Capítulo 13. La otra mirada

 

 Título: Angy, letras con forma de alas en los laterales. Color negro con sombras rosas y verdes.

Llevaba más de una hora lista para salir, vestida con la chupa de cuero y el bolso colgado del hombro. Había intentado leer el webcómic para entretenerme, pero me sentía nerviosa y descentrada, y al final había acabado sentada en una silla junto a la ventana, esperando con ansias que una Kawasaki verde aparcase frente al portal.
Revisaba el reloj varias veces por minuto, lo cual no iba a hacer que el tiempo discurriera más deprisa, por supuesto, y tampoco iba a cambiar el hecho de que Eric y yo habíamos quedado a las siete y aún eran menos cuarto.
Suspiré por enésima vez. Vi cómo mis vecinos entraban y salían del portal. Una de ellas era la Karen, que tiraba del carrito de la compra vestida de Luis Vuitton; deseé que no nos la cruzásemos, puesto que no tenía ánimos para aguantar a más personas desagradables.
¡La jornada en la oficina había sido un infierno! Al punto de la mañana había tenido una reunión interminable en la que cada vez que intentaba hablar, mis compañeros me interrumpían, acallándome e ignorándome deliberadamente. Cuando por fin había concluido, había regresado a mi puesto al borde de las lágrimas, frustrada y enfadada. Para más inri, el cretino de mi jefe se había acercado para reprocharme lo poco que había participado y, al percatarse de mi agitación, me había preguntado si me encontraba “en esos días del mes”. Yo había evitado responder aquella pregunta y le había inquirido cómo pretendía que participase en las reuniones si mis compañeros no me cedían la palabra. Mariano había suspirado y había respondido que la voz de un hombre siempre iba a sonar por encima de la de una mujer. Luego había colocado su pesada mano sobre mi hombro y me había recomendado que compartiera más tiempo con mis compañeros, por ejemplo, en las pausas del café o en la hora de la comida, para ganarme su simpatía. Con la náusea atravesándome la garganta, había replicado que yo acudía a la empresa a trabajar, no a hacer amigos. Entonces él me había invitado a volver al trabajo y a probar mi valía en la empresa más allá de cumplir un porcentaje de esa discriminación positiva que, según él, realmente discriminaba a los hombres.
En mi mente, intenté sustituir su mirada heladora y el peso de su mano por los ojos de Eric y el recuerdo de sus caricias. Por suerte, no tuve que esperar mucho más a hacerlas realidad; antes de que el reloj marcase las siete apareció la moto, así que me apresuré a bajar a su encuentro.
—¡Eric!
Prácticamente me abalancé entre sus brazos. Eric se había quitado el casco para recibirme, por lo que pudimos fundirnos en un beso de bienvenida; el cálido contacto con sus labios borró de un plumazo toda la ansiedad y el estrés.
—¿Me has echado de menos o qué? —se rio contra mi boca.
—Demasiado.
—Yo también te he echado de menos, Angy.
La felicidad me invadió al escucharlo y le volví a besar, profundizando el beso. Eric coló sus manos bajo mi cazadora y me acarició la espalda.
Para aquella cita había escogido una falda de tartán rosa y un top a juego sobre una camiseta de rejilla; tenía las piernas cubiertas con medias del mismo estilo, y había completado el outfit con calcetines largos hasta las rodillas y botines.
Los dedos de Eric pasearon por la cinturilla de falda hasta mis caderas y las masajearon con suavidad.
—Me encantas... —murmuró con los ojos entrecerrados.
«Tú también me encantas» quise responderle, pero las palabras se perdieron en otro beso.
Cuando nos quedamos sin aliento nos obligamos a separarnos un paso de distancia. Un abismo.
Me fijé en la ropa que llevaba: botas militares negras, pantalones vaqueros negros que se ceñían a sus muslos y una sudadera oversize que presentaba en el pecho un mensaje neotribal ininteligible. El sol del atardecer se reflejaba en su pelo rapado, arrancándole destellos rubios casi transparentes. Se había maquillado los ojos con sombras negras, así que su mirada parecía más profunda, y en su cuello...
—¡Llevas mi collar! —exclamé mientras tocaba una de las púas.
—Claro, por si te apetece convertirme esta noche en tu esclavo.
Me guiñó un ojo.
Retiré la mano, dudosa.
—¿Y si me apeteciera cambiar de roles?
