Llevaba más de una hora lista para
salir, vestida con la chupa de cuero y el bolso colgado del hombro. Había
intentado leer el webcómic para entretenerme, pero me sentía nerviosa y
descentrada, y al final había acabado sentada en una silla junto a la ventana,
esperando con ansias que una Kawasaki verde aparcase frente al portal.
Revisaba el reloj varias veces por
minuto, lo cual no iba a hacer que el tiempo discurriera más deprisa, por
supuesto, y tampoco iba a cambiar el hecho de que Eric y yo habíamos quedado a
las siete y aún eran menos cuarto.
Suspiré por enésima vez. Vi cómo mis
vecinos entraban y salían del portal. Una de ellas era la Karen, que tiraba del
carrito de la compra vestida de Luis Vuitton; deseé que no nos la cruzásemos,
puesto que no tenía ánimos para aguantar a más personas desagradables.
¡La jornada en la oficina había sido
un infierno! Al punto de la mañana había tenido una reunión interminable en la
que cada vez que intentaba hablar, mis compañeros me interrumpían, acallándome
e ignorándome deliberadamente. Cuando por fin había concluido, había regresado
a mi puesto al borde de las lágrimas, frustrada y enfadada. Para más inri, el
cretino de mi jefe se había acercado para reprocharme lo poco que había
participado y, al percatarse de mi agitación, me había preguntado si me
encontraba “en esos días del mes”. Yo había evitado responder aquella pregunta
y le había inquirido cómo pretendía que participase en las reuniones si mis
compañeros no me cedían la palabra. Mariano había suspirado y había respondido
que la voz de un hombre siempre iba a sonar por encima de la de una mujer.
Luego había colocado su pesada mano sobre mi hombro y me había recomendado que
compartiera más tiempo con mis compañeros, por ejemplo, en las pausas del café
o en la hora de la comida, para ganarme su simpatía. Con la náusea
atravesándome la garganta, había replicado que yo acudía a la empresa a
trabajar, no a hacer amigos. Entonces él me había invitado a volver al trabajo
y a probar mi valía en la empresa más allá de cumplir un porcentaje de esa
discriminación positiva que, según él, realmente discriminaba a los hombres.
En mi mente, intenté sustituir su
mirada heladora y el peso de su mano por los ojos de Eric y el recuerdo de sus
caricias. Por suerte, no tuve que esperar mucho más a hacerlas realidad; antes
de que el reloj marcase las siete apareció la moto, así que me apresuré a bajar
a su encuentro.
—¡Eric!
Prácticamente me abalancé entre sus
brazos. Eric se había quitado el casco para recibirme, por lo que pudimos
fundirnos en un beso de bienvenida; el cálido contacto con sus labios borró de
un plumazo toda la ansiedad y el estrés.
—¿Me has echado de menos o qué? —se
rio contra mi boca.
—Demasiado.
—Yo también te he echado de menos,
Angy.
La felicidad me invadió al
escucharlo y le volví a besar, profundizando el beso. Eric coló sus manos bajo
mi cazadora y me acarició la espalda.
Para aquella cita había escogido una
falda de tartán rosa y un top a juego sobre una camiseta de rejilla; tenía las
piernas cubiertas con medias del mismo estilo, y había completado el outfit con calcetines largos hasta las
rodillas y botines.
Los dedos de Eric pasearon por la
cinturilla de falda hasta mis caderas y las masajearon con suavidad.
—Me encantas... —murmuró con los
ojos entrecerrados.
«Tú también me encantas» quise
responderle, pero las palabras se perdieron en otro beso.
Cuando nos quedamos sin aliento nos
obligamos a separarnos un paso de distancia. Un abismo.
Me fijé en la ropa que llevaba:
botas militares negras, pantalones vaqueros negros que se ceñían a sus muslos y
una sudadera oversize que presentaba
en el pecho un mensaje neotribal ininteligible. El sol del atardecer se
reflejaba en su pelo rapado, arrancándole destellos rubios casi transparentes.
Se había maquillado los ojos con sombras negras, así que su mirada parecía más
profunda, y en su cuello...
—¡Llevas mi collar! —exclamé
mientras tocaba una de las púas.
—Claro, por si te apetece
convertirme esta noche en tu esclavo.
Me guiñó un ojo.
Retiré la mano, dudosa.
