
—Angy, despierta. Hey, Angy...
Abrí los ojos con lentitud,
adormilada. Rendijas de luz atravesaban la ventana del dormitorio de Eric.
Estaba tumbada bocarriba,
despatarrada en el lado izquierdo de la cama y completamente destapada. Lo
único que vestía eran los calcetines altos, el collar de púas y el intenso
rubor de mis nalgas, que palpitaban contra el colchón como si tuviera una
segunda piel.
Eric estaba tumbado de costado,
mirándome intensamente con sus ojos verdes. ¿Por qué...? Entonces me di cuenta.
Mi mano derecha se había perdido en mi sexo, empapado e hinchado, y a las ganas
de ir a orinar se le sumaban las ganas de correrme.
Oh. Retiré la mano apresuradamente.
—Te juro que estaba dormida.
—Ya me he dado cuenta —replicó con
retintín. Enredó los dedos en mi media melena y me alzó el rostro hasta que
nuestras bocas se rozaron—. La próxima vez tendré que atarte para evitar que te
masturbes en sueños. Sólo yo puedo correrte, ¿entiendes?
Se me escapó un gemido antes de
responderle:
—Sí, Amo.
Nos fundimos en un beso lento y
profundo. Cuando pensaba que iba a convertirse en algo más, fue Eric quien lo interrumpió
abruptamente.
—Es una buena idea para una jornada
de domingo... —murmuró para sí mismo.
—¿El qué?
Se levantó sin dignarse a
responderme. Esta vez vestía unos pantalones con estampado de cuadros grises y azules
y una camiseta azul claro que le marcaba la musculatura. Observé que abría el
armario y que extraía algo de uno de uno de los cajones.
—Espera.
Lo esperé tumbada en la cama. Cuando
se giró, su expresión se endureció aún más y chasqueó la lengua como si
estuviera molesto.
—He dicho: espera.
¡Joder! Se refería a una de las poses
que me había enseñado el viernes por la tarde. Me incorporé rápidamente, enlacé
mis manos a mi espalda y separé ligeramente las piernas. Eric dio una vuelta a
mi alrededor, como un león amenazando a su presa.
—Te prometí que este fin de semana
sería indulgente, pero la próxima vez que cometas este tipo de falta te
castigaré.
—Y el castigo será bien merecido,
Amo-oh —la voz me tembló cuando me acarició el culo con sus callosas manos.
De normal me gustaba resistirme un
poco, recreándome en el tira y afloja, pero sentía como si hubiera caído bajo
la influencia de un hechizo; mi placer y mi dolor quedaban relegados a un
segundo plano, por lo que mi única prioridad era complacerle.
—Extiende los brazos hacia delante.
Hice lo que me ordenaba. Eric ató en
sendas muñecas dos pulseras de tacto suave y recio, con profundo olor a cuero,
que a su vez estaban unidas por una cadena.
—Lista.
Depositó un tierno beso en mi frente
y la tensión se distendió. Me fascinaba la facilidad con la que conseguía
cambiar nuestra dinámica.
—Fui al baño antes de despertarte
—me informó—. Ve tranquilamente. Mientras tanto yo prepararé el desayuno.
—Vale... —le devolví la sonrisa.
Ya a solas en el baño, oriné y me
lavé en el bidé. Apenas quedaban rastros de sangre, la cual había adquirido un
tono marrón oscuro, pero para evitar manchar nada me volví a colocar la copa
menstrual; estaba tan lubricada y dilatada que se deslizó fácilmente en mi
interior. Recorrí con los dedos aquellos labios verticales, extremadamente
sensibles, y presioné ligeramente mi clítoris duro e hinchado. ¿Cuándo
permitiría Eric que me corriera? Suspirando, me obligué a retirar la mano de
nuevo.
Me sequé y me trasladé al lavabo
para lavarme la cara y peinarme; cada uno de mis movimientos quedaban
restringidos por la cadena. Al observar mi reflejo, descubrí que un rubor
perpetuo cubría mis mejillas y que un intenso brillo se había alojado en mi
mirada. Aparte, no pude evitar fijarme en lo grandes que se me veían los
pechos, con las aureolas rosadas contrastando con mi pálida piel y los pezones
erectos, y me sentí identificada una vez más como una perra en celo.
