Capítulo 14. Outlast

 
  Título: Eric, letras con forma de alas en los laterales. Color negro con sombras rosas y verdes.
Tras quitarle el collar, ayudé a Angy a levantarse y la duché con mimo. El agua limpió el semen y la orina, y borró los trazos de sangre que había dibujado en su piel; los corazones rodeando sus pezones y su ombligo, el improvisado tatuaje de súcubo decorando vientre y una silenciosa declaración de amor en sus lumbares.
«Te amo».
Mientras enjabonaba sus nalgas me contuve de decirlo en voz alta; no quería que pensase que me declaraba a raíz del subidón de endorfinas. Deslicé las manos entre sus muslos y, en su lugar, susurré:
—Lo has hecho genial, Angy.
Angy gimió y apoyó los brazos contra la pared mientras abría más las piernas. Su actitud era completamente relajada, sumisa, como si no tuviera nada más en mente que entregarse a mí. Mi polla palpitó y, si bien lo que más me apetecía era follarle ahí mismo hasta dejarla cumdumb, me contuve de nuevo.
—No, ángel. Hemos terminado por hoy.
—¿No vamos a...?
Me miró por encima del hombro y tuve que morderme la sonrisa; con el maquillaje emborronado y aquella expresión de incredulidad parecía un perrito abandonado.
—Mañana más.
Deshice el camino por su espalda hasta llegar a su cabeza y le froté el cuero cabelludo concienzudamente con jabón. No tenía ningún producto parecido a los que ella solía utilizar, así que tomé nota mentalmente para estar mejor preparado la próxima vez.
Suspirando, Angy echó la cabeza hacia atrás para que le aclarase el pelo e imaginé que todo su estrés y preocupaciones desaparecían por el desagüe.
Cuando salimos de la ducha, sequé su cuerpo con suavidad y la envolví en una toalla. Mientras yo me secaba, Angy aprovechó para colocarse de nuevo la copa menstrual en el bidé. Luego, alcancé el paquete de toallitas y nos quitamos los restos de maquillaje frente al espejo. Al terminar antes que ella, mi mirada se perdió en su reflejo.
Su piel era ligeramente más bronceada que la base de maquillaje que solía utilizar. Tenía la frente lisa, ni muy amplia ni muy estrecha, y las cejas finas y expresivas. Su nariz era pequeña, recta en el puente y ligeramente respingona en el extremo, perfecta para llevar el septum. Sus mejillas estaban rellenas y, a cada lado de su rostro ovalado, su mandíbula trazaba líneas suaves desde su barbilla redondeada hasta sus orejas agujereadas con piercings.
—Ya he terminado —me avisó, clavando su mirada azul en mi reflejo.
—Vamos al dormitorio.
Por suerte sí que tenía un secador para las visitas.
Me senté contra el cabecero de la cama y Angy se situó entre mis piernas. Antes de empezar, le tendí mi móvil para que viera las fotografías que le había tomado.
—¡Wow! Casi no me reconozco. Me veo tan...
—¿Sexy?
—Liberada —sonrió—. Me las voy a enviar... Puedes quedártelas.
—Las atesoraré —le besé el cuello suavemente a modo de promesa.
El sonido del secador nos envolvió, sumiéndonos en una especie de trance. Debido a que no podíamos conversar por el ruido me limité a planificar mentalmente el fin de semana; esta vez pretendía someter a Angy de una forma más sutil, pero no por ello menos efectiva.
 
 
A la mañana siguiente dejé que durmiera y me escabullí en la cocina. Se me había quedado grabado cómo se le había iluminado la cara a Angy al ver los gofres la semana pasada, así que me dispuse a preparar media docena.
La cafetera empezaba a silbar cuando sonó mi móvil.
—¡Hola, ma! ¿Todo bien?
—¡Hola, cariño! —Me saludó al otro lado de la línea—. Sí, todo va bien. Tu padre está terminando de cargar las cosas en la furgo. ¿Estás seguro de que no quieres venir?
—Sí, estoy seguro.
—Valeee... ¿Has quedado con alguien este finde?
La pregunta parecía espontánea, sin doble intención, pero por la tonalidad de ese alguien intuí que, o bien Gina, o bien Liam, ¡o ambos!, se habían ido de la lengua.
—Voy a pasar el fin de semana con una chica, ma —respondí, rindiéndome a lo inevitable—. Se llama Angy.