—¿Y si me apeteciera cambiar de
roles?
Irónicamente, cuando sentía que me
hacía falta recuperar el control de mi vida lo que mejor me funcionaba era la
sumisión. Simplemente no tener que pensar, no tener que preocuparme, solamente
dejarme llevar por una mano en la que confiase. ¡Qué difícil había sido
encontrar esa mano! Hasta ahora.
Noté que al escuchar mis palabras la
actitud de Eric cambiaba ligeramente, como si hubiera activado el interruptor
de Dom.
—¿Quieres probar a ser mi sub durante el fin de semana? —preguntó,
como si quisiera asegurarse.
—Sí. Lo único... ¿Mañana no tienes
asuntos familiares?
Eric sacudió la cabeza.
—Es el cumpleaños de la madre de
Musa, así que mi hermana y mis sobrinos van a celebrarlo con esa rama de la
familia. En cuanto a mis padres, han decidido aprovechar el buen tiempo e irse
de acampada con la furgoneta. Me invitaron, pero les dije que ya tenía planes.
Dijo lo último con una sonrisa de
hoyuelos que le hacía parecer mucho más joven e inocente.
—Entonces... viernes, sábado y
domingo —conté con los dedos—, seré tu sub
durante el mismo tiempo que lo fuiste tú el fin de semana pasado. ¿Iremos a tu
apartamento o al mío?
Eric no se lo pensó dos veces.
—Al mío.
—No he cogido un pijama...
—No lo necesitas. —Me interrumpió
con una voz entre autoritaria y juguetona—. ¿Llevas el neceser con lo más
importante?
—Sí.
—Perfecto. Ahora, sólo queda
arreglar un detalle...
Se desabrochó el collar y se colocó
detrás de mí para ponérmelo; el cuero estaba caliente por el contacto con su
piel, lo cual me pareció un detalle tremendamente erótico. La caricia de sus
dedos en mi nuca me provocó escalofríos, al igual que su aliento en mi oreja
cuando susurró:
—Así queda claro quién es la perra
en cada momento.
Abrí mucho los ojos, sorprendida por
la expresión, pero no me sentí ofendida. Eric parecía estar esperando mi
reacción, de modo que decidí seguirle el juego.
—¿Y la correa?
Se le escapó una carcajada.
—Para otra ocasión. —Se separó de
nuevo y definitivamente se dirigió hacia la moto—. Venga, ponte el casco y
monta, que le dije a Max que llegaríamos antes de las ocho.
La galería de arte se encontraba en
el Sector 1, en el mismo corazón de la ciudad. Su cartel, compuesto por luces
de neón, arrojaba luz rosa contra la pared de ladrillos negra. Teniendo en
cuenta que el local se encontraba en una bocacalle de una de las avenidas más
importantes, me sorprendía y apenaba no haberme fijado antes en él. Al mismo
tiempo, me alegraba que Eric me la hubiera descubierto en nuestra primera cita;
que él me explicase el concepto de L’Appel
du vide y recorriéramos juntos las salas, disfrutando del arte, de nuestra
conversación y de la mutua compañía. Tenía muchas ganas de descubrir la
siguiente exposición y, más aún, de descubrir las fantasías que nos inspiraría.
Eric me abrió la puerta del local,
así que fui la primera en recibir el saludo de Max.
—¡Me alegro de verte de nuevo, Angy!
—Esta vez vestía con un traje de terciopelo verde botella y su pelo corto,
naranja como el fuego, apuntaba en mil direcciones diferentes—. Bueno, y a ti
también, Eric.
—Ya, claro... Oh, ¿tienes una nueva
empleada?
Me fijé que frente al mostrador
había una chica sentada que nos saludó con timidez.
—Sí, Lorena está haciendo las
prácticas de su FP. ¡Es una joya! Ella planteó el marketing de esta exposición y ha sido tan efectivo que, desde su
inauguración, la galería no ha estado vacía ni un solo minuto. También se han
reservado ya varias obras... —Como para apoyar sus palabras, dos chicas
salieron por la puerta izquierda y se dirigieron directamente al mostrador—.
Pero descuidad, todas se podrán disfrutar hasta el final de la exposición.
—¡Qué ganas de verla! —exclamé.
