Capítulo 15. Posesión

 

 Título: Angy, letras con forma de alas en los laterales. Color negro con sombras rosas y verdes.
—Angy, despierta. Hey, Angy...
Abrí los ojos con lentitud, adormilada. Rendijas de luz atravesaban la ventana del dormitorio de Eric.
Estaba tumbada bocarriba, despatarrada en el lado izquierdo de la cama y completamente destapada. Lo único que vestía eran los calcetines altos, el collar de púas y el intenso rubor de mis nalgas, que palpitaban contra el colchón como si tuviera una segunda piel.
Eric estaba tumbado de costado, mirándome intensamente con sus ojos verdes. ¿Por qué...? Entonces me di cuenta. Mi mano derecha se había perdido en mi sexo, empapado e hinchado, y a las ganas de ir a orinar se le sumaban las ganas de correrme.
Oh. Retiré la mano apresuradamente.
—Te juro que estaba dormida.
—Ya me he dado cuenta —replicó con retintín. Enredó los dedos en mi media melena y me alzó el rostro hasta que nuestras bocas se rozaron—. La próxima vez tendré que atarte para evitar que te masturbes en sueños. Sólo yo puedo correrte, ¿entiendes?
Se me escapó un gemido antes de responderle:
—Sí, Amo.
Nos fundimos en un beso lento y profundo. Cuando pensaba que iba a convertirse en algo más, fue Eric quien lo interrumpió abruptamente.
—Es una buena idea para una jornada de domingo... —murmuró para sí mismo.
—¿El qué?
Se levantó sin dignarse a responderme. Esta vez vestía unos pantalones con estampado de cuadros grises y azules y una camiseta azul claro que le marcaba la musculatura. Observé que abría el armario y que extraía algo de uno de uno de los cajones.
Espera.
Lo esperé tumbada en la cama. Cuando se giró, su expresión se endureció aún más y chasqueó la lengua como si estuviera molesto.
—He dicho: espera.
¡Joder! Se refería a una de las poses que me había enseñado el viernes por la tarde. Me incorporé rápidamente, enlacé mis manos a mi espalda y separé ligeramente las piernas. Eric dio una vuelta a mi alrededor, como un león amenazando a su presa.
—Te prometí que este fin de semana sería indulgente, pero la próxima vez que cometas este tipo de falta te castigaré.
—Y el castigo será bien merecido, Amo-oh —la voz me tembló cuando me acarició el culo con sus callosas manos.
De normal me gustaba resistirme un poco, recreándome en el tira y afloja, pero sentía como si hubiera caído bajo la influencia de un hechizo; mi placer y mi dolor quedaban relegados a un segundo plano, por lo que mi única prioridad era complacerle.
—Extiende los brazos hacia delante.
Hice lo que me ordenaba. Eric ató en sendas muñecas dos pulseras de tacto suave y recio, con profundo olor a cuero, que a su vez estaban unidas por una cadena.
—Lista.
Depositó un tierno beso en mi frente y la tensión se distendió. Me fascinaba la facilidad con la que conseguía cambiar nuestra dinámica.
—Fui al baño antes de despertarte —me informó—. Ve tranquilamente. Mientras tanto yo prepararé el desayuno.
—Vale... —le devolví la sonrisa.
Ya a solas en el baño, oriné y me lavé en el bidé. Apenas quedaban rastros de sangre, la cual había adquirido un tono marrón oscuro, pero para evitar manchar nada me volví a colocar la copa menstrual; estaba tan lubricada y dilatada que se deslizó fácilmente en mi interior. Recorrí con los dedos aquellos labios verticales, extremadamente sensibles, y presioné ligeramente mi clítoris duro e hinchado. ¿Cuándo permitiría Eric que me corriera? Suspirando, me obligué a retirar la mano de nuevo.
Me sequé y me trasladé al lavabo para lavarme la cara y peinarme; cada uno de mis movimientos quedaban restringidos por la cadena. Al observar mi reflejo, descubrí que un rubor perpetuo cubría mis mejillas y que un intenso brillo se había alojado en mi mirada. Aparte, no pude evitar fijarme en lo grandes que se me veían los pechos, con las aureolas rosadas contrastando con mi pálida piel y los pezones erectos, y me sentí identificada una vez más como una perra en celo.
Cuando me giré para comprobar el estado de mi culo... ¡Madre mía! Empezaba a presentar todos los colores del arcoíris, desde el rojo bermellón, pasando por el azul verduzco hasta el morado casi negro; una tonalidad perfecta para que la vistiera una gótica que adoraba el spanking. Además, justo en el centro de cada nalga se percibía el reborde de un verdugón con forma de corazón. «Antes de que desaparezca, le pediré a Eric que me haga una foto», decidí con una sonrisa.
Regresé un momento al dormitorio para revisar mi móvil. Tenía notificaciones de mi madre, de Jessica y de uno de mis compañeros de trabajo, precisamente el que había participado en la conversación sobre la prostitución y había dicho que prefería que las chicas tuvieran un poco de experiencia. Picada por la curiosidad, entré en ese chat.
 Sus palabras me resultaron agridulces. En cuanto le llegó mi respuesta, David se puso en línea y me envió su respuesta acompañada de un guiño. Me sentía un poco incómoda ante su propuesta, pero dado que se había disculpado decidí ceder; me interesaba mejorar el ambiente de trabajo lo máximo posible.
Seguidamente revisé los mensajes de mi madre, que me preguntaba cuándo iría a visitarlos, y de mi amiga, que me contaba su cita con el camarero de Pandora.
—¿Estás bien, Angy?
La voz de Eric me sobresaltó y casi se me cayó el móvil de entre las manos.
—Sí, sí —me apresuré a contestar—. Estaba respondiéndole a mi mejor amiga.
Jessica, ¿verdad?
Me enamoró aún más que se acordase de su nombre.
—Sí. Me pregunta si me has secuestrado.
Eric se rio desde el quicio de la puerta.
—En todo caso sería un secuestro consentido. —Su guiño me recordó que ya le había contado aquella fantasía—. Me recuerda a mi amiga Isa.
—¿La que se va a casar? —Yo también quería demostrarle que prestaba atención a los detalles de su vida.
—Para sorpresa de todo el mundo, sí. Bueno, contesta tranquilamente a tu amiga. El desayuno está listo, te espero en el salón.
 