Irónicamente, cuando sentía que me hacía falta recuperar el control de mi vida lo que mejor me funcionaba era la sumisión. Simplemente no tener que pensar, no tener que preocuparme, solamente dejarme llevar por una mano en la que confiase. ¡Qué difícil había sido encontrar esa mano! Hasta ahora.
Noté que al escuchar mis palabras la actitud de Eric cambiaba ligeramente, como si hubiera activado el interruptor de Dom.
—¿Quieres probar a ser mi sub durante el fin de semana? —preguntó, como si quisiera asegurarse.
—Sí. Lo único... ¿Mañana no tienes asuntos familiares?
Eric sacudió la cabeza.
—Es el cumpleaños de la madre de Musa, así que mi hermana y mis sobrinos van a celebrarlo con esa rama de la familia. En cuanto a mis padres, han decidido aprovechar el buen tiempo e irse de acampada con la furgoneta. Me invitaron, pero les dije que ya tenía planes.
Dijo lo último con una sonrisa de hoyuelos que le hacía parecer mucho más joven e inocente.
—Entonces... viernes, sábado y domingo —conté con los dedos—, seré tu sub durante el mismo tiempo que lo fuiste tú el fin de semana pasado. ¿Iremos a tu apartamento o al mío?
Eric no se lo pensó dos veces.
—Al mío.
—No he cogido un pijama...
—No lo necesitas. —Me interrumpió con una voz entre autoritaria y juguetona—. ¿Llevas el neceser con lo más importante?
—Sí.
—Perfecto. Ahora, sólo queda arreglar un detalle...
Se desabrochó el collar y se colocó detrás de mí para ponérmelo; el cuero estaba caliente por el contacto con su piel, lo cual me pareció un detalle tremendamente erótico. La caricia de sus dedos en mi nuca me provocó escalofríos, al igual que su aliento en mi oreja cuando susurró:
—Así queda claro quién es la perra en cada momento.
Abrí mucho los ojos, sorprendida por la expresión, pero no me sentí ofendida. Eric parecía estar esperando mi reacción, de modo que decidí seguirle el juego.
—¿Y la correa?
Se le escapó una carcajada.
—Para otra ocasión. —Se separó de nuevo y definitivamente se dirigió hacia la moto—. Venga, ponte el casco y monta, que le dije a Max que llegaríamos antes de las ocho.
La galería de arte se encontraba en el Sector 1, en el mismo corazón de la ciudad. Su cartel, compuesto por luces de neón, arrojaba luz rosa contra la pared de ladrillos negra. Teniendo en cuenta que el local se encontraba en una bocacalle de una de las avenidas más importantes, me sorprendía y apenaba no haberme fijado antes en él. Al mismo tiempo, me alegraba que Eric me la hubiera descubierto en nuestra primera cita; que él me explicase el concepto de L’Appel du vide y recorriéramos juntos las salas, disfrutando del arte, de nuestra conversación y de la mutua compañía. Tenía muchas ganas de descubrir la siguiente exposición y, más aún, de descubrir las fantasías que nos inspiraría.
Eric me abrió la puerta del local, así que fui la primera en recibir el saludo de Max.
—¡Me alegro de verte de nuevo, Angy! —Esta vez vestía con un traje de terciopelo verde botella y su pelo corto, naranja como el fuego, apuntaba en mil direcciones diferentes—. Bueno, y a ti también, Eric.
—Ya, claro... Oh, ¿tienes una nueva empleada?
Me fijé que frente al mostrador había una chica sentada que nos saludó con timidez.
—Sí, Lorena está haciendo las prácticas de su FP. ¡Es una joya! Ella planteó el marketing de esta exposición y ha sido tan efectivo que, desde su inauguración, la galería no ha estado vacía ni un solo minuto. También se han reservado ya varias obras... —Como para apoyar sus palabras, dos chicas salieron por la puerta izquierda y se dirigieron directamente al mostrador—. Pero descuidad, todas se podrán disfrutar hasta el final de la exposición.
—¡Qué ganas de verla! —exclamé.
—¡Pues no se hable más! —Max nos acompañó hasta la puerta de la derecha—. Ya sabéis que podéis dejar aquí vuestras chaquetas.
—Gracias —le tendí mi chupa de cuero con cierta timidez.
Cuando Eric se quitó la sudadera, el extremo de su camiseta se elevó, mostrando momentáneamente sus abdominales. No pude evitar fijarme en si Max lo miraba también; sus ojos rasgados lo observaron sin ningún reparo y seguidamente volvieron a posarse en mí.