—¡Pues no se hable más! —Max nos
acompañó hasta la puerta de la derecha—. Ya sabéis que podéis dejar aquí
vuestras chaquetas.
—Gracias —le tendí mi chupa de cuero
con cierta timidez.
Cuando Eric se quitó la sudadera, el
extremo de su camiseta se elevó, mostrando momentáneamente sus abdominales. No
pude evitar fijarme en si Max lo miraba también; sus ojos rasgados lo
observaron sin ningún reparo y seguidamente volvieron a posarse en mí.
—Que disfrutéis de la llamada del
vacío —canturreó.
Eric y yo recorrimos las salas con
parsimonia, deteniéndonos frente a las obras para compartir nuestras
impresiones. Había una decena de personas viendo la exposición a la par que
nosotros, por lo que hablábamos entre susurros; para poder escucharnos sobre la
música lo-fi y otras conversaciones, nos abrazamos a la cintura del otro y nos
movimos al unísono.
«Como una pareja», pensé, pero por
supuesto no me atreví a decirlo en voz alta.
Aunque estaba ligeramente nerviosa y
excitada por la cercanía de Eric, me sentía muy cómoda. L’appel du vide había resultado ser como Skeleton Moon, un lugar donde nadie te juzgaba y lo que se
encontraba “fuera de la norma” era “normal”. Un lugar seguro.
Casi sin darnos cuenta llegamos al
final de la exposición y desembocamos de nuevo en el luminoso vestíbulo.
—¿Os ha gustado la exposición? —nos
preguntó Max con una sonrisa.
Estaba inclinade sobre el mostrador,
como si justo en ese momento le estuviera diciendo algo a Lorena.
—¡Nos ha encantado!
—Pues ya sabéis, ¡recomendádsela a
todo el mundo! Es gratis. —Nos dedicó un guiño—. Y si alguna obra os ha robado
el corazón, podéis comprar la original y colgarla en vuestro salón para que la
disfrutéis siempre que queráis, o podéis comprar una reproducción en forma de
lámina a un precio mucho más económico; ambas van acompañadas de un certificado
de autenticidad. Además, siempre tenéis la opción de hacer una donación a la
galería.
Supuse que la primera vez que había
visitado la galería con Eric ninguno de los dos había comentado nada de la
compraventa de las obras para no presionarme. Me planteé las opciones de
comprar una lámina o de hacer una donación. Eric debió de notar que dudaba,
pues comentó:
—No hace falta que compres o dones
nada si no quieres, Angy. Habrá más exposiciones en el futuro.
—Ya, pero si todo el mundo pensase
así, nadie compraría y ni la galería ni los artistas recibirían beneficios.
Max chasqueó la lengua.
—Si este fuera el primer año de la
galería te daría la razón. Pero L’appel
du vide ha cumplido siete años y me enorgullece poder decir que es un
negocio bien consolidado. Cuenta con una amplia red de contactos, artistas,
mecenas, ojeadores y compradores habituales. Aparte, existen ayudas del
Gobierno para los eventos culturales. Me alegra que tengas en cuenta el papel
fundamental que jugáis les visitantes y te lo agradezco de todo corazón. De
hecho... —Se dirigió hacia el perchero y nos tendió nuestras prendas—. Ahora
había pensado tomarme un pequeño descanso. ¿Os apetece acompañarme? Invito yo,
como agradecimiento por vuestro apoyo.
Eric me preguntó con la mirada y yo
asentí; Max me intrigaba y atraía en dosis iguales, y no quería perder la
oportunidad de conocerle un poco mejor.
Max le aseguró a Lorena que no
tardaría más de una hora y que estaríamos justo en el local de al lado, por lo
que no dudase en llamarle si le necesitaba.
Nos instalamos en la primera mesa
vacía que encontramos. Mientras Max me contaba que se había formado en las
mejores escuelas de arte de Francia e Italia y que con mi edad había inaugurado
L’appel du vide, el camarero nos
sirvió nuestras bebidas —un té frío para Max, una cerveza sin alcohol para Eric
y una tónica para mí—, además de un platazo de patatas bravas, otro de
calamares y un surtido diverso de tapas y croquetas.
—Bueno, cuéntame un poco más de ti,
Angy.
Le hablé sobre mi vida y mis
aficiones, muy resumidamente para no aburrir a Eric, quien ya lo había
escuchado en nuestras primeras citas; sin embargo, él no parecía en absoluto
aburrido mientras me escuchaba.