Tecleé una respuesta y volví a guardar el móvil, pues no quería que nadie nos interrumpiera.
—¿Hoy no desayunamos en el balcón? —inquirí nada más sentarme a la mesa, donde estaban los gofres que sobraron del día anterior... sin topping especial.
—No tengo intención de exhibirte prácticamente desnuda ante mi comunidad de vecinos —respondió mientras me servía el café—. ¿Qué tal estás, por cierto? ¿Te duele mucho cuando te sientas?
—Es un nivel de dolor completamente nuevo para mí —admití—. Nada más sentarme es... lacerante, pero al poco tiempo se vuelve pesado, sordo... y agradable. Pero debo confesarte que con la última tanda de azotes te quedaste a un paso de mi límite.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez —asintió con seriedad.
Mientras desayunábamos charlamos de temas cotidianos y Eric me enseñó las fotos que le había enviado su familia: su hermana de la celebración de cumpleaños y sus padres de la acampada.
—¿Tú prefieres la playa o la montaña? —me preguntó.
—Aunque me he criado en una ciudad costera, odio la playa. La humedad, el calor, la arena... Prefiero mil veces la montaña.
—¿Te gustaría acampar en este lugar?
La foto mostraba un paisaje de cielo azul, montañas nevadas que contrastaban con valles verdes y campos de flores amarillas, cuya imagen se veía duplicada en el reflejo de un lago.
—Nunca he ido de acampada, ¡pero me encantaría! Mis padres siempre han preferido alojarse en hoteles y resorts para practicar esquí...
—¿Esquías? —Alzó las cejas, sorprendido.
—Lo he probado, igual que el snowboard, pero no son lo mío. Prefiero admirar el paisaje nevado con una taza entre las manos. —Recordé los buenos momentos que había pasado en el refugio, bebiendo chocolate caliente mientras leía o estudiaba para los parciales de enero; en aquella época universitaria incluso había llegado a tener algún rollo invernal—. En otoño me gusta practicar senderismo. Cuando era pequeña solía ir a buscar setas y trufas con mi padre.
—Nunca he probado la trufa —confesó, y me di cuenta una vez más de la barrera socioeconómica que separaba a nuestras familias.
—No es para tanto —intenté quitarle importancia, pero la verdad es que Eric no parecía molesto, ni siquiera resignado, sencillamente había constatado un hecho.
—A mi padre le gusta pescar.
—Al mío cazar. —Puse los ojos en blanco—. Yo jamás podría matar a un animal.
—Uf, yo tampoco. ¿Has tenido mascotas?
—Mi madre tiene dos gatos de angora preciosos, Dolce y Gabanna. —Fue el turno de Eric de poner los ojos en blanco y nos echamos a reír—. Me encantaría adoptar uno, pero mi casero no lo permite porque sus hijos tienen alergia y se supone que son los que heredarán el apartamento.
—Yo siempre he sido más de perros que de gatos.
—¿Qué raza es tu favorita?
—Los mastines. ¡Me encantan los perros grandes! Pero me da mucha pena que estén encerrados en apartamentos. De todas maneras, —alzó una mano para tocar las púas de mi collar—, en estos momentos de la vida prefiero a las perras obedientes como tú.
Sus dedos recorrieron mis clavículas, provocándome escalofríos de placer.
En cuanto vaciamos nuestros platos y tazas nos desplazamos al sofá. Eric encendió la televisión y el pequeño ordenador unido a ella, pero no permitió que me sentase junto a él.
De rodillas.
Me arrodillé en el oscuro parqué, en el hueco que quedó entre sus piernas y la mesita de café, y fijé la vista en su paquete, anhelante.
—Los domingos se estrenan los episodios de One Piece —me explicó con un tono casual—. Así que mientras veo el de hoy, tu lengua va a estar ocupada.