—¿Y cuándo nos lo pensabas contar a tu padre y a mí?
—Cuando estableciéramos nuestra relación.
—¿Y por qué no antes?
—¡Porque os ponéis muy pesados!
Los silbidos de la cafetera se tornaron más violentos, así que la retiré de la placa.
—¡Sólo queremos que seas feliz! Y sabes que a nosotros nos hace ilusión... Si Angy quiere, puede venirse un sábado a comer.
—Mamá, te acabo de decir que aún no hemos establecido nuestra relación.
—Bueno, pues cuando lo hagáis.
—¡Ya está todo listo, iubita! —oí la voz de mi padre de fondo.
—Ale, ma. Que tenéis que iros...
—Ya te mandaremos fotos y te contaremos qué tal está el sitio para acampar.
—Si me necesitáis no dudéis en llamarme, eh.
—Sí, cariño. Y tú recuerda: siempre con protección.
—¡Mamá!
—¿Estás hablando con Eric? —Oí hablar a mi padre de fondo—. Salúdale de mi parte y dile que se declare de una vez a esa chica. Tengo una apuesta que ganarle a Gina...
—Tu padre dice que...
—Lo he oído —no pude evitar que se me escapase una sonrisa—. Os quiero.
—¡Te queremos!
Aunque me pusieran de los nervios y me tratasen como a un adolescente en vez de como un adulto que ya tenía su vida encarrilada, me sentía muy afortunado de seguir contando con el apoyo y el amor de mi familia. Además, a mí también me hacía ilusión que en el futuro alguien pudiera formar parte de ella.
Justo cuando colocaba en el plato el sexto gofre, Angy apareció en la cocina con una expresión somnolienta en el rostro; como no había traído pijama, le había prestado un conjunto de sudadera y calcetines que se encontraban a la altura de sus rodillas.
—Buenos días, Eric.
Con la timidez matutina que la caracterizaba, se aproximó para abrazarme y depositar un beso en mi cuello. Me giré para encontrarme con sus labios y enredé los dedos en su media melena. No me pasó desapercibido el detalle de que alrededor de su cuello llevaba su collar.
Dejé escapar un gruñido satisfecho y afiancé mi agarre mientras nos besábamos, ahogando su gemido de placer. ¿Sería demasiado temprano para empezar a jugar? Decidí probar...
—Buenos días, perra —murmuré a escasos centímetros de su boca—. ¿Has dormido bien?
—Sí, Amo —Angy moduló su tono al instante, complaciente.
 —¿Tienes hambre?
—Mi boca está hecha agua, Amo.
Sus ojos azules apuntaron momentáneamente hacia abajo, como dos flechas ardientes, y mi polla dio un pequeño brinco en mis pantalones.
De rodillas.
Angy obedeció sin rechistar y adquirió una pose perfecta. En mi caso, había sido Joel quien me las había enseñado. ¡Y vaya reprimendas me había llevado hasta que había conseguido ejecutarlas a la perfección!
Me sorprendía que Angy hubiera abandonado tan rápido la actitud de brat. En las últimas semanas me había acostumbrado a sus gestos y palabras retadoras, a buscar la mejor forma de darle una lección; cuando se rendía, entre sollozos y disculpas, sus gemidos sonaban más placenteros. Ahora que se comportaba como una perra obediente, debía buscar otro acercamiento a la forma de aplicar los “castigos” y las “recompensas”, y por supuesto ajustarlo a su medida.
Le acaricié con cariño la cabeza mientras con la otra mano liberaba mi erección y coloqué mis pies a cada lado de sus muslos para quedar a la altura de su boca.
—Levanta la mirada y empieza a chupar.
Angy se dispuso a lamer mi polla lentamente, lubricándola desde la base hasta la punta, y finalmente la acogió entre sus labios. Estaba tan caliente y húmeda que sentía como si me fundiera con ella...
Dejé que moviera la cabeza a su ritmo, sus labios apretándose ligeramente entorno al tronco mientras aplicaba su lengua bajo el frenillo, provocándome el más dulce de los placeres.
En todo momento mantuvo sus manos sobre su regazo, de modo que para ayudarse en el movimiento generaba un vaivén desde sus caderas que se propagaba por todo su cuerpo. Tiré de la sudadera para poder apreciar la imagen de su culo desde arriba; por supuesto, no llevaba ropa interior. Un par de hoyuelos se marcaban a la altura de sus lumbares y, en las zonas donde más carne había, se percibían ondulaciones de celulitis, que a mi ver la hacían ver aún más sexy.