—Así que os conocisteis en ese antro
de mala muerte.
Max ató los cabos cuando comenté que
solía ir a bailar a Skeleton Moon.
—Nos ofendes, Max —Eric se rio.
—No podéis negarme que habría sido
más romántico conoceros en mi galería de arte. Viendo una de las
exposiciones... o en un taller, como conociste a Joel.
—¿Un taller? —inquirí con
curiosidad.
Max y Eric compartieron una mirada
cómplice antes de que elle preguntase:
—¿Te has fijado en que la última
sala da a una puerta que pone “Atención: sólo personal autorizado”? —Asentí—.
Es la Sala X. En ella se llevan a cabo talleres donde aprender a realizar
actividades de BDSM de forma correcta y segura. Los más frecuentes son los de bondage, pero también son recurrentes
los talleres para aprender a manejar distintos tipos de látigos, agujas,
velas...
—¿Es una mazmorra? —Mi tenedor se
quedó a medio camino por la sorpresa.
—No es una sala de alquiler para
particulares, si es lo que estás preguntando. Pero sí que está bastante bien
equipada y de vez en cuando organizo eventos públicos... y privados. —Se me
aceleró el pulso al imaginar lo que implicaban sus palabras—. ¡Pensaba que le
habrías hablado de ello! —Max se dirigió a Eric con un tono de reproche.
Lo pilló en mitad del proceso de
atacar a una croqueta, así que tuvo que esperar a que la tragase para obtener
su respuesta.
—Lo de los talleres se lo iba a
plantear a Angy en cuanto me avisases del próximo. Respecto a los eventos... Tú
eres quien envía las invitaciones.
Max chasqueó la lengua y volvió a
fijar su atención en mí.
—¿Te gustaría que te invitase, Angy?
—Yo... Me encantaría hacer algún
taller. Lo otro... no estoy segura. ¿En qué consisten esos eventos?
—Son eventos que giran alrededor del
sexo kinky, por supuesto.
Entre Max y Eric me explicaron en
qué consistían. Algunos eran encuentros para swingers en los que se intercambiaban las parejas. Otros, fiestas
temáticas de látex o de cuero en los que la indumentaria y los accesorios eran
los protagonistas. Los que me parecieron un poco surrealistas fueron los
eventos de petplay en los que
literalmente se exhibían a las personas con correas, bozales, bridas...
—Una vez planteaste un concurso para
elegir a la mejor mascota, ¿recuerdas?
—¡Ah, sí! —Max le dio otro sorbo a
su vaso, que ya estaba medio vacío—. Hace poco pensé en plantear una carrera de
equitación y elegir al caballito ganador. ¿Qué opináis?
—No es mi kink —replicó Eric, sacudiendo la cabeza.
—Los arreos no son tan diferentes de
los arneses que sueles llevar —Max puso los ojos en blanco—. En resumen, Angy, son
eventos en los que se pueden explorar todo tipo de kinks, como cuando ves una de las exposiciones de la galería, pero
con la oportunidad de participar en ellos.
—¿Tú siempre participas, Max?
Me llevé a la boca una tapa en la
que el pan estaba untado con pasta de oliva negra y decorado con jamón.
—He de admitir que no siempre. A
veces simplemente organizo el evento y me aseguro de que todo vaya como la
seda.
—¿Y tú has participado en algún
evento, Eric?
—Sí, he participado un par de veces,
pero prefiero los encuentros sexuales más íntimos y personales.
Por debajo de la mesa, coló su mano
bajo mi falda y la colocó entre mis muslos, presionando ligeramente contra mi tanga.
Me daba un poco de vergüenza y apuro que lo hiciera en un lugar público,
particularmente delante de Max, pero al mismo tiempo me excitaba; notaba mi
sexo hinchado y húmedo, y por supuesto Eric lo notó también.
—Creo que a Angy le gustaría
participar en algún evento —sonrió y retiró la mano de nuevo.
Max nos observó con su mirada
felina.
—Os enviaré el cartel del próximo
taller en cuanto cierre las fechas. Así tendrás una primera toma de contacto
con la Sala X, Angy.
—Gracias, Max —murmuré.