Cuando me giré para comprobar el
estado de mi culo... ¡Madre mía! Empezaba a presentar todos los colores del
arcoíris, desde el rojo bermellón, pasando por el azul verduzco hasta el morado
casi negro; una tonalidad perfecta para que la vistiera una gótica que adoraba
el spanking. Además, justo en el centro de cada nalga se percibía el
reborde de un verdugón con forma de corazón. «Antes de que desaparezca, le
pediré a Eric que me haga una foto», decidí con una sonrisa.
Regresé un momento al dormitorio
para revisar mi móvil. Tenía notificaciones de mi madre, de Jessica y de uno de
mis compañeros de trabajo, precisamente el que había participado en la
conversación sobre la prostitución y había dicho que prefería que las chicas
tuvieran un poco de experiencia. Picada por la curiosidad, entré en ese chat.
Sus palabras me resultaron
agridulces. En cuanto le llegó mi respuesta,
David se puso en línea y me envió su respuesta acompañada de un guiño. Me sentía un poco incómoda ante su propuesta, pero dado que se había disculpado decidí ceder; me interesaba mejorar el
ambiente de trabajo lo máximo posible.
Seguidamente revisé los mensajes de mi madre, que me
preguntaba cuándo iría a visitarlos, y de mi amiga, que me contaba su cita con
el camarero de Pandora.
—¿Estás bien, Angy?
La voz de Eric me sobresaltó y casi
se me cayó el móvil de entre las manos.
—Sí, sí —me apresuré a contestar—.
Estaba respondiéndole a mi mejor amiga.
—Jessica,
¿verdad?
Me enamoró aún más que se acordase
de su nombre.
—Sí. Me pregunta si me has
secuestrado.
Eric se rio desde el quicio de la
puerta.
—En todo caso sería un secuestro
consentido. —Su guiño me recordó que ya le había contado aquella fantasía—. Me
recuerda a mi amiga Isa.
—¿La que se va a casar? —Yo también
quería demostrarle que prestaba atención a los detalles de su vida.
—Para sorpresa de todo el mundo, sí.
Bueno, contesta tranquilamente a tu amiga. El desayuno está listo, te espero en
el salón.

Tecleé una respuesta y volví a
guardar el móvil, pues no quería que nadie nos interrumpiera.
—¿Hoy no desayunamos en el balcón? —inquirí
nada más sentarme a la mesa, donde estaban los gofres que sobraron del día
anterior... sin topping especial.
—No tengo intención de exhibirte
prácticamente desnuda ante mi comunidad de vecinos —respondió mientras me
servía el café—. ¿Qué tal estás, por cierto? ¿Te duele mucho cuando te sientas?
—Es un nivel de dolor completamente
nuevo para mí —admití—. Nada más sentarme es... lacerante, pero al poco tiempo
se vuelve pesado, sordo... y agradable. Pero debo confesarte que con la última
tanda de azotes te quedaste a un paso de mi límite.
—Lo tendré en cuenta para la próxima
vez —asintió con seriedad.
Mientras desayunábamos charlamos de
temas cotidianos y Eric me enseñó las fotos que le había enviado su familia: su
hermana de la celebración de cumpleaños y sus padres de la acampada.
—¿Tú prefieres la playa o la
montaña? —me preguntó.
—Aunque me he criado en una ciudad
costera, odio la playa. La humedad, el calor, la arena... Prefiero mil veces la
montaña.
—¿Te gustaría acampar en este lugar?
La foto mostraba un paisaje de cielo
azul, montañas nevadas que contrastaban con valles verdes y campos de flores
amarillas, cuya imagen se veía duplicada en el reflejo de un lago.
—Nunca he ido de acampada, ¡pero me
encantaría! Mis padres siempre han preferido alojarse en hoteles y resorts
para practicar esquí...
—¿Esquías? —Alzó las cejas,
sorprendido.
—Lo he probado, igual que el snowboard,
pero no son lo mío. Prefiero admirar el paisaje nevado con una taza entre las
manos. —Recordé los buenos momentos que había pasado en el refugio, bebiendo
chocolate caliente mientras leía o estudiaba para los parciales de enero; en
aquella época universitaria incluso había llegado a tener algún rollo invernal—.
En otoño me gusta practicar senderismo. Cuando era pequeña solía ir a buscar
setas y trufas con mi padre.
—Nunca he probado la trufa —confesó,
y me di cuenta una vez más de la barrera socioeconómica que separaba a nuestras
familias.
—No es para tanto —intenté quitarle
importancia, pero la verdad es que Eric no parecía molesto, ni siquiera
resignado, sencillamente había constatado un hecho.