—Qué bien me comes... agh...
Animada por mis gemidos y mis alabanzas, Angy aceleró el ritmo. De vez en cuando se inclinaba hacia delante con el objetivo de traspasar la barrera de su garganta y que mis huevos chocasen con su barbilla, ahogando una arcada, mientras que otras veces se retiraba hasta besar mi glande y aprovechaba para tragar la saliva acumulada.
En una de esas ocasiones le sujeté la cabeza e impedí que volviera a meterse mi polla en la boca.
—Quieta —Me habría encantado correrme directamente en su boca, pero intuía que eso desencadenaría en ella un orgasmo reflejo y no quería que sucediera. Así que en su lugar le ordené—: Pedir.
Angy adoptó una pose parecida a nadu, abriendo sus piernas, y alzó las manos ante ella con las palmas hacia arriba. Ante su mirada suplicante, me dirigí hacia la encimera y deposité sobre sus manos uno de los platos.
—Bájalo un poco... Sí, a esa altura está mejor.
Con una expresión extasiada muy parecida a la que me había regalado la noche anterior, Angy observó cómo me masturbaba y, finalmente, me corría sobre los gofres.
—Ahora sí, podemos ir a desayunar.
Al relajar el tono esperaba que Angy captase que podía abandonar la dinámica de D/s de nuevo, pero entonces preguntó:
—¿Puedes sostener mi plato, por favor? No me gustaría que se cayera este manjar preparado con tanto mimo, Amo.
¿Cómo era capaz de regalarme los oídos con tanta naturalidad? Le agarré de la nuca mientras replicaba:
—Si se cayeran, tendría que ordenarte que los comieras directamente del suelo. —Ahí estaba de nuevo, ese intenso brillo en sus pupilas que demostraba que tampoco le disgustaría esa idea—. Y aunque me gustaría verlo, las perras buenas merecen comer de sus propios platos, ¿no crees?
—Sí.
—¿Sí qué?
—Sí, Amo. —Se corrigió—. Soy una perra buena.
Le palmeé la cabeza para reafirmarlo y la tensión se distendió.
Trasladamos el desayuno a la galería que se encontraba al fondo de la cocina. Esta era lo suficientemente espaciosa como para albergar un cactus, una mesita y dos sillas que se asomaban a un patio interior sorprendentemente amplio. El sol se reflejaba en las fachadas de los edificios de enfrente, iluminando la galería indirectamente, y el ambiente se respiraba tranquilo, de sábado por la mañana.
—¡Cuántas ventanas! —exclamó Angy, asomándose a la barandilla—. Entiendo que eso son las terrazas de los pisos bajos, pero... ¿Qué están cubriendo los tejadillos de esa zona?
—El garaje.
—Oh, debe de ser enorme.
—Lo es —rodeé su cintura con un brazo mientras me colocaba a su lado—. Tiene tres niveles y las plazas son muy espaciosas, por lo que caben un coche y una moto sin problemas.
—¿Compraste juntos el piso y el garaje?
—Sí.
—Imagino que fue bastante caro.
—No creas. Esta zona del sector es vieja y el apartamento estaba para reformar.
—¿Puedo saber cuál fue el precio de venta?
—Claro. Te cuento los detalles mientras desayunamos.
Tras acomodarnos, Angy sopesó su primer gofre en una mano; el líquido translúcido parecía almíbar sobre el color dorado.
Era consciente de la diferencia entre tragar semen mientras se practicaba sexo oral, cuando se diluía en la saliva y a veces casi ni se notaba su sabor, y tragar semen a palo seco, como cuando lo había lamido de sus pies tras la footjob. Entendía que el sabor resultase demasiado intenso para algunas personas. Sin embargo, esperaba que al servirlo como aderezo especial de los gofres le resultase más tolerable.
Finalmente, Angy se lo llevó a la boca y lo masticó con fruición.
—Hum, es el mejor desayuno que me has servido hasta el momento, Eric. —Puso lo ojos en blanco, exagerando su reacción, y me provocó una carcajada—. Otro día, cuando hagamos switch, me plantearé hacerte beber mi squirt en una copa.
Mi parte sub se estremeció de placer sólo de imaginarlo.
—Suena a promesa.
—Lo es.
Me perdí momentáneamente en sus irises azules.