Tenía muchas ganas de probar
actividades kinky nuevas y de
experimentar con mi sexualidad, y esperaba de todo corazón que Eric fuera la
persona que estuviera a mi lado. Además, ¿quién sabe qué otras personas podrían
sumarse a la aventura?
Conforme charlábamos de nuestros
gustos e intercambiábamos opiniones respecto a diversos temas —arte, sexo e
incluso política—, terminamos de cenar y llegó el momento de tomar caminos
separados.
—¡Que vaya bien en la galería, Max!
—¡Gracias! Y, de nuevo, muchas
gracias por venir. Espero verte pronto, Angy. —Su cabello anaranjado atrapó los
tonos rosáceos del cartel de neón—. Conduce con cuidado, Eric, y espero que La otra mirada os haya inspirado para
esta noche.
—Siempre es un placer visitar tu
galería. —Se bajó la visera del casco—. ¡Y ya lo creo! Uno de los cuadros me ha
parecido muy inspirador...
Eric arrancó y yo me abracé a su
espalda. El ronroneo de la moto se sumó a la risa de Max.
Apenas entramos en su apartamento,
Eric me empujó contra la puerta y me besó con fiereza. Invadió mi boca con su
lengua y enredó su mano izquierda en mi nuca mientras que con la otra recorría mi
cuerpo; no como una caricia sensual, no, sino apretando mi carne, magreando mi
culo, mis muslos, mi tripa y mis pechos por encima de la ropa con tanta fuerza
que no me sorprendería que al día siguiente mi piel apareciera decorada con
moratones.
Ahogué un gemido de placer cuando colocó
su pierna derecha entre las mías, obligándome a separarlas; mi sexo encajó con
su rodilla y noté su erección clavándose contra mi cadera. En un afán de
aliviar mis ganas, comencé a restregarme contra él...
—Como una perra.
Su voz hizo que me detuviera de
golpe. Eric había empleado un tono que no había escuchado de él hasta ese
momento, lascivo y duro, como si quisiera que me avergonzase de ello... Y lo
consiguió. Noté calor cubriendo mis mejillas, mis orejas y mi pecho, pero
también un cosquilleo en el vientre.
Eric había roto el beso para poder
hablar, pero mantuvo su rostro pegado al mío, con nuestras narices rozándose y
nuestras miradas trabadas. Su mano se detuvo en mi collar, enganchando el cuero
con los dedos de forma que sus nudillos rozaron mi piel a la altura de la
yugular.
—De rodillas, perra.
Tiró hacia abajo y todo mi cuerpo
obedeció sin oponer resistencia.
—Buena chica... —Me palmeó la
cabeza—. Dame tu chaqueta.
Lo hice y la colgó en un perchero.
—Me gusta mucho el conjunto que
llevas... Eres muy sexy... Pero tenemos que trabajar tu pose.
Chasqueó la lengua, como si
estuviera decepcionado, y eso me dolió más que si me hubiera propinado una
bofetada.
—Las rodillas juntas —con la punta
de su bota me dio unos ligeros toques en la pierna, indicándome que las
juntase—, las manos sobre los muslos y la espalda recta.
Seguí sus indicaciones, intentando
complacerle.
—La mirada al frente...
Mi mirada quedaba a la altura de su
paquete.
—Mucho mejor. —Noté que volvía a
apoyar su mano en mi cabeza y se me hizo la boca agua sólo de pensar en que el
cualquier momento se desabrocharía los pantalones y me follaría la boca. Sin
embargo, dijo—: Ahora, vamos a repasar otras poses básicas...
Eric me hizo abrir de nuevo las
piernas, esta vez colocando las palmas de las manos hacia arriba. La cabeza
también alta, exhibiendo con orgullo en collar, pero los párpados cerrados
hasta que él ordenase lo contrario.
—Esta pose se llama nadu. La
siguiente es expuesta...
Me fue enseñando y corrigiendo las poses,
hasta que terminé de pie en espera. Nunca había imaginado que me disfrutaría
tanto al someterme de esta manera, de una forma más mental que física.
—Como acabamos de empezar tu
entrenamiento seré indulgente con tus fallos. Pero después de este fin de
semana quiero que, con sólo nombrar la pose, la adoptes a la perfección, pues
si te equivocas...
Otro chasquido de lengua me dejó muy
claro lo que me ocurriría.