Se bajó los pantalones y se colocó la polla de manera que reposase sobre el tatuaje de súcubo. En cuanto pulsó el botón de play, hundí mi nariz en su ingle, respirando su maravilloso olor, y me deleité lamiéndole los huevos.
—Uf, qué dura me la pone cada vez que Luffy dice que será el Rey de los Piratas...
«¡Qué exagerado!», pensé con diversión. De fondo escuchaba a los personajes hablando japonés y música orquestal mezclada con sonidos de pelea. Me centré en mi tarea, lamiendo y chupando alternativamente la zona. Cuando Eric estaba concentrado en el episodio notaba que se le bajaba la erección, así que me esforcé en contrarrestarlo acelerando el ritmo. Moví los testículos dentro de la bolsa escrotal y, para sorpresa de ambos, conseguí meterme ambos al mismo tiempo en la boca, provocando que su polla chocase contra mi cara.
—Qué buena chica... —suspiró, acariciándome el pelo.
Moví la mandíbula mientras aplicaba la lengua, en un movimiento parecido a masticar pero sin emplear los dientes. Me atreví a deslizar las manos por sus piernas y a apretar la parte interna de sus muslos. Eric intercaló un gemido con las risas que le había despertado la escena que se estaba desarrollando en la pantalla. Aprovechando la lubricación que había generado mi propia saliva, subí un poco más una mano y me atreví a masturbarle al mismo tiempo que le comía los huevos.
—Agh, qué gusto...
Su polla se mantuvo dura como una piedra hasta que terminó el episodio. ¿Cómo habían pasado 20 minutos tan rápido?
—¡El episodio ha sido increíble! Pero tú lo eres más, Angy... —Me empujó más hacia su cuerpo—. Me voy a correr...
Preferí no separar mi boca de él ni un segundo y, en su lugar, levanté la mirada y le imploré: «Córrete en mi cara, Amo». Eric se hundió en mis pupilas y, como si consiguiera leer mis pensamientos, se corrió.
Noté cómo su polla se tensaba en mi mano, cómo el semen cubría mi frente y mis mejillas, impregnándome con su aroma. Estaba tan excitada y tenía tantas ganas acumuladas que mi cuerpo respondió de repente con un orgasmo reflejo.
Intenté ahogar mis gemidos y contener el temblor de mis piernas.
—Vaya, vaya... —Su tono era una mezcla de regocijo y contrariedad—. Tendré que enseñarte a no correrte sin mi permiso, perra.
Sin esperar siquiera a que me secase el rostro, Eric me condujo hasta el dormitorio y me ató a la cama de manera que mi cabeza quedase en el borde de uno de los laterales, mis brazos y piernas apuntando a cada esquina, expuesta completamente a él.
¿Cómo pensaba castigarme? La expectación revoloteaba en mi pecho.
Viéndolo del revés, observé que extraía del armario dos cajas.
—Primero de todo, las pinzas...
Me colocó dos pinzas de metal en los pezones, muy parecidas a las que tenía guardadas en casa, y tironeó de la cadena que las unía para comprobar su efectividad. La conocida sensación de dolor punzante me atravesó el cuerpo; apreté los dientes y resistí el impulso de arquear la espalda.
—Perfecto.
Eric rodeó la cama y alcé la cabeza para seguir sus movimientos. Se colocó entre mis piernas y, con el pulgar de su mano izquierda, trazó círculos en mi sexo mojado. Sentí que me derretía ante su toque y los párpados se me entrecerraron de puro placer. Entonces con la mano que tenía libre extrajo de la caja una única pinza cuyos extremos estaban recubiertos de silicona y la aproximó a...
—Repite tu palabra de seguridad —me exigió con voz grave.
—“L-luna”.
—Quiero que respires profundamente mientras te coloco la pinza. Si en diez segundos el dolor no se vuelve soportable, di tu palabra de seguridad, ¿vale?