—Bueno, querías que te contase los detalles de mi hipoteca...
Mientras hablábamos de intereses, amortizaciones y plazos, quedé cautivado una vez más con la facilidad que tenía Angy para hacer cálculos sin necesitar una calculadora; en definitiva, había algo en las personas intelectuales que me ponía irremediablemente.
Después de desayunar y limpiar la vajilla, Angy preguntó qué planes teníamos para hoy. Le dediqué una sonrisa enigmática.
—Te he preparado algo especial.
Angy me siguió hasta el despacho con la mirada azul encendida. Le indiqué que se sentase en la silla de estilo gamer y, mientras se encendía el ordenador, traje una de las sillas del salón para sentarme a su lado.
—Qué romántico —exclamó, señalando el salvapantallas.
Se trataba de una ilustración de Aerith y Zack del Final Fantasy VII.
—Puedo ser muy romántico cuando me lo propongo.
Para demostrarlo, busqué en mi biblioteca de Steam un juego que jamás habría comprado si no fuera porque tenía la certeza de que a ella le iba a encantar.
La pantalla se fundió en colores verdes y negros, y una música inquietante comenzó a sonar. Angy se inclinó hacia delante y leyó con atención:
Outlast. ¿De qué va?
—Es un survival, un tipo de juego de terror en el que el objetivo es sobrevivir.
—Ah, ya entiendo el título...
Cliqué en «Nueva partida» y seleccioné la dificultad normal, ya que Angy me había comentado que apenas había jugado a videojuegos.
—«Outlast contiene violencia intensa, sangre, contenido sexual gráfico y lenguaje vulgar. Que lo disfrute.» ¡Vaya mensaje de bienvenida! —Continuó leyendo en voz alta—: «Eres Miles Upshur, un ambicioso periodista de investigación que está a punto de conocer el infierno en la Tierra. Siempre deseoso de ahondar en historias que ningún otro periodista se atrevería a investigar, buscarás un oscuro secreto en el corazón del manicomio del monte Massive. Sobrevive tanto tiempo como puedas y regístralo todo. No eres un luchador, así que para moverte por los horrores del monte Massive y revelar la verdad, tus únicas opciones serán correr, ocultarte o morir.» ¿Lo has jugado ya?
—No. La idea es jugarlo juntos.
—Oh.
El rubor que cubrió sus mejillas. La siguiente pantalla cargó y se reprodujo la cinemática en la que el protagonista llegaba en coche hasta el manicomio.
—¿El punto de vista siempre es así, en primera persona?
—Sí. Es mucho más inmersivo. Ahora te explicarán poco a poco los controles... Mira, la mano derecha siempre va sobre el ratón y se usa para modificar la perspectiva e interactuar con objetos, y los dedos de la mano izquierda se suelen colocar así sobre el teclado —se los guie—, «W, A, S, D» para moverte...
—¿Por qué no se usan las flechas?
—Porque también necesitarás pulsar otras letras para realizar otras acciones. Por ejemplo, aquí te indica... «Tabulador» para abrir la libreta, «N» para leer las notas y «J» para los documentos.
—Aaaah. Oye, esto es muy difícil —gruñó.
Aguanté la risa.
—Que no, ya verás cómo lo pillas rápido. Empieza a explorar, a tu aire.
Angy se movió por la zona de control de vehículos.
—¿Qué coche es, Eric?
—Hum, creo que es un Jeep... Modelo Wrangler, probablemente.
—Asombroso —sonrió, y esa sensación tan cálida que sentía cuando estaba con ella se extendió por mi pecho.
A pesar de sus quejas, Angy aprendía muy rápido. Era de ese tipo de jugadoras que le gustaba leer todo e investigar cada esquina con calma, y me resultaba muy divertido escucharla pensar en voz alta.
—Obviamente no puedo entrar por la puerta principal... ¿Y si llamo al telefonillo? Hoooola, soy el periodista... ¡Nada! Vamos a pasear por los jardines. ¿No te recuerda un poco a un parque que hay en el Sector 5, cerca del cementerio?
—No he paseado mucho por el cementerio, la verdad. ¿Tú sí?
—Soy gótica. Obviamente me gusta pasear por cementerios.
Su risa era contagiosa.
—Como albañil, ¿qué te parecen estos andamios? —me preguntó al cabo.
—Los he visto peores, la verdad.
—¡Eso no me consuela! Va, ya estamos dentro... ¡Joder!