En mi interior luchaban dos lobas: la
que quería hacerlo a la perfección y ser recompensada, y la que quería que
fallase para recibir mi castigo.
—Dile a tu Amo que lo has entendido,
perra —su tono volvió a endurecerse y su mirada verde se tornó adusta.
—Lo he entendido, Amo.
Era la primera vez que empleaba ese
apelativo, pero supo igual que la miel en los labios.
—Bien... Desnúdate y vuelve a la
pose de espera.
Eric recogió el montón de ropa y se
lo llevó al dormitorio, dejándome plantada frente a la puerta de la entrada.
Tardó varios minutos en regresar, pero no rompí la pose.
—Estás empapada —deslizó los dedos
por la parte interna de mis muslos hasta llegar a mi sexo—. No sé qué me gusta
más, que te comportes como una brat o que seas una perra obediente.
Me masajeó el clítoris con suavidad
y mis piernas comenzaron a temblar.
—¿No llevas un tampón? —inquirió,
abandonando momentáneamente su rol de Dom.
De repente recordé que seguía
teniendo la regla.
—Llevo la copa menstrual —le
expliqué.
Una idea iluminó sus pupilas.
—¿Si te la quitas estará llena de
sangre?
—Supongo que sí... Pero para
quitármela y evitar que esto se convierta en una película de Tarantino lo más
cómodo sería usar el bidé.
Se rio suavemente al escuchar la
referencia cinematográfica.
—Vamos al baño.
Cuando llegamos me indicó que me
sentase en el bidé. Me ponía un poco nerviosa que me mirase durante el proceso,
pero al final conseguí extraer la copa sin derramar su contenido; con los dedos
rompí el hilo de sangre y flujo que la unía con mi vagina. Como era el tercer
día seguía habiendo un volumen considerable (también se sumaba que no me la
había cambiado desde que había regresado del trabajo) y el color se había
tornado rojo oscuro como el zumo de frambuesa.
—Dámela.
Se la tendí con cuidado. Eric
observó la copa con curiosidad.
—Nunca había visto una copa
menstrual en vivo y en directo —confesó—. Es más pequeña de lo que esperaba...
¿La notas cuando la llevas?
—Sólo si me la pongo mal.
Eric asintió para sí mismo y, sin
apartar los ojos de la sangre, preguntó:
—¿Te incomoda la sangre?
—No me da miedo. Pero tampoco es
santo de mi devoción sangrar por el coño una semana al mes, y menos cuando me
duele los primeros días.
—¿Ahora te duele?
—No, estoy bien. ¿Por qué...?
—Inspección.
Tardé unos segundos en darme cuenta
de que me estaba dando una orden para una pose. Me levanté, me situé delante de
él, abrí las piernas y coloqué mis manos detrás de mi cabeza, como si tuviera
que pasar un control de policía.
—Perfecto, buena chica —me felicitó
con una sonrisa comedida.
Lo siguiente que hizo Eric no me lo
hubiera esperado ni en un millón de años: hundió dos dedos en la copa menstrual
y utilizó mi propia sangre para pintar en mi cuerpo.
—Mira al frente —me regañó.
—Sí, Amo —le obedecí a
regañadientes.
No estaba segura de si estaba
dibujando o escribiendo, y como había quedado de espaldas al espejo no podía
verme ni si quiera por el rabillo del ojo. Dejé mi mirada fija en un punto
entre dos baldosas y me centré en mis otros sentidos. Notaba el tacto viscoso
dejando rastros en mi piel, su olor a hierro alcanzando tenuemente a mi nariz,
pero no sentía asco. Es cierto que la pose me hacía sentir expuesta, pero
pronto la vergüenza inicial se vio eclipsada por la excitación.
Eric se concentró en la parte de
delante, particularmente en la zona de mi vientre, y con la sangre que le
quedaba terminó trazando algo en mi culo.
—Hermosa... —murmuró, y me dio la sensación de que lo
hacía más para sí mismo que para mí. Seguidamente se situó frente a mí—. Ahora
quiero que cierres los ojos, ¿de acuerdo?
La verdad es que me moría de ganas
por mirarme al espejo, pero le obedecí. Eric me tomó de la cintura y me guio
con cuidado hasta la ducha, pues noté en las plantas de los pies el plato
ligeramente mojado.