—Vale.
Acto seguido, sentí cómo los extremos rodeaban el capuchón y pinzaban los labios, por lo que el glande del clítoris quedó aprisionado en el hueco central de la pinza. Aquella vez no pude reprimir un alarido y me aferré a mis propias ataduras.
—Respira, Angy... Voy a contar hasta diez...
Inspiré y espiré. Inspiré y espiré, al ritmo de su voz. Uno, dos, tres, cuatro...
Ya había experimentado en otras ocasiones colocándome pinzas en los labios mayores y menores, pero nunca me había atrevido a pinzar la zona del clítoris. El dolor era muy intenso, localizado y palpitante, si bien con el paso de los segundos me fui acostumbrando.
—¿Puedes aguantarlo, Angy?
—S-sí.
—Buena chica...
Con tal de oír aquellas reconfortantes palabras, aguantaría aquello y mucho más.
Eric se apartó, abrió la segunda caja y reveló una magic wand. Tras enchufarla cerca de la mesita de noche, aprovechó para conectar un pequeño altavoz. Se me escapó una sonrisa al reconocer la introducción de N/O/I/S/E, y la melodía industrial se entremezcló con la vibración.
—Empecemos con el calentamiento.
Desempeñando la función original del instrumento, Eric me masajeó el cuerpo. Mis músculos se fueron destensando, mi mente relajándose... Y justo cuando comenzó la canción de Flesh, el vibrante cabezal quedó apoyado contra mi sexo.
El dolor y el placer me ametrallaron y todo mi cuerpo comenzó a temblar.
—Recuerda que no puedes correrte hasta que yo te lo diga, perra —dijo entre mis piernas.
Para que no tocase directamente la pinza, Eric situó el cabezal contra la entrada de mi vagina. Al mismo tiempo, aferró la cadena con la otra mano y tiró de mis pezones hacia arriba. Vi las estrellas.
—¡Agh!
Relajó el tirón y, en lo que tardé en tomar de nuevo el aire, volvió a tirar hacia arriba.
Repitió el mismo proceso varias veces, jugando con mi respiración, hasta que se me saltaron las lágrimas y mis pezones se convirtieron en dos dolorosos botones. Como si quisiera aliviarlos, Eric se inclinó hacia delante y los chupó por encima de las pinzas; con el movimiento, la magic wand acabó apoyada de nuevo contra mi clítoris.
—Te retuerces tanto que parece que te ha poseído un demonio.
—T-tú... eres... el demonio.
Eric se incorporó, riéndose.
—E, irónicamente, soy yo quien te va a exorcizar.
Aumentó la intensidad de la vibración y se dedicó a deslizar el cabezal arriba y abajo por mi sexo. ¡Uf, era tan intenso! Las ganas de correrme se fueron acumulando en mi vientre, el placer ganándole la batalla al dolor poco a poco.
—Estás tan mojada... tan dilatada... ¡Qué ganas tengo de follarte!
—Llevo la cop-pa menstrual —le recordé.
—¿Quieres que te la quite?
—Sí, p-por favor, Amo...
Apenas noté cómo introducía los dedos en mi interior y me quitaba la copa.
—Voy al baño, en seguida vuelvo.
Dejó la magic wand vibrando sobre el tatuaje de Goth Girl. Antes de que finalizase Androids dream of electric sheep, regresó con una tolla entre las manos. Me desató los tobillos y, tras colocar la toalla bajo mi culo, me indicó que mantuviera las piernas dobladas hacia el colchón.
—Ahora, levanta la cabeza... —Y, tirando de la cadena de los pezones, me ordenó—: Muerde la cadena, perra.
Encajada entre mis dientes, por debajo de mi lengua, la cadena quedaba en todo momento en tensión.
A la incomodidad asociada a aquella postura había que sumarle el palpitante dolor focalizado en mis pezones, clítoris y culo. Por primera vez, sentí que me hundía en lo que se conocía en el mundillo D/s como subspace, un estado en el que el sentimiento de sumisión era tan profundo que ya no pensaba, sólo era.