—¡Joder!
Maldecimos a la vez cuando la luz titiló y la pantalla se sumergió en la oscuridad.
—Ah, está bien pensado lo de la cámara y la visión nocturna, al estilo REC.
—Sí, pero ojo, que la batería se agota y tienes que ir recogiendo pilas.
—La mejor arma de un periodista, su cámara.
El manicomio era como tétrico un laberinto, con los muebles creando obstáculos en los pasillos, habitaciones tapiadas con tablones de madera, sangre en el suelo y las paredes. Angy consiguió varios documentos y se vio obligada a reptar por los conductos de ventilación.
Me estaban gustando mucho las mecánicas del juego y, a pesar de no tener un mapa, lo intuitivo que estaba resultando avanzar. Además, los detalles que se conseguían gracias a Unreal Engine, aunque fuera la versión de hace diez años, eran increíbles.
Angy bajó del conducto. Puerta cerrada, puerta...
—¡Aaaaah!
Sentí como si el corazón se me fuera a salir del pecho y se me agarrotaron todos los músculos de golpe, y Angy se asustó tanto que rodó con la silla hacia atrás tapándose la boca. Seguidamente, se echó a reír.
—¡Da más miedo que una película, la verdad!
Volvió a acercarse al escritorio para seguir jugando, encantada con la experiencia.
La sala era una biblioteca que estaba patas arriba, nunca mejor dicho, puesto que lo que nos había asustado era un cuerpo colgado del techo por los pies que estaba decapitado. Encontramos más cadáveres y...
—Oh, este aún está vivo.
Atendimos a las palabras de un militar, que reveló cómo abrir las puertas principales y sugirió que el protagonista se fuera cagando leches de aquel infierno.
Angy volvió a un pasillo y, justo cuando intentaba atravesar un obstáculo, apareció un monstruo que agarró al protagonista y lo empujó al piso inferior a través de una ventana. Obviamente, nos asustamos de nuevo.
Llegó el turno de una pequeña cinemática en la que conocimos a un cura chalado y volvimos al modo juego. Nos cruzamos con más personajes que apenas reaccionaban ante el protagonista, pacientes y víctimas de los verdaderos monstruos. Tras una rápida pausa para ir al baño en la vida real, Angy consiguió llegar a la sala de seguridad y presenciamos cómo el cura apagaba el generador del sótano.
—¡Vaya capullo! Espera, por qué el juego me dice que me esconda en la taquilla y que no intente luchar...
Justo mientras seguía las indicaciones, pálida y murmurando algo entre los dientes, el monstruo que lo había empujado al piso inferior apareció y se dispuso a revisar la sala.
—¡Pero Angy, no salgas!
—¡Lo siento, me he puesto nerviosa y le he dado al botón!
—¡Corre!
Intentó huir, pero todos los pasillos estaban oscuros y no podía correr y usar la cámara al mismo tiempo.
—¡No sé por dónde voy! ¡Ah!
El monstruo atrapó al protagonista. Era un hombre gigantesco, como un luchador de sumo, calvo, con la cara desfigurada en un rictus cruel, los labios inexistentes dejando al descubierto toda la dentadura y los ojos brillando amarillos.
Primera muerte.
—Uf, siento un poco de ansiedad —confesó Angy.
Despegué rápidamente los ojos de la pantalla para observarla a ella. Se la notaba más crispada que cuando veíamos películas de miedo. Coloqué una mano sobre su rodilla.
—¿Quieres parar?
—No. Puedo gestionarla... ¿Y tú? ¿Estás bien?
—Sí, de momento el miedo y la tensión son soportables. Tú lo notas más porque estás manejando al personaje.
—Está muy bien logrado, la verdad. ¡No! No retires la mano, por favor —me retuvo—. Me tranquiliza sentirte.
A mí también me tranquilizaba, la verdad, así que tracé círculos sobre su piel y me deslicé arriba y abajo por su muslo.
Angy repitió la escena, esta vez manteniéndose escondida en la taquilla hasta que el monstruo se marchó, y consiguió bajar al sótano. Accionó el primer interruptor, pero las cosas volvieron a complicarse cuando apareció otro enemigo con un bate de béisbol con púas. Murió una vez, dos veces, tres veces...
—¡Joder! ¡Es imposible!
Pausé el juego.
—Tienes que mantener la sangre fría, ¿entiendes? Ahora conoces las salas que hay en el sótano, los lugares donde esconderte y el recorrido del enemigo. Es cuestión de planificar una estrategia y ejecutarla.