—A mi padre le gusta pescar.
—Al mío cazar. —Puse los ojos en
blanco—. Yo jamás podría matar a un animal.
—Uf, yo tampoco. ¿Has tenido
mascotas?
—Mi madre tiene dos gatos de angora
preciosos, Dolce y Gabanna. —Fue el turno de Eric de poner los ojos en blanco y
nos echamos a reír—. Me encantaría adoptar uno, pero mi casero no lo permite porque
sus hijos tienen alergia y se supone que son los que heredarán el apartamento.
—Yo siempre he sido más de perros
que de gatos.
—¿Qué raza es tu favorita?
—Los mastines. ¡Me encantan los
perros grandes! Pero me da mucha pena que estén encerrados en apartamentos. De
todas maneras, —alzó una mano para tocar las púas de mi collar—, en estos
momentos de la vida prefiero a las perras obedientes como tú.
Sus dedos recorrieron mis
clavículas, provocándome escalofríos de placer.
En cuanto vaciamos nuestros platos y
tazas nos desplazamos al sofá. Eric encendió la televisión y el pequeño
ordenador unido a ella, pero no permitió que me sentase junto a él.
—De rodillas.
Me arrodillé en el oscuro parqué, en
el hueco que quedó entre sus piernas y la mesita de café, y fijé la vista en su
paquete, anhelante.
—Los domingos se estrenan los
episodios de One Piece —me explicó con un tono casual—. Así que mientras
veo el de hoy, tu lengua va a estar ocupada.
Se bajó los pantalones y se colocó
la polla de manera que reposase sobre el tatuaje de súcubo. En cuanto pulsó el
botón de play, hundí mi nariz en su ingle, respirando su maravilloso
olor, y me deleité lamiéndole los huevos.
—Uf, qué dura me la pone cada vez
que Luffy dice que será el Rey de los Piratas...
«¡Qué exagerado!», pensé con
diversión. De fondo escuchaba a los personajes hablando japonés y música
orquestal mezclada con sonidos de pelea. Me centré en mi tarea, lamiendo y
chupando alternativamente la zona. Cuando Eric estaba concentrado en el
episodio notaba que se le bajaba la erección, así que me esforcé en
contrarrestarlo acelerando el ritmo. Moví los testículos dentro de la bolsa
escrotal y, para sorpresa de ambos, conseguí meterme ambos al mismo tiempo en
la boca, provocando que su polla chocase contra mi cara.
—Qué buena chica... —suspiró,
acariciándome el pelo.
Moví la mandíbula mientras aplicaba
la lengua, en un movimiento parecido a masticar pero sin emplear los dientes.
Me atreví a deslizar las manos por sus piernas y a apretar la parte interna de
sus muslos. Eric intercaló un gemido con las risas que le había despertado la
escena que se estaba desarrollando en la pantalla. Aprovechando la lubricación
que había generado mi propia saliva, subí un poco más una mano y me atreví a
masturbarle al mismo tiempo que le comía los huevos.
—Agh, qué gusto...
Su polla se mantuvo dura como una
piedra hasta que terminó el episodio. ¿Cómo habían pasado 20 minutos tan
rápido?
—¡El episodio ha sido increíble!
Pero tú lo eres más, Angy... —Me empujó más hacia su cuerpo—. Me voy a
correr...
Preferí no separar mi boca de él ni
un segundo y, en su lugar, levanté la mirada y le imploré: «Córrete en mi cara,
Amo». Eric se hundió en mis pupilas y, como si consiguiera leer mis
pensamientos, se corrió.
Noté cómo su polla se tensaba en mi
mano, cómo el semen cubría mi frente y mis mejillas, impregnándome con su
aroma. Estaba tan excitada y tenía tantas ganas acumuladas que mi cuerpo
respondió de repente con un orgasmo reflejo.
Intenté ahogar mis gemidos y
contener el temblor de mis piernas.
—Vaya, vaya... —Su tono era una
mezcla de regocijo y contrariedad—. Tendré que enseñarte a no correrte sin mi
permiso, perra.
Sin esperar siquiera a que me secase
el rostro, Eric me condujo hasta el dormitorio y me ató a la cama de manera que
mi cabeza quedase en el borde de uno de los laterales, mis brazos y piernas apuntando
a cada esquina, expuesta completamente a él.
¿Cómo pensaba castigarme? La
expectación revoloteaba en mi pecho.
Viéndolo del revés, observé que
extraía del armario dos cajas.