Por fin, Eric se desnudó y se colocó un condón. Arrodillado sobre la toalla, comenzó a penetrarme con lentitud... ¡Qué gusto! Sin embargo, a mitad se detuvo. Le interrogué con la mirada, pero Eric se limitó a aumentar otro nivel de vibración de la magic wand y orientó el cabezal contra mi clítoris aprisionado.
—Ahora sí. Córrete para mí.
Me folló con calma, penetrándome lo suficiente para estimular el punto G. Sacudida por las oleadas de placer que se extendían por todo mi cuerpo, a los pocos segundos estallé en un squirt torrencial.
—Muy buena chica... Venga, quiero que nos corramos por última vez, juntos, antes de que termine el álbum.
Debido a aquella increíble sobreestimulación, hubo un momento en el que pareció que las terminaciones nerviosas de mi coño se desactivaban. No obstante, las piernas me seguían temblando incontroladamente y el roce de mi culo contra la toalla, así como la dolorosa tensión de mis pezones, me arrancaban constantemente gemidos quedos de dolor y placer.
—Estás tan estrecha... —Eric jadeó—. Me voy a correr... Córrete otra vez para mí...
Al escuchar aquellas palabras, mi coño se activó de nuevo y, al mismo tiempo que él se corría, me poseyó otro orgasmo.
—Shhh, shhh...
La vibración desapareció, así como la voz de Ghostemane. Únicamente quedaron la voz de Eric y sus manos, que mientras me mimaban me liberaron de las pinzas, me desataron y, en última instancia, me desabrocharon el collar de púas.
—Suficiente dominación y sumisión por este fin de semana.
—Me ha encantado, Eric —le besé—. Muchas gracias.
—Gracias a ti por ser tan maravillosa, Angy. Te... —Carraspeó—. ¿Te apetece una ducha caliente antes de ir a comer?
—Sí, por favor. —Notaba el semen reseco en mi rostro y los muslos húmedos por el squirt—. ¿Luego podemos seguir jugando?
—¡Claro!
Y con el terrorífico final del Outlast, cerramos la jornada del domingo.
Como acostumbraba, Eric insistió en llevarme en moto hasta mi barrio. A pesar de que el bolso pesaba más que el viernes, me sentía ligera como una pluma. Entre besos que se suponía que eran de despedida, le pedí que se quedase a dormir.
Entre besos, Eric aceptó.
Los últimos versos de Ballgag aún resonaban en mi pecho...
 
I've got something inside of me
And you make me wanna let it out
And I'm not afraid
 
 
 
 

2 comentarios:

  1. Blogger ha tenido sus caprichos, me ha costado comentar.

    Con este relato, tengo dos objeciones. Eric se excedió un tanto.
    Y lo que haga Angy mientras duerme es cuestión de ella.
    Podrían intercambiar roles.

    Besos.

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  2. Angy es "inquieta" hasta durmiendo, aunque en los sueños se olvidan las órdenes y por ese lado puede ser perdonada, yo la perdonaría si a fin de cuentas será complaciente. Y con esas aureolas rosadas, la perdono doblemente :). Creo que la Jess asexual ha dejado de serlo y viendo la foto de Eric en los mensajes veo que tenemos algo parecido él y yo :) Me gustan Dolce y Gabanna, adoro a los gatos y creo que ellos a mí. No soy de perros, pero una perrita no me desagrada ;) Me sorprende que Eric pueda concentrarse en el animé mientras le hacen sexo oral, permítame, Señorita, tener mis dudas. Más aún con Angy con ambos huevos en su boca? :O Concéntrate Dulce, concéntrate :D Intentaré hacerlo que ya es hora de dormir, o no? ;)

    Dulces besos Dominantes.

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