—Es que me enervo cuando empieza a perseguirme y suena la música.
Se me ocurrió una forma de liberarla de aquella tensión. Fui rápidamente a mi dormitorio y volví con la herramienta perfecta: una paleta de madera que tenía un agujero con forma de corazón en el centro.
—Cada tres muertes seguidas te azotaré treinta veces, ¿de acuerdo?
Su mirada me indicó que había captado el significado de aquellos azotes: no se trataban de un castigo, ni siquiera de retomar la dinámica de D/s del desayuno, sino de convertir la frustración que la paralizaba en algo que le despejase la mente y con lo que pudiera lidiar fácilmente.
—De acuerdo.
Se levantó la sudadera.
—Colócate sobre mis rodillas, bocabajo, que tu culo quede al alcance de mi mano. —Lo mejor de la silla del salón es que no tenía reposabrazos, así que no nos molestaría en aquella postura—. Un poco más en ángulo... Sí, así.
Conseguimos que mi pierna derecha quedase entre las suyas, creando un punto de apoyo. Con mi brazo izquierdo le rodeé el torso para mantenerla en posición y ella se sujetó al escritorio. Comencé propinándole toques suaves con la paleta.
—Esto es el calentamiento, eh.
Cuando la piel se tornó ligeramente rosa, comencé a contar.
El aire silbaba suavemente en la caída y el impacto era un golpe sordo, contundente, madera maciza contra carne. La paleta no solía generar ese dolor punzante asociado con el cinturón o la fusta, pero cubría un área relativamente grande con cada azote. Fui alternando entre una nalga y otra, quince azotes en cada una, intentando que el corazón cayera siempre en el mismo sitio.
—... Veintinueve... —Pam—. Treinta.
PAM. El último sonó sorprendentemente fuerte y le arrancó a Angy un quejido de dolor.
Dejé la paleta sobre la mesa y le acaricié el culo.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí... Ah.
Deslicé mis dedos por su sexo para comprobar su estado de excitación; como esperaba, estaba hinchado y mojado. Sonreí para mis adentros y la ayudé a incorporase.
—Ale, a seguir jugando, que tienes una misión que completar.
Miles murió una vez más antes de conseguir activar el generador y llegar de nuevo a la sala de seguridad. Ahí, sin que pudiera evitarlo, le atacó de nuevo el cura chalado.
—¿Por qué será que el terror está tan unido a la religión? —pregunté con ironía.
En el siguiente tramo del juego el nivel de violencia escaló. La inspección de las celdas fue especialmente tensa y el protagonista fue apuñalado por dos hermanos desnudos armados con machetes, perseguido de nuevo por el luchador de sumo y estrangulado a través de unos barrotes.
Angy consiguió llegar a las alcantarillas, pero en la misión de activar las válvulas de agua volvió a quedarse encallada y a morir tres veces seguidas.
Pausamos el juego y su culo recibió la azotaina correspondiente, adquiriendo un color rojo vivo; me encantaba sentir cómo se contraía su cuerpo sobre mis rodillas con cada azote, seguido de un gritito que cada vez sonaba más alto.
Tras otro par de intentos, cumplió aquella misión y continuó avanzando por las alcantarillas. Al llegar al pabellón masculino le propuse guardar y apagar un rato el ordenador.
Angy estaba realmente entusiasmada y rememoró todas las escenas que acababa de jugar mientras esperaba a que preparase la comida: espaguetis a la carbonara y lomo adobado.
—Me gusta mucho ese toque sobrenatural alrededor del Walrider, pero con tantos enemigos persiguiéndome cada vez es más difícil explorar y conseguir las carpetas con información.
—Lo estás haciendo genial, Angy —deposité un beso en su frente.
—¿Podemos jugar más esta tarde? —lanzó la pregunta con cierta timidez.
—¡Claro! Intercalarlo con sesiones de spanking lo está haciendo aún más entretenido.
—Me está ayudando mucho, y... también me pone mucho.
—Contaba con ello —le devolví la sonrisa.
Decidimos comer en la galería para despejarnos un poco. Mientras tomábamos café, jugamos a inventar historias sobre los vecinos del patio interior. Cuando el reloj marcó las cinco, regresamos al manicomio del monte Massive.
