Capítulo 16. Furros y decisiones

 
  Título: Eric, letras con forma de alas en los laterales. Color negro con sombras rosas y verdes.
Había llegado ya al punto en el que no quería separarme ni un segundo de Angy.
Desde el domingo me quedaba a dormir en su apartamento. Me despertaba temprano para hacerle el desayuno e ir a trabajar, luego regresaba al mío para comer, ducharme y echarme una siesta, y por la tarde esperaba frente a su portal a que regresase de trabajar.
Ya era miércoles. El anhelo me hormigueaba la piel y cada vez que veía a una persona acercándose se me aceleraba el corazón. Desgraciadamente, una de ellas fue la vecina del 5ºA. En esta ocasión iba acompañada de sus hijos, que debían estar cursando los últimos años del colegio o los primeros del instituto.
—Buenas tardes —les saludé, haciendo gala de la educación que me había inculcado mi familia.
La mujer apretó a sus hijos contra ella mientras me miraba de arriba abajo con desprecio.
—Serán buenas si hoy no realizáis vuestros ritos satánicos en el salón.
—¿Ritos... satánicos? —Intenté contener mi risa.
—Y menos aún en horario infantil. De lo contrario, me veré obligada a llamar a la policía.
Precisamente para evitar ese tipo de problemas con mis vecinos había aislado todas las habitaciones de mi apartamento durante la reforma. De todas formas, aquellos días Angy y yo habíamos practicado sexo bastante «vainilla» en su dormitorio, que no compartía paredes con su vecina, así que no entendía por qué se quejaba.
—No se preocupe. Realizaremos nuestros... ritos satánicos en la mazmorra. Además, pretendemos invocar a otro demonio, no a usted.
La mujer boqueó como un pez fuera del agua, entre sorprendida e indignada.
—¡Vamos niños! —Abrió la puerta con ímpetu. Luego añadió para sí misma, aunque estoy seguro de que la escuchase—: En esta comunidad no deberían aceptarse perros callejeros.
Estuve a punto de ladrarle, pero me limité a sonreír y a enseñarle los dientes pasivo-agresivamente mientras desaparecía de mi vista.
Joder, no debería dejar que me afectasen tanto los comentarios de ese tipo de personas... Para intentar calmarme me dispuse a seguir leyendo el webcómic que, irónicamente, iba de brujas y demonios.
Varios capítulos después, una voz me arrancó de la lectura.
—¿Eric?
—¡Angy!
Nos besamos dulcemente a modo de saludo.
—¿Estabas leyendo el webcómic que te recomendé? —me preguntó con su mirada azul llena de ilusión.
—Sí, ya llevo más de la mitad y me está encantando.
—¡Ay, me alegro mucho! ¿Qué te parecen los protagonistas?
Mientras subíamos a su apartamento charlamos animadamente sobre los personajes y la historia.
—Confieso que las escenas de sexo me ponen mucho —le comenté.
Nos habíamos acomodado en la cocina para merendar.
—¿Incluso el ero guro y el monster-fuck? —me tanteó con una sonrisa pícara.
—Sí, incluso eso.
—Cuando está llevada bien la escena, con... sensibilidad y gusto estético, la combinación es genial. Como en las películas de Guillermo del Toro.
—Ya... Pregunta importante —impuse el tono exagerado de las entrevistas—: ¿Te gustaría follar con un demonio o un licántropo como en el webcómic?
Angy se echó a reír, pero no me pasó desapercibido el rubor de sus mejillas.
—Quizás. Sí, puede ser... Pero en la vida real es complicado.
Se me ocurrió una manera de hacerlo realidad, pero me la callé por si podía utilizarla como una sorpresa en otra ocasión.
—Una vez conocí a un chico furro —comentó entonces Angy—. O sea, literalmente se había creado un alter ego que era un zorro antropomórfico.
—¿Y cómo lo conociste?
—Me lo presentó de Jessica. Mi amiga supuso que como ambos teníamos kinks, podríamos encajar. —Puso los ojos en blanco—. A decir verdad, él era un chico muy agradable. Tuvimos varias citas y nos acostamos varias veces, pero definitivamente no encajábamos. Yo buscaba una relación de BDSM estable y él buscaba a otra fursona, específicamente a otra zorrita con la que pasar el resto de su vida. ¿Sabes? Incluso me regaló unas orejas y una cola.
Me incliné hacia delante, mostrándole que había captado toda mi atención.
—Dime que las tienes guardadas en este apartamento, por favor.
Angy alzó las cejas, sorprendida.
—Pensaba que no te iban los furros.
—Y no me van. Pero estoy seguro de que tú me pondrás igualmente.
Lo sopesó durante unos segundos.
—Hum... Está bien. Pero primero terminamos de merendar.
Me comí la macedonia y el yogur a la velocidad de la luz. Sin embargo, Angy se tomó su tiempo, dedicándome una expresión divertida.
—Me voy a duchar y a... prepararme —anunció, por fin. Aún estaba vestida con la ropa que solía llevar a la oficina—. Espérame en el salón. No sé cuánto tardaré, así que puedes encender la tele para entretenerte.
Le obedecí y me acomodé en el sofá. Me dediqué a hacer zapping hasta que encontré un programa de cocina que solía ver con mi madre y gracias al que había conseguido más de una receta. Lo que más nos divertía era cuando la chef decía: «¡Y ahora le echamos una pizquita de sal!» y echaba un puñado, o: «Ponemos en la sartén una chorradita de aceite» y vertía media botella. En aquel momento estaba enseñando a preparar berenjenas rellenas con carne, pimiento, cebolla y queso. ¡Tenían pintaza! Luego pasó a las recetas internacionales: moussaka griega y baba ganush árabe; estaba claro quién era la protagonista de la tarde.
