaba hasta el fondo paraba
unos segundos para mantener a raya mi orgasmo, y sólo cuando comencé a notar
las contracciones de su coño, me dejé llevar.
—¡Ha sido increíble! —Exclamó Angy,
tumbándose en una zona de la colcha que no estuviera mojada.
—Me alegro de que te haya gustado. —Anudé el condón y lo comprobé antes de colocarlo dentro de su envoltorio—.
¿Otra ronda?
Angy sacudió la cabeza, sonriente.
—Mejor la dejamos para la noche. ¿Quieres
que me quite las orejas y la cola?
—Como estés más cómoda tú. Me gusta
mucho tu fursona, pero tú me gustas más.
Angy se ruborizó intensamente, por lo que su piel
adquirió el mismo color que su pelaje de zorrita.
***
El jueves me vi de nuevo atravesando
la entrada acristalada de la clínica. En el recibidor me atendió el mismo
recepcionista que la última vez, sonriéndome con timidez y un intenso rubor cubriéndole
las mejillas.
—Puede subir a la sala de espera de
la segunda planta —murmuró mientras me tendía mi carpeta—. En unos minutos le
atenderá el Doctor Richard.
—De acuerdo, muchas gracias.
Desgraciadamente, aquella tarde la
sala de espera estaba abarrotada de gente, así que me mantuve de pie en una
esquina. Picado por la curiosidad, abrí la carpeta y me entretuve leyendo los
papeles que contenía. El primero de ellos era el informe de la primera cita:
Compañía: privado
Nombre: Eric
Ardelean
Fecha de nacimiento: 03/07/1994
Edad: 27 años
Hijos: sin hijos
Profesión:
albañil
Hábitos: no fumador, abstemio
Antecedentes: sin interés
Familiares: madre
ictus 2007
Episodio actual: deseo de infertilidad
Examen inicial: correcto
Pedir:
análisis de sangre y prueba de coagulación
El lunes al medio día me habían llegado los resultados del análisis, un conjunto de palabras técnicas y cifras que no llegaba a entender, por lo que estaba expectante de lo que me fuera a decir el doctor.
Paulatinamente la sala se fue
vaciando y pude tomar asiento. Intercambié mensajes con Angy para encontrarnos más tarde en Skeleton
Moon, así como con mi hermana, que estaba pendiente de mi cita médica.
Tras más de una hora de espera, por
fin me llamaron.
—Buenas tardes, Señor Ardelean.
—Buenas tardes, Doctor Richard.
Nos estrechamos la mano. El doctor era
un hombre más bajito que yo, enjuto y con el pelo canoso. Rondaba los setenta
años, pero conservada una mirada lúcida y sus gestos eran precisos, demostrando
una profesionalidad que no sólo la daba la experiencia, sino también el
carácter.
—Veamos esos resultados... —Asintió
para sí mismo mientras los leía—. Está todo perfecto. ¿El martes de la semana
que viene le parece bien?
—¿El qué?
—La intervención. —Sonrió—.
Concentramos las cirugías los martes por la mañana en el Hospital Norte del
Sector 13.
—Ehm... Sí. Sí, claro, me parece
perfecto.
Después de los obstáculos que me
habían presentado en el centro público de especialidades, no me esperaba que
fueran a operarme tan pronto.
—Tendrá que acudir en ayunas y con
la zona completamente depilada.
Me apunté mentalmente pedir una cita
urgente para el lunes en mi centro estético de confianza.
—También tendrá que rellenar el
siguiente documento de consentimiento informado. —Leyó en voz alta—: «El
procedimiento será una vasectomía bilateral con la que se pretende la
esterilización. Su realización puede ser filmada con fines científicos o
didácticos. La vasectomía se practica con la idea de perpetuidad, pero es
posible reconstruir la continuidad del deferente, en determinadas
circunstancias, y sin totales garantías de éxito.
»A pesar de la adecuada elección de
la técnica y de su correcta realización pueden presentarse efectos adversos,
tanto comunes como complicaciones generales y locales como shock anafiláctico
por la anestesia local, infección o sangrado de las heridas, cicatrización
anómala, ocasional dolorimiento testicular, inflamación e infección que pudiera
derivar en la necesidad de extirpación del testículo.
El listado me provocó escalofríos,
pero no tantos como la idea de tener hijos.
—«Tras la intervención los
espermatozoides van disminuyendo poco a poco, por lo tanto se sigue siendo
fértil. Se debe emplear un método anticonceptivo seguro hasta que se realice un
espermiograma de control que demuestre la azoospermia...»
Cuando terminó, me permitió que
releyera el documento tranquilamente por mi cuenta y finalmente me preguntó:
—¿Alguna duda, Señor Ardelean?
—Ninguna.
Firmé, firmó, y me entregó una
copia.
—Recuerde que el martes deberá venir
con un acompañante. Puede ser representante legal, familiar o allegado.
—Me acompañará mi hermana, que
también es mi representante legal.
—Fabuloso. Es una intervención muy
rápida y sencilla. La mayoría de las personas pueden hacer vida perfectamente
normal al día siguiente, pero debido a su profesión tendrá que pedirle a su
médico de cabecera que le conceda una baja de al menos una semana, que es
cuando le haré la primera revisión postoperatoria. Si le entrega este
justificante debería ser suficiente.
—¿Y la revisión?
—Puede pedirla ya en recepción. Respecto
al pago, ahora mismo le prepararán las facturas correspondientes por la
intervención, la anestesia y el seguimiento. La sala de cirugía la pagará en el
centro el mismo día de la intervención.
Una vez más, me jodió que no me
permitieran hacer el procedimiento a través de la seguridad social.
—Esto es todo por hoy, Señor
Ardelean. —Se levantó para acompañarme a la salida de su consulta—. Que tenga
un buen fin de semana y nos vemos el martes.
—Muchas gracias, Doctor Richard —Nos
estrechamos de nuevo las manos—. Igualmente.
Tras realizar los trámites
pertinentes en la recepción, salí de la clínica sintiéndome como en una nube.
«Es mi cuerpo. Son mi
libertad y mis derechos.»
Estaba claro que no debía esperar
más allá del fin de semana para contarle mi decisión a Angy. Ella aún no me
había comentado nada sobre si deseaba o no ser madre, pero estaba claro que
nuestras decisiones personales iban a repercutir en el futuro de nuestra
relación.
Bueno, aunque el episodio es más corto, es intenso, he de decir que muchos términos los desconozco totalmente. La escena de la vecina es total, sobre todo cuando le dice " lo de los ritos satánicos " jajajajaj.
ResponderEliminarNo cabe duda que ese final va a marcar un antes y un después en la relación que mantienen ambos, todo dependerá del deseo de ser madre , esperaremos al otro capítulo.
El intermedio del capítulo, sin cometarios , es mejor imaginar ajja.
Gracias, Dafne, un besito y muy feliz semana.
Suelen existir esas vecinas odiosas.
ResponderEliminarMuy intensa Angy como fupersona.
Hay que tener cierta valentía para una decisíón como, teniendo en cuenta los riesgos mencionados en el consentimiento.
Besos.