—A ver, cuál era el objetivo... «Alcanza la planta principal del pabellón masculino». Ah, que ahora tengo que aprender a mover armarios... Uy, aquí pone: «Primero dedos. Luego pelotas. Luego lengua». Les va el BDSM duro, eh.
Chasqueé la lengua.
—Se lo comentaré a Max para que lo use de slogan en un evento con temática: «sala de tortura en un manicomio».
—Nueva fantasía desbloqueada —Angy me guiñó un ojo.
El paseo por la enfermería resultó espeluznante y desembocó en una nueva persecución. Angy lo hizo genial y consiguió llegar al montacargas sin morir. Sin embargo, la celebración fue corta: al llegar al nuevo destino le esperaba un nuevo personaje.
—Noooooo... ¡Joder! Que este hijo de puta me va a torturar de verdad.
Me resultaba curioso escucharle proferir tacos.
Durante la cinemática le agarré de las manos y Angy las apretó, tensa.
—Joder, joder, joder... ¡Noooo!
Apartamos momentáneamente la mirada de la pantalla.
—Vaya cabrón...
—¡Angy, ahora puedes intentar soltarte!
Prácticamente se abalanzó sobre el ratón.
La siguiente media hora se basó en huir del doctor hasta que Angy encontró la llave del ascensor.
—Me apuesto lo que quieras a que el doctor nos ataca en la siguiente planta... ¡Es que lo sabía! Puñetero doctor... ¡Muérete!
Me estaba encantando cómo se metía en la historia.
—Este es un ejemplo de usar el entorno para matar a un personaje.
—Es muy frustrante no poder defenderte de otra manera...
—A mí me parece una mecánica muy interesante. Y el juego me está gustando mucho más de lo que esperaba —admití.
—¿Te estoy descubriendo nuevos horizontes, Eric? —canturreó Angy con diversión.
—Sí —le besé el cuello, por encima del collar, mientras colaba una mano por el escote de su sudadera para acariciarle los pechos—. ¿Decías que te apostabas lo que quisiera si acertabas?
Angy gimió como respuesta. Le susurré al oído:
—Te regalo la paleta.
—Pero Eric...
—Nada de “peros”. Una apuesta es una apuesta. Y, antes de continuar, cerrémosla como lo merece.
Tras aquella tanda, sus nalgas adquirieron un color rojo granate, y estaba seguro de que el mínimo roce con la tela de la sudadera le dolía. Sin embargo, dicho dolor demostró mantener a raya su ansiedad incluso cuando le empezó a perseguir el monstruo de sumo de nuevo.
—Joder con las misiones de abrir válvulas... —Angy resopló, removiéndose en el asiento.
Al llegar a las cocinas del manicomio nos comimos otro susto que acabó en carcajadas compartidas. Finalmente, conseguimos salir al patio e hicimos otra pausa para ir al baño.
—Uf, no se ve nada... ¿Podemos escapar?
—No creo... ¡Joder! —Me sobresalté—. ¿Has visto eso? ¿Es un fantasma?
—No lo sé...
Entre la tormenta y la oscuridad de la noche, Angy tardó un rato en orientarse, encontrar la llave en la caseta de mantenimiento y abrir la verja.
—¡¿Eso es el Walrider?! Bueno, parece que se ha ido... ¿Subo por aquí? —se refirió a la escalera de mano pegada al edificio.
—Yo diría que sí... ¡Oh, parkour! Ojo, que si te caes seguramente te puedes... morir —y eso ocurrió.
La exploración del patio se alargó casi una hora, saltando de una estructura a otra, dando tumbos bajo la lluvia y escondiéndose de los enemigos. Cuando por fin Angy llegó al pabellón femenino, decidimos guardar la partida y apagar definitivamente el ordenador.
—¿Qué te parece si vamos al dormitorio a liberar lo que queda de tensión?
Angy asintió, entusiasmada, y yo sonreí para mis adentros.
Cuando nos detuvimos ante la King size volví a adoptar el rol de Dom y, con un tono bajo y grave, le ordené:
—Quítate la sudadera. A tergo, como una buena perra.
Angy se colocó obedientemente en el borde de la cama, a cuatro patas mirando hacia el cabecero, de manera que yo pudiera situarme a su lado, de pie. Me recreé largos minutos acariciando su cuerpo con la paleta de madera... Tracé el arco de su espalda. Contrarresté la caída de sus pechos y golpeé suavemente sus duros pezones, arrancándole quedos gemidos. Bordeé la lágrima que pendía de su ombligo. Descendí por su vientre. Giré la paleta y deslicé el canto por su sexo; la madera adquirió en seguida un tono brillante y oscuro.