El programa acabó. La ducha había dejado de oírse, pero Angy aún no había aparecido. Volví a hacer zapping y me detuve en un programa de reformas. Gracias a mi experiencia en el sector, no sólo me gustaba ver el antes y el después, sino el durante. Cómo desplazaban tabiques para crear nuevas estancias, cómo rehabilitaban la fontanería y la electricidad, cómo abrían o cerraban ventanas para que hubiera más luz, qué materiales utilizaban... Aquella era parecida a la casa de Gina, con tres plantas de altura, porche, garaje adosado y un gran jardín. A mí me parecía una casa excesivamente grande incluso para cuatro personas. Quizás al cabo de veinte años, cuando ya hubiera terminado de pagar la hipoteca, me podría plantear comprar un terreno y construir una casa de una sola planta, sin vecinos impertinentes alrededor, afín a mis necesidades y gustos... y a los de la persona con la que compartiera mi vida.
—¡Eric, ya puedes venir al dormitorio!
Apagué rápidamente la televisión y acudí a la llamada de lo salvaje.
Angy estaba sentada de rodillas sobre el colchón. Se había vestido con un conjunto negro de encaje, sencillo pero muy sensual. Su media melena negra contrastaba con las grandes orejas rosas que la coronaban. Alrededor de su cuello mostraba un nuevo collar, provisto de enganches con forma de corazón y cadenitas. Para atribuirse rasgos felinos, se había delineado los ojos y sombreado la punta de la nariz, el filtrum y los labios.
Mi cuerpo reaccionó al instante y Angy sonrió al darse cuenta.
—¿Te gusta?
—Eres la zorrita más hermosa que he visto jamás.
Me incliné hacia ella y la besé con suavidad para no arruinarle el maquillaje.
—¿Tienes ganas de ir de acampada este fin de semana?
—Sí, muchas.
Deslicé mis manos por sus pechos, notando sus pezones duros a través de la tela.
—Yo también tengo muchas ganas de cambiar un poco de aires... y de follar en plena naturaleza, como animales.
Angy gimió cuando colé mi mano derecha entre sus piernas. Descubrí que la braguita era abierta, permitiendo que la larga y esponjosa cola rosa sobresaliera de entre sus nalgas y que su sexo quedase al alcance de mis dedos. Me incliné un poco más para poder penetrarla con el índice y el dedo corazón, y noté...
—¿Es una joya anal?
—Sí. Es parecida a la otra, pero en vez de una amatista, tiene una cola.
—Qué fantasía...
Manteniéndome de pie, masturbé a Angy mientras le agarraba el culo; sus nalgas aún presentaban moratones debido a la sesión de spanking con la paleta, si bien los verdugones ya habían desaparecido. También le acaricié la cola, dándole tironcitos de vez en cuando.
—¡Cuida, Eric! Estoy muy dilatada y se puede salir... —me avisó.
—Pues céntrate en que eso no ocurra, zorrita.
Sus piernas dobladas temblaban de placer, y basculaba las caderas al son de mis dedos.
—Buena zorrita... —le susurré a la altura de las orejas rosas—. ¿Te vas a correr para mí?
—S-sí...
—Muy bien... —Aceleré el ritmo—. Córrete para mí, zorrita...
Angy se abrazó a mi cuello y el squirt estalló contra mi mano.
—Ahora, ponte a cuatro patas como una buena zorrita.
En el lapso que invertí en desnudarme y ponerme un condón, Angy se había recolocado en el borde del colchón y se arqueaba provocativamente como si fuera una gata estirándose; la cola caía entre sus nalgas, paralela a sus muslos, por lo que tapaba su sexo. El gesto de apartarla hacia arriba, depositándola sobre su propia espalda, despertó mis instintos más primarios.
Deslicé mi polla arriba y abajo por su sexo mojado antes de penetrarla tan profundamente que me topé con su cérvix.
—¡Oh! —Angy se tensó e hizo ademán de incorporarse.
Para impedírselo, me incliné hacia delante y empujé sus hombros hacia abajo con firmeza.
—Shhh, voy a ir despacio para que te acostumbres, ¿de acuerdo? Si es demasiado di tu palabra de seguridad...
Pero en vez de “luna”, Angy dijo:
—Fóllame como a una zorra.
¡Lo que cambiaba el uso de un diminutivo!
Así que lo hice. La embestí una y otra vez en aquel preciso ángulo, con fuerza, como si quisiera atravesar su útero, llegar hasta el piercing de su obligo, partir su cuerpo en dos, arrancándonos mutuamente gemidos guturales de placer. Sumándole que la notaba más estrecha por la joya anal, pronto empecé a tener ganas de correrme.
—Vamos, zorra... Quiero que te corras al mismo tiempo que yo...
Aunque le gustase la sensación, obviamente su cérvix no era el punto G. Viajé con mi mano derecha desde sus hombros hasta su sexo, y con la punta de los dedos tracé círculos contra su abultado clítoris mientras seguía clavándome profundamente en su interior. Sus muslos comenzaron a temblar...
—Buena zorrita...
Cada vez que llegaba hasta el fondo paraba unos segundos para mantener a raya mi orgasmo, y sólo cuando comencé a notar las contracciones de su coño, me dejé llevar.
—¡Ha sido increíble! —Exclamó Angy, tumbándose en una zona de la colcha que no estuviera mojada.
—Me alegro de que te haya gustado. —Anudé el condón y lo comprobé antes de colocarlo dentro de su envoltorio—. ¿Otra ronda?
Angy sacudió la cabeza, sonriente.
—Mejor la dejamos para la noche. ¿Quieres que me quite las orejas y la cola?
—Como estés más cómoda tú. Me gusta mucho tu fursona, pero tú me gustas más.
Angy se ruborizó intensamente, por lo que su piel adquirió el mismo color que su pelaje de zorrita.
 