—Que disfrutéis de la llamada del vacío —canturreó.
 
 
Eric y yo recorrimos las salas con parsimonia, deteniéndonos frente a las obras para compartir nuestras impresiones. Había una decena de personas viendo la exposición a la par que nosotros, por lo que hablábamos entre susurros; para poder escucharnos sobre la música lo-fi y otras conversaciones, nos abrazamos a la cintura del otro y nos movimos al unísono.
«Como una pareja», pensé, pero por supuesto no me atreví a decirlo en voz alta.
Aunque estaba ligeramente nerviosa y excitada por la cercanía de Eric, me sentía muy cómoda. L’appel du vide había resultado ser como Skeleton Moon, un lugar donde nadie te juzgaba y lo que se encontraba “fuera de la norma” era “normal”. Un lugar seguro.
Casi sin darnos cuenta llegamos al final de la exposición y desembocamos de nuevo en el luminoso vestíbulo.
—¿Os ha gustado la exposición? —nos preguntó Max con una sonrisa.
Estaba inclinade sobre el mostrador, como si justo en ese momento le estuviera diciendo algo a Lorena.
—¡Nos ha encantado!
—Pues ya sabéis, ¡recomendádsela a todo el mundo! Es gratis. —Nos dedicó un guiño—. Y si alguna obra os ha robado el corazón, podéis comprar la original y colgarla en vuestro salón para que la disfrutéis siempre que queráis, o podéis comprar una reproducción en forma de lámina a un precio mucho más económico; ambas van acompañadas de un certificado de autenticidad. Además, siempre tenéis la opción de hacer una donación a la galería.
Supuse que la primera vez que había visitado la galería con Eric ninguno de los dos había comentado nada de la compraventa de las obras para no presionarme. Me planteé las opciones de comprar una lámina o de hacer una donación. Eric debió de notar que dudaba, pues comentó:
—No hace falta que compres o dones nada si no quieres, Angy. Habrá más exposiciones en el futuro.
—Ya, pero si todo el mundo pensase así, nadie compraría y ni la galería ni los artistas recibirían beneficios.
Max chasqueó la lengua.
—Si este fuera el primer año de la galería te daría la razón. Pero L’appel du vide ha cumplido siete años y me enorgullece poder decir que es un negocio bien consolidado. Cuenta con una amplia red de contactos, artistas, mecenas, ojeadores y compradores habituales. Aparte, existen ayudas del Gobierno para los eventos culturales. Me alegra que tengas en cuenta el papel fundamental que jugáis les visitantes y te lo agradezco de todo corazón. De hecho... —Se dirigió hacia el perchero y nos tendió nuestras prendas—. Ahora había pensado tomarme un pequeño descanso. ¿Os apetece acompañarme? Invito yo, como agradecimiento por vuestro apoyo.
Eric me preguntó con la mirada y yo asentí; Max me intrigaba y atraía en dosis iguales, y no quería perder la oportunidad de conocerle un poco mejor.
Max le aseguró a Lorena que no tardaría más de una hora y que estaríamos justo en el local de al lado, por lo que no dudase en llamarle si le necesitaba.
Nos instalamos en la primera mesa vacía que encontramos. Mientras Max me contaba que se había formado en las mejores escuelas de arte de Francia e Italia y que con mi edad había inaugurado L’appel du vide, el camarero nos sirvió nuestras bebidas —un té frío para Max, una cerveza sin alcohol para Eric y una tónica para mí—, además de un platazo de patatas bravas, otro de calamares y un surtido diverso de tapas y croquetas.
—Bueno, cuéntame un poco más de ti, Angy.
Le hablé sobre mi vida y mis aficiones, muy resumidamente para no aburrir a Eric, quien ya lo había escuchado en nuestras primeras citas; sin embargo, él no parecía en absoluto aburrido mientras me escuchaba.
—Así que os conocisteis en ese antro de mala muerte.
Max ató los cabos cuando comenté que solía ir a bailar a Skeleton Moon.
—Nos ofendes, Max —Eric se rio.
—No podéis negarme que habría sido más romántico conoceros en mi galería de arte. Viendo una de las exposiciones... o en un taller, como conociste a Joel.
—¿Un taller? —inquirí con curiosidad.