—Primero de todo, las pinzas...
Me colocó dos pinzas de metal en los
pezones, muy parecidas a las que tenía guardadas en casa, y tironeó de la
cadena que las unía para comprobar su efectividad. La conocida sensación de
dolor punzante me atravesó el cuerpo; apreté los dientes y resistí el impulso
de arquear la espalda.
—Perfecto.
Eric rodeó la cama y alcé la cabeza
para seguir sus movimientos. Se colocó entre mis piernas y, con el pulgar de su
mano izquierda, trazó círculos en mi sexo mojado. Sentí que me derretía ante su
toque y los párpados se me entrecerraron de puro placer. Entonces con la mano
que tenía libre extrajo de la caja una única pinza cuyos extremos estaban
recubiertos de silicona y la aproximó a...
—Repite tu palabra de seguridad —me
exigió con voz grave.
—“L-luna”.
—Quiero que respires profundamente
mientras te coloco la pinza. Si en diez segundos el dolor no se vuelve
soportable, di tu palabra de seguridad, ¿vale?
—Vale.
Acto seguido, sentí cómo los
extremos rodeaban el capuchón y pinzaban los labios, por lo que el glande del
clítoris quedó aprisionado en el hueco central de la pinza. Aquella vez no pude
reprimir un alarido y me aferré a mis propias ataduras.
—Respira, Angy... Voy a contar hasta
diez...
Inspiré y espiré. Inspiré y espiré,
al ritmo de su voz. Uno, dos, tres, cuatro...
Ya había experimentado en otras
ocasiones colocándome pinzas en los labios mayores y menores, pero nunca me
había atrevido a pinzar la zona del clítoris. El dolor era muy intenso,
localizado y palpitante, si bien con el paso de los segundos me fui
acostumbrando.
—¿Puedes aguantarlo, Angy?
—S-sí.
—Buena chica...
Con tal de oír aquellas
reconfortantes palabras, aguantaría aquello y mucho más.
Eric se apartó, abrió la segunda
caja y reveló una magic wand. Tras enchufarla cerca de la mesita de
noche, aprovechó para conectar un pequeño altavoz. Se me escapó una sonrisa al
reconocer la introducción de N/O/I/S/E, y la melodía industrial se
entremezcló con la vibración.
—Empecemos con el calentamiento.
Desempeñando la función original del
instrumento, Eric me masajeó el cuerpo. Mis músculos se fueron destensando, mi
mente relajándose... Y justo cuando comenzó la canción de Flesh, el
vibrante cabezal quedó apoyado contra mi sexo.
El dolor y el placer me ametrallaron
y todo mi cuerpo comenzó a temblar.
—Recuerda que no puedes correrte
hasta que yo te lo diga, perra —dijo entre mis piernas.
Para que no tocase directamente la
pinza, Eric situó el cabezal contra la entrada de mi vagina. Al mismo tiempo,
aferró la cadena con la otra mano y tiró de mis pezones hacia arriba. Vi las
estrellas.
—¡Agh!
Relajó el tirón y, en lo que tardé
en tomar de nuevo el aire, volvió a tirar hacia arriba.
Repitió el mismo proceso varias
veces, jugando con mi respiración, hasta que se me saltaron las lágrimas y mis
pezones se convirtieron en dos dolorosos botones. Como si quisiera aliviarlos,
Eric se inclinó hacia delante y los chupó por encima de las pinzas; con el
movimiento, la magic wand acabó apoyada de nuevo contra mi clítoris.
—Te retuerces tanto que parece que
te ha poseído un demonio.
—T-tú... eres... el demonio.
Eric se incorporó, riéndose.
—E, irónicamente, soy yo quien te va
a exorcizar.
Aumentó la intensidad de la
vibración y se dedicó a deslizar el cabezal arriba y abajo por mi sexo. ¡Uf,
era tan intenso! Las ganas de correrme se fueron acumulando en mi vientre, el
placer ganándole la batalla al dolor poco a poco.
—Estás tan mojada... tan dilatada...
¡Qué ganas tengo de follarte!
—Llevo la cop-pa menstrual —le recordé.
—¿Quieres que te la quite?
—Sí, p-por favor, Amo...
Apenas noté cómo introducía los
dedos en mi interior y me quitaba la copa.
—Voy al baño, en seguida vuelvo.
Dejó la magic wand vibrando
sobre el tatuaje de Goth Girl. Antes de que finalizase Androids dream
of electric sheep, regresó con una tolla entre las manos. Me desató los
tobillos y, tras colocar la toalla bajo mi culo, me indicó que mantuviera las
piernas dobladas hacia el colchón.