—¡Qué mojada estás! Qué buena chica... —Volví a apoyar la paleta sobre su culo, abarcando ambas nalgas de manera que el hueco con forma de corazón enmarcase su sexo, si bien con tanta carne de por medio no estaba seguro de que llegase a rozarlo—. ¿Preparada para la última tanda?
—Sí, Amo.
Su voz temblaba por la emoción.
Como me gustaban los números redondos, decidí propinarle sólo diez azotes, eso sí, tratando de transmitir toda mi fuerza en cada azote.
PAM.
PAM.
PAM.
Angy contuvo sus gritos mientras su cuerpo buscaba instintivamente huir de la paleta, así que me vi obligado a mantenerla en posición sujetándola del collar con la otra mano. Aproveché para susurrarle al oído:
—¿Sabes? El primer punto de la reforma fue insonorizar el apartamento... Así que no te preocupes, no causarás ningún escándalo. Grita todo lo que quieras, preciosa... Libérate para mí.
Esas tres últimas palabras desencadenaron una de mis sinfonías preferidas.
El silbido de la paleta al caer.
PAM.
La madera percutiendo vigorosamente contra la carne.
PAM.
El cuerpo vibrando como la cuerda de una guitarra.
 PAM.
Las cuerdas vocales profiriendo alaridos de verdadero dolor y de profundo placer.
PAM.
El pulso marcando un nuevo ritmo.
PAM.
Un ritmo que yo marcaba.

PAM.

Ser Dom es como ser el director de una orquesta. Al fin y al cabo, el deber de un Dom es dirigir a la persona sumisa, adaptando la dinámica en cada momento y buscando explotar su potencial para ejecutar una obra única, personal y maravillosa. Por supuesto, era consciente de que ser un buen Dom es tan complicado como ser un buen director de una orquesta, pero ayudan enormemente otros factores como la relación con la otra persona, el compromiso, la intimidad y la pasión.
PAM.
            Y así surgía el amor.
PAM.
Tras el último azote, permití que Angy quedase tumbada bocabajo. Lancé la paleta sobre el colchón, me quité rápidamente los pantalones y me coloqué a horcajadas sobre sus muslos, con mi polla apuntando ansiosamente su culo enrojecido. Alcancé un bote de lubricante y me la unté sin escatimar. Seguidamente, la coloqué entre sus nalgas y, agarrándome de ellas, justo a la altura en la que había conseguido que quedasen los verdugones en forma de corazón, me deslicé hacia delante y hacia atrás, sin penetrarla.
Angy sollozó contra el colchón y dirigió sus manos hacia las mías, supuse que porque estaba dolorida por los azotes y, al mismo tiempo, porque necesitaba sentir que no era solamente un pedazo de carne. Entrelacé mis dedos con los de ella y continué masturbándome con su culo. Estaba tan excitado que notaba la punta hipersensible y en seguida supe que no iba a durar mucho, pero no me importaba. La follé como un perro en celo, restregándome contra su piel incandescente, sumando mis gemidos de placer con sus gemidos de dolor, hasta que la vista se me cubrió de estrellitas y estallé en mi orgasmo. Los chorros de corrida se deslizaron entre los hoyuelos de sus lumbares.
Subí nuestras manos por encima de su cabeza y me incliné hacia delante hasta quedar prácticamente tumbado sobre su espalda. Le besé los hombros y las orejas, susurrándole lo bien que había aguantado los azotes y lo maravillosa que era.
—Pero hoy tampoco voy a correrme, ¿verdad?
Bufé.
—El edging es delicioso... ¿no me dijiste eso?
Angy gruñó algo contra el colchón. Solté su mano derecha para alzarle la cabeza, agarrándola de la nuca con cierta rudeza.
—¿Qué dices, perra?
—Que esto no es edging... Es outlast.
Me costó un poco captar el matiz, pero finalmente le di la razón con una carcajada. El objetivo de aquel fin de semana era comprobar cuánto tiempo perduraría Angy en ese estado entre el dolor y el placer insatisfecho, hasta rogarme que le permitiera correrse, rindiéndose completamente a mí.
Infestación, opresión y posesión.
Angy conseguía despertar mi faceta más demoníaca.

 
 
 

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