Max y Eric compartieron una mirada cómplice antes de que elle preguntase:
—¿Te has fijado en que la última sala da a una puerta que pone “Atención: sólo personal autorizado”? —Asentí—. Es la Sala X. En ella se llevan a cabo talleres donde aprender a realizar actividades de BDSM de forma correcta y segura. Los más frecuentes son los de bondage, pero también son recurrentes los talleres para aprender a manejar distintos tipos de látigos, agujas, velas...
—¿Es una mazmorra? —Mi tenedor se quedó a medio camino por la sorpresa.
—No es una sala de alquiler para particulares, si es lo que estás preguntando. Pero sí que está bastante bien equipada y de vez en cuando organizo eventos públicos... y privados. —Se me aceleró el pulso al imaginar lo que implicaban sus palabras—. ¡Pensaba que le habrías hablado de ello! —Max se dirigió a Eric con un tono de reproche.
Lo pilló en mitad del proceso de atacar a una croqueta, así que tuvo que esperar a que la tragase para obtener su respuesta.
—Lo de los talleres se lo iba a plantear a Angy en cuanto me avisases del próximo. Respecto a los eventos... Tú eres quien envía las invitaciones.
Max chasqueó la lengua y volvió a fijar su atención en mí.
—¿Te gustaría que te invitase, Angy?
—Yo... Me encantaría hacer algún taller. Lo otro... no estoy segura. ¿En qué consisten esos eventos?
—Son eventos que giran alrededor del sexo kinky, por supuesto.
Entre Max y Eric me explicaron en qué consistían. Algunos eran encuentros para swingers en los que se intercambiaban las parejas. Otros, fiestas temáticas de látex o de cuero en los que la indumentaria y los accesorios eran los protagonistas. Los que me parecieron un poco surrealistas fueron los eventos de petplay en los que literalmente se exhibían a las personas con correas, bozales, bridas...
—Una vez planteaste un concurso para elegir a la mejor mascota, ¿recuerdas?
—¡Ah, sí! —Max le dio otro sorbo a su vaso, que ya estaba medio vacío—. Hace poco pensé en plantear una carrera de equitación y elegir al caballito ganador. ¿Qué opináis?
—No es mi kink —replicó Eric, sacudiendo la cabeza.
—Los arreos no son tan diferentes de los arneses que sueles llevar —Max puso los ojos en blanco—. En resumen, Angy, son eventos en los que se pueden explorar todo tipo de kinks, como cuando ves una de las exposiciones de la galería, pero con la oportunidad de participar en ellos.
—¿Tú siempre participas, Max?
Me llevé a la boca una tapa en la que el pan estaba untado con pasta de oliva negra y decorado con jamón.
—He de admitir que no siempre. A veces simplemente organizo el evento y me aseguro de que todo vaya como la seda.
—¿Y tú has participado en algún evento, Eric?
—Sí, he participado un par de veces, pero prefiero los encuentros sexuales más íntimos y personales.
Por debajo de la mesa, coló su mano bajo mi falda y la colocó entre mis muslos, presionando ligeramente contra mi tanga. Me daba un poco de vergüenza y apuro que lo hiciera en un lugar público, particularmente delante de Max, pero al mismo tiempo me excitaba; notaba mi sexo hinchado y húmedo, y por supuesto Eric lo notó también.
—Creo que a Angy le gustaría participar en algún evento —sonrió y retiró la mano de nuevo.
Max nos observó con su mirada felina.
—Os enviaré el cartel del próximo taller en cuanto cierre las fechas. Así tendrás una primera toma de contacto con la Sala X, Angy.
—Gracias, Max —murmuré.
Tenía muchas ganas de probar actividades kinky nuevas y de experimentar con mi sexualidad, y esperaba de todo corazón que Eric fuera la persona que estuviera a mi lado. Además, ¿quién sabe qué otras personas podrían sumarse a la aventura?
Conforme charlábamos de nuestros gustos e intercambiábamos opiniones respecto a diversos temas —arte, sexo e incluso política—, terminamos de cenar y llegó el momento de tomar caminos separados.
—¡Que vaya bien en la galería, Max!
—¡Gracias! Y, de nuevo, muchas gracias por venir. Espero verte pronto, Angy. —Su cabello anaranjado atrapó los tonos rosáceos del cartel de neón—. Conduce con cuidado, Eric, y espero que La otra mirada os haya inspirado para esta noche.