***
 
El jueves me vi de nuevo atravesando la entrada acristalada de la clínica. En el recibidor me atendió el mismo recepcionista que la última vez, sonriéndome con timidez y un intenso rubor cubriéndole las mejillas.
—Puede subir a la sala de espera de la segunda planta —murmuró mientras me tendía mi carpeta—. En unos minutos le atenderá el Doctor Richard.
—De acuerdo, muchas gracias.
Desgraciadamente, aquella tarde la sala de espera estaba abarrotada de gente, así que me mantuve de pie en una esquina. Picado por la curiosidad, abrí la carpeta y me entretuve leyendo los papeles que contenía. El primero de ellos era el informe de la primera cita:

Compañía: privado

Nombre: Eric Ardelean
Fecha de nacimiento: 03/07/1994
Edad: 27 años
Hijos: sin hijos
Profesión: albañil
Hábitos: no fumador, abstemio
Antecedentes: sin interés
Familiares: madre ictus 2007
Episodio actual: deseo de infertilidad
Examen inicial: correcto
Pedir: análisis de sangre y prueba de coagulación

El lunes al medio día me habían llegado los resultados del análisis, un conjunto de palabras técnicas y cifras que no llegaba a entender, por lo que estaba expectante de lo que me fuera a decir el doctor.