—Ahora, levanta la cabeza... —Y, tirando
de la cadena de los pezones, me ordenó—: Muerde la cadena, perra.
Encajada entre mis dientes, por
debajo de mi lengua, la cadena quedaba en todo momento en tensión.
A la incomodidad asociada a aquella
postura había que sumarle el palpitante dolor focalizado en mis pezones,
clítoris y culo. Por primera vez, sentí que me hundía en lo que se conocía en
el mundillo D/s como subspace, un estado en el que el sentimiento de
sumisión era tan profundo que ya no pensaba, sólo era.
Por fin, Eric se desnudó y se colocó
un condón. Arrodillado sobre la toalla, comenzó a penetrarme con lentitud... ¡Qué
gusto! Sin embargo, a mitad se detuvo. Le interrogué con la mirada, pero Eric
se limitó a aumentar otro nivel de vibración de la magic wand y orientó
el cabezal contra mi clítoris aprisionado.
—Ahora sí. Córrete para mí.
Me folló con calma, penetrándome lo
suficiente para estimular el punto G. Sacudida por las oleadas de placer que se
extendían por todo mi cuerpo, a los pocos segundos estallé en un squirt
torrencial.
—Muy buena chica... Venga, quiero
que nos corramos por última vez, juntos, antes de que termine el álbum.
Debido a aquella increíble
sobreestimulación, hubo un momento en el que pareció que las terminaciones
nerviosas de mi coño se desactivaban. No obstante, las piernas me seguían
temblando incontroladamente y el roce de mi culo contra la toalla, así como la
dolorosa tensión de mis pezones, me arrancaban constantemente gemidos quedos de
dolor y placer.
—Estás tan estrecha... —Eric jadeó—.
Me voy a correr... Córrete otra vez para mí...
Al escuchar aquellas palabras, mi
coño se activó de nuevo y, al mismo tiempo que él se corría, me poseyó otro
orgasmo.
—Shhh, shhh...
La vibración desapareció, así como
la voz de Ghostemane. Únicamente quedaron la voz de Eric y sus manos, que
mientras me mimaban me liberaron de las pinzas, me desataron y, en última
instancia, me desabrocharon el collar de púas.
—Suficiente dominación y sumisión
por este fin de semana.
—Me ha encantado, Eric —le besé—.
Muchas gracias.
—Gracias a ti por ser tan
maravillosa, Angy. Te... —Carraspeó—. ¿Te apetece una ducha caliente antes de
ir a comer?
—Sí, por favor. —Notaba el semen
reseco en mi rostro y los muslos húmedos por el squirt—. ¿Luego podemos
seguir jugando?
—¡Claro!
Y con el terrorífico final del Outlast,
cerramos la jornada del domingo.
Como acostumbraba, Eric insistió en
llevarme en moto hasta mi barrio. A pesar de que el bolso pesaba más que el
viernes, me sentía ligera como una pluma. Entre besos que se suponía que eran
de despedida, le pedí que se quedase a dormir.
Entre besos, Eric aceptó.
Los últimos versos de Ballgag
aún resonaban en mi pecho...
I've got something inside of me
And you make me wanna let it out
And I'm not afraid
Blogger ha tenido sus caprichos, me ha costado comentar.
ResponderEliminarCon este relato, tengo dos objeciones. Eric se excedió un tanto.
Y lo que haga Angy mientras duerme es cuestión de ella.
Podrían intercambiar roles.
Besos.
Angy es "inquieta" hasta durmiendo, aunque en los sueños se olvidan las órdenes y por ese lado puede ser perdonada, yo la perdonaría si a fin de cuentas será complaciente. Y con esas aureolas rosadas, la perdono doblemente :). Creo que la Jess asexual ha dejado de serlo y viendo la foto de Eric en los mensajes veo que tenemos algo parecido él y yo :) Me gustan Dolce y Gabanna, adoro a los gatos y creo que ellos a mí. No soy de perros, pero una perrita no me desagrada ;) Me sorprende que Eric pueda concentrarse en el animé mientras le hacen sexo oral, permítame, Señorita, tener mis dudas. Más aún con Angy con ambos huevos en su boca? :O Concéntrate Dulce, concéntrate :D Intentaré hacerlo que ya es hora de dormir, o no? ;)
ResponderEliminarDulces besos Dominantes.