—Siempre es un placer visitar tu galería. —Se bajó la visera del casco—. ¡Y ya lo creo! Uno de los cuadros me ha parecido muy inspirador...
Eric arrancó y yo me abracé a su espalda. El ronroneo de la moto se sumó a la risa de Max.
 
 
Apenas entramos en su apartamento, Eric me empujó contra la puerta y me besó con fiereza. Invadió mi boca con su lengua y enredó su mano izquierda en mi nuca mientras que con la otra recorría mi cuerpo; no como una caricia sensual, no, sino apretando mi carne, magreando mi culo, mis muslos, mi tripa y mis pechos por encima de la ropa con tanta fuerza que no me sorprendería que al día siguiente mi piel apareciera decorada con moratones.
Ahogué un gemido de placer cuando colocó su pierna derecha entre las mías, obligándome a separarlas; mi sexo encajó con su rodilla y noté su erección clavándose contra mi cadera. En un afán de aliviar mis ganas, comencé a restregarme contra él...
—Como una perra.
Su voz hizo que me detuviera de golpe. Eric había empleado un tono que no había escuchado de él hasta ese momento, lascivo y duro, como si quisiera que me avergonzase de ello... Y lo consiguió. Noté calor cubriendo mis mejillas, mis orejas y mi pecho, pero también un cosquilleo en el vientre.
Eric había roto el beso para poder hablar, pero mantuvo su rostro pegado al mío, con nuestras narices rozándose y nuestras miradas trabadas. Su mano se detuvo en mi collar, enganchando el cuero con los dedos de forma que sus nudillos rozaron mi piel a la altura de la yugular.
De rodillas, perra.
Tiró hacia abajo y todo mi cuerpo obedeció sin oponer resistencia.
—Buena chica... —Me palmeó la cabeza—. Dame tu chaqueta.
Lo hice y la colgó en un perchero.
—Me gusta mucho el conjunto que llevas... Eres muy sexy... Pero tenemos que trabajar tu pose.
Chasqueó la lengua, como si estuviera decepcionado, y eso me dolió más que si me hubiera propinado una bofetada.
—Las rodillas juntas —con la punta de su bota me dio unos ligeros toques en la pierna, indicándome que las juntase—, las manos sobre los muslos y la espalda recta.
Seguí sus indicaciones, intentando complacerle.
—La mirada al frente...
Mi mirada quedaba a la altura de su paquete.
—Mucho mejor. —Noté que volvía a apoyar su mano en mi cabeza y se me hizo la boca agua sólo de pensar en que el cualquier momento se desabrocharía los pantalones y me follaría la boca. Sin embargo, dijo—: Ahora, vamos a repasar otras poses básicas...
Eric me hizo abrir de nuevo las piernas, esta vez colocando las palmas de las manos hacia arriba. La cabeza también alta, exhibiendo con orgullo en collar, pero los párpados cerrados hasta que él ordenase lo contrario.
—Esta pose se llama nadu. La siguiente es expuesta...
Me fue enseñando y corrigiendo las poses, hasta que terminé de pie en espera. Nunca había imaginado que me disfrutaría tanto al someterme de esta manera, de una forma más mental que física.
—Como acabamos de empezar tu entrenamiento seré indulgente con tus fallos. Pero después de este fin de semana quiero que, con sólo nombrar la pose, la adoptes a la perfección, pues si te equivocas...
Otro chasquido de lengua me dejó muy claro lo que me ocurriría.
En mi interior luchaban dos lobas: la que quería hacerlo a la perfección y ser recompensada, y la que quería que fallase para recibir mi castigo.
—Dile a tu Amo que lo has entendido, perra —su tono volvió a endurecerse y su mirada verde se tornó adusta.
—Lo he entendido, Amo.
Era la primera vez que empleaba ese apelativo, pero supo igual que la miel en los labios.
—Bien... Desnúdate y vuelve a la pose de espera.
Eric recogió el montón de ropa y se lo llevó al dormitorio, dejándome plantada frente a la puerta de la entrada. Tardó varios minutos en regresar, pero no rompí la pose.
—Estás empapada —deslizó los dedos por la parte interna de mis muslos hasta llegar a mi sexo—. No sé qué me gusta más, que te comportes como una brat o que seas una perra obediente.
Me masajeó el clítoris con suavidad y mis piernas comenzaron a temblar.
—¿No llevas un tampón? —inquirió, abandonando momentáneamente su rol de Dom.