Paulatinamente la sala se fue vaciando y pude tomar asiento. Intercambié mensajes con Angy para encontrarnos más tarde en Skeleton Moon, así como con mi hermana, que estaba pendiente de mi cita médica.
Tras más de una hora de espera, por fin me llamaron.
—Buenas tardes, Señor Ardelean.
—Buenas tardes, Doctor Richard.
Nos estrechamos la mano. El doctor era un hombre más bajito que yo, enjuto y con el pelo canoso. Rondaba los setenta años, pero conservada una mirada lúcida y sus gestos eran precisos, demostrando una profesionalidad que no sólo la daba la experiencia, sino también el carácter.
—Veamos esos resultados... —Asintió para sí mismo mientras los leía—. Está todo perfecto. ¿El martes de la semana que viene le parece bien?
—¿El qué?
—La intervención. —Sonrió—. Concentramos las cirugías los martes por la mañana en el Hospital Norte del Sector 13.
—Ehm... Sí. Sí, claro, me parece perfecto.
Después de los obstáculos que me habían presentado en el centro público de especialidades, no me esperaba que fueran a operarme tan pronto.
—Tendrá que acudir en ayunas y con la zona completamente depilada.
Me apunté mentalmente pedir una cita urgente para el lunes en mi centro estético de confianza.
—También tendrá que rellenar el siguiente documento de consentimiento informado. —Leyó en voz alta—: «El procedimiento será una vasectomía bilateral con la que se pretende la esterilización. Su realización puede ser filmada con fines científicos o didácticos. La vasectomía se practica con la idea de perpetuidad, pero es posible reconstruir la continuidad del deferente, en determinadas circunstancias, y sin totales garantías de éxito.
»A pesar de la adecuada elección de la técnica y de su correcta realización pueden presentarse efectos adversos, tanto comunes como complicaciones generales y locales como shock anafiláctico por la anestesia local, infección o sangrado de las heridas, cicatrización anómala, ocasional dolorimiento testicular, inflamación e infección que pudiera derivar en la necesidad de extirpación del testículo.
El listado me provocó escalofríos, pero no tantos como la idea de tener hijos.
—«Tras la intervención los espermatozoides van disminuyendo poco a poco, por lo tanto se sigue siendo fértil. Se debe emplear un método anticonceptivo seguro hasta que se realice un espermiograma de control que demuestre la azoospermia...»
Cuando terminó, me permitió que releyera el documento tranquilamente por mi cuenta y finalmente me preguntó:
—¿Alguna duda, Señor Ardelean?
—Ninguna.
Firmé, firmó, y me entregó una copia.
—Recuerde que el martes deberá venir con un acompañante. Puede ser representante legal, familiar o allegado.
—Me acompañará mi hermana, que también es mi representante legal.
—Fabuloso. Es una intervención muy rápida y sencilla. La mayoría de las personas pueden hacer vida perfectamente normal al día siguiente, pero debido a su profesión tendrá que pedirle a su médico de cabecera que le conceda una baja de al menos una semana, que es cuando le haré la primera revisión postoperatoria. Si le entrega este justificante debería ser suficiente.
—¿Y la revisión?
—Puede pedirla ya en recepción. Respecto al pago, ahora mismo le prepararán las facturas correspondientes por la intervención, la anestesia y el seguimiento. La sala de cirugía la pagará en el centro el mismo día de la intervención.
Una vez más, me jodió que no me permitieran hacer el procedimiento a través de la seguridad social.
—Esto es todo por hoy, Señor Ardelean. —Se levantó para acompañarme a la salida de su consulta—. Que tenga un buen fin de semana y nos vemos el martes.
—Muchas gracias, Doctor Richard —Nos estrechamos de nuevo las manos—. Igualmente.
Tras realizar los trámites pertinentes en la recepción, salí de la clínica sintiéndome como en una nube.
«Es mi cuerpo. Son mi libertad y mis derechos.»
Estaba claro que no debía esperar más allá del fin de semana para contarle mi decisión a Angy. Ella aún no me había comentado nada sobre si deseaba o no ser madre, pero estaba claro que nuestras decisiones personales iban a repercutir en el futuro de nuestra relación.




2 comentarios:

  1. Bueno, aunque el episodio es más corto, es intenso, he de decir que muchos términos los desconozco totalmente. La escena de la vecina es total, sobre todo cuando le dice " lo de los ritos satánicos " jajajajaj.
    No cabe duda que ese final va a marcar un antes y un después en la relación que mantienen ambos, todo dependerá del deseo de ser madre , esperaremos al otro capítulo.
    El intermedio del capítulo, sin cometarios , es mejor imaginar ajja.
    Gracias, Dafne, un besito y muy feliz semana.

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  2. Suelen existir esas vecinas odiosas.
    Muy intensa Angy como fupersona.
    Hay que tener cierta valentía para una decisíón como, teniendo en cuenta los riesgos mencionados en el consentimiento.
    Besos.

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