—Ya puedes abrir los ojos. Gírate
hacia mí... De rodillas.
Adquirí la primera pose que me había
enseñado.
—Buena chica... —Me palmeó la cabeza
y dejé escapar un suspiro de satisfacción. Con la otra mano extrajo algo del
bolsillo de sus pantalones—. Voy a hacerte fotografías para que puedas verte
más tarde, ¿de acuerdo?
Una lucecita roja apareció en mi
mente. Luego recordé los nudes que habíamos intercambiado y me relajé un
poco. Confiaba en Eric, al menos un 99%, si bien ese 1% restante me instaba a
ser precavida.
—Pero que no se me vea la cara, por
favor —le pedí.
—Sí, claro. Y por supuesto podrás
borrarlas luego, si lo prefieres.
—Vale... —me relajé un poco más.
Eric se alejó unos pasos para
hacerme las fotografías y volvió a guardar el móvil. Por fin, pude ver cómo desabrochaba
su pantalón y se lo bajaba junto con los calzoncillos, liberando su erección.
Su polla me parecía perfecta en
todos los sentidos, tanto en largo como en grosor, tanto en aspecto como en
forma. Además, no estaba circuncidado, así que la piel de su glande era tersa y
suave, y cubierta de líquido preseminal tenía el mismo aspecto que un bollo cubierto de almíbar.
Eric se aproximó a la entrada de la
ducha y, con la polla en la mano, flexionó las rodillas de manera que pudiera
orientarla hacia mi boca. La abrí sin que hiciera falta que me dijera nada y me
preparé para chupársela con entusiasmo.
Eric basculó la pelvis y se abrió
paso por mi garganta hasta que sus huevos chocaron con mis labios. Luego enredó
la mano izquierda en mi pelo, mientras que con la otra me sujetó del cuello, y sin
darme tiempo para acostumbrarme comenzó a follarme la boca a un ritmo
implacable.
A los pocos minutos los ojos se me llenaron
de lágrimas, mi respiración se tornó superficial y entrecortada, y la saliva que
se me acumulaba en la boca comenzó a chorrearme por la barbilla. Esta vez los
gemidos de Eric sonaban graves, casi guturales.
—Sigue moviendo la lengua, perra...
Intentaba recorrer su polla a
lengüetazos, pero apenas me daba tiempo debido a que él se clavaba una y otra
vez en lo más profundo de mi garganta; o al menos en lo más profundo que le
permitía aquel ángulo.
Se agachó un poco más. De repente,
su polla pareció traspasar una barrera y noté de pronto que me quedaba sin
respiración. Instintivamente intenté apartarme, pero sus manos me mantuvieron
en posición, empujándome con firmeza hacia él con el objetivo de forzar ese
límite.
—¡Mmfp!
Estuve a punto de chasquear los
dedos, pero entonces Eric me pidió con la suavidad de una pluma:
—Aguanta un poco más...
Las lágrimas desbordaron mis ojos y
noté que mi garganta sufría espasmos, como si intentase librarse de aquel
objeto que la atoraba. En mis pulmones la sensación era muy parecida a cuando
practicaba la hipoxia intermitente, quizás un poco más dolorosa debido a la
violencia del acto, pero quizás precisamente por eso me daba más placer que
nunca.
Tras lo que pareció una eternidad,
Eric por fin se apartó, extrayendo su polla completamente. Boqueé con fuerza,
desesperada por tomar oxígeno de nuevo, y Eric me acarició de nuevo la cabeza,
apaciguándome.
—Buena chica... Pero aún no hemos
terminado. Recupera la pose. —Con el cuerpo temblando me reposicioné—. Ahora
quiero que mires hacia arriba.
Ante mis ojos comenzó a masturbarse.
¡Dios! Su polla se veía inmensa desde aquel encuadre, y el movimiento de su
mano resultaba completamente hipnótico.
—Me voy a correr sobre tu preciosa
cara. ¿vale?
—¡Sí, por favor! —Gemí, y en seguida
añadí—: Amo, córrete sobre mi cara.
—¡Joder, Angy!
Mis palabras actuaron como un
gatillo: tras deslizar su mano desde la punta hasta la base, su polla se tensó
y empezó a expulsar chorros de corrida que cayeron directamente sobre mi
rostro; sobre mi frente, mi nariz, mis mejillas, mis labios... Menos mal que
cerré los ojos rápidamente, pues algunas gotas también cayeron sobre mis
párpados.
—Ahora te ayudo, no te muevas...
Esperé pacientemente a que Eric me
limpiase los párpados con una toallita húmeda. Cuando pude abrirlos de nuevo y
lo vi de pie frente a mí, esa sensación tan cálida que llevaba semanas
invadiendo mi pecho se intensificó.
—¿Puedo levantarme ya, Amo?
—Aún no. Falta un último detalle...
¿Cómo marcan los perros su territorio?
El pulso se me aceleró y esta vez
fui yo la que di la respuesta. Eric sonrió hasta que se le formaron los hoyuelos
en las mejillas.
—Nadu —me ordenó.
Arrodillada en el frío suelo de la
ducha, abrí las piernas, mostrándole mi coño húmedo e hinchado, y sobre mis
muslos coloqué las palmas de las manos hacia arriba. Cerré los párpados de
nuevo. Conté los segundos: uno, dos, tres, cuatro... Cuando llegué al cuarenta
y cinco, Eric me ordenó:
—Abre los ojos.
Se había desnudado completamente y se
había aproximado de nuevo.
Iba a ser la primera vez que recibía
una lluvia dorada, y me sentía al mismo tiempo nerviosa y excitada. Cuando la orina caliente impactó en mi cuerpo, dejé
escapar un suspiro; noté cómo discurría por mis pechos, mi vientre, mis
piernas, mis brazos... Hacia el final, Eric apuntó directamente hacia mi sexo,
y me percaté de que, si hubiera podido mantener el chorro durante varios
minutos más, habría conseguido que me corriera simplemente de sentir aquella
presión contra mi clítoris.
—Angy...
Los olores de la sangre que decoraba
mi piel y del semen que seguía bañando mi rostro se mezclaron con el aroma de
la orina, intenso y embriagador. Cualquier otra persona habría interpretado
aquella situación como reprochable, denigrante y pervertida. Por fortuna, Eric y
yo compartíamos la misma mirada.
Yo también reí con la respuesta cinematográfica ;) y esa otra mirada es la mirada precisa para lo que compartieron Angy y Eric, no puede haber otra cuando se trata de trasponer límites. Brat o Perra? y por qué no ambas? Excelente capítulo, la espera vale cuando se disfruta lo que se lee, ya lo sabes ;)
ResponderEliminarDulces besos y dulce semana Señorita.
Las buenas referencias jajaja
EliminarAngy es ambas: brat y perra ;) Y quizás sea alguna más...
Me alegro de que hayas disfrutado del capítulo, Dulce, y espero que para el siguiente no tengáis que esperar tanto.
Dulces besos con una mirada especial
Cuanta intensidad. Entiendo porque abriste un blog para adultos.
ResponderEliminarAngy podría ser Brat,
Besos.
Este tipo de historias necesitan su propio espacio :3
EliminarMe alegro de que te animes a leer y comentar, Demi. ¡Gracias!
Angy también podría ser Brat(z)
Un besazo
Buenos días , y no veas que día jajajá. Ya cogí la onda, ahora ya me he aclarado un poco. Bueno, Sine , que decirte me has dejado con la boca abierta, no solo escribís de lujo, sino que transmites que es mucho mejor. La historia de estos dos personajes y sus allegados es él nova más.
ResponderEliminarY bueno, ante el cambio de roles , a ella no le ha disgustado con lo cual lo disfrtua como vemos.
Después de ese capítulo no sé qué más nos espera, pero sin duda todo va en aumento y esa invitación de Max me huele que algo va a pasar y será tal vez un nuevo elemento a esta relación tan peculiar.
Gracias ,por tu compartir tu talento y algo más.
Un besazo cielo, una feliz semana.
Genial de que hayas cogido la onda, Campi, y que sea un buen día para ti jajaja
EliminarEn efecto, tanto Eric como Angy son switch y les gusta cambiar los roles de Dom/sub; de esta forma creo que hay más variedad de escenas.
Os esperan capítulos intensos, y también otros más tranquilos para desarrollar su relación y conocer a más personajes. Tienes buen olfato con respecto a la invitación de Max ;)
Gracias a ti por leer y comentar, preciosa.
Un besazo y feliz semana