De repente recordé que seguía teniendo la regla.
—Llevo la copa menstrual —le expliqué.
Una idea iluminó sus pupilas.
—¿Si te la quitas estará llena de sangre?
—Supongo que sí... Pero para quitármela y evitar que esto se convierta en una película de Tarantino lo más cómodo sería usar el bidé.
Se rio suavemente al escuchar la referencia cinematográfica.
—Vamos al baño.
Cuando llegamos me indicó que me sentase en el bidé. Me ponía un poco nerviosa que me mirase durante el proceso, pero al final conseguí extraer la copa sin derramar su contenido; con los dedos rompí el hilo de sangre y flujo que la unía con mi vagina. Como era el tercer día seguía habiendo un volumen considerable (también se sumaba que no me la había cambiado desde que había regresado del trabajo) y el color se había tornado rojo oscuro como el zumo de frambuesa.
—Dámela.
Se la tendí con cuidado. Eric observó la copa con curiosidad.
—Nunca había visto una copa menstrual en vivo y en directo —confesó—. Es más pequeña de lo que esperaba... ¿La notas cuando la llevas?
—Sólo si me la pongo mal.
Eric asintió para sí mismo y, sin apartar los ojos de la sangre, preguntó:
—¿Te incomoda la sangre?
—No me da miedo. Pero tampoco es santo de mi devoción sangrar por el coño una semana al mes, y menos cuando me duele los primeros días.
—¿Ahora te duele?
—No, estoy bien. ¿Por qué...?
Inspección.
Tardé unos segundos en darme cuenta de que me estaba dando una orden para una pose. Me levanté, me situé delante de él, abrí las piernas y coloqué mis manos detrás de mi cabeza, como si tuviera que pasar un control de policía.
—Perfecto, buena chica —me felicitó con una sonrisa comedida.
Lo siguiente que hizo Eric no me lo hubiera esperado ni en un millón de años: hundió dos dedos en la copa menstrual y utilizó mi propia sangre para pintar en mi cuerpo.
—Mira al frente —me regañó.
—Sí, Amo —le obedecí a regañadientes.
No estaba segura de si estaba dibujando o escribiendo, y como había quedado de espaldas al espejo no podía verme ni si quiera por el rabillo del ojo. Dejé mi mirada fija en un punto entre dos baldosas y me centré en mis otros sentidos. Notaba el tacto viscoso dejando rastros en mi piel, su olor a hierro alcanzando tenuemente a mi nariz, pero no sentía asco. Es cierto que la pose me hacía sentir expuesta, pero pronto la vergüenza inicial se vio eclipsada por la excitación.
Eric se concentró en la parte de delante, particularmente en la zona de mi vientre, y con la sangre que le quedaba terminó trazando algo en mi culo.
—Hermosa...  —murmuró, y me dio la sensación de que lo hacía más para sí mismo que para mí. Seguidamente se situó frente a mí—. Ahora quiero que cierres los ojos, ¿de acuerdo?
La verdad es que me moría de ganas por mirarme al espejo, pero le obedecí. Eric me tomó de la cintura y me guio con cuidado hasta la ducha, pues noté en las plantas de los pies el plato ligeramente mojado.
—Ya puedes abrir los ojos. Gírate hacia mí... De rodillas.
Adquirí la primera pose que me había enseñado.
—Buena chica... —Me palmeó la cabeza y dejé escapar un suspiro de satisfacción. Con la otra mano extrajo algo del bolsillo de sus pantalones—. Voy a hacerte fotografías para que puedas verte más tarde, ¿de acuerdo?
Una lucecita roja apareció en mi mente. Luego recordé los nudes que habíamos intercambiado y me relajé un poco. Confiaba en Eric, al menos un 99%, si bien ese 1% restante me instaba a ser precavida.
—Pero que no se me vea la cara, por favor —le pedí.
—Sí, claro. Y por supuesto podrás borrarlas luego, si lo prefieres.
—Vale... —me relajé un poco más.
Eric se alejó unos pasos para hacerme las fotografías y volvió a guardar el móvil. Por fin, pude ver cómo desabrochaba su pantalón y se lo bajaba junto con los calzoncillos, liberando su erección.
Su polla me parecía perfecta en todos los sentidos, tanto en largo como en grosor, tanto en aspecto como en forma. Además, no estaba circuncidado, así que la piel de su glande era tersa y suave, y cubierta de líquido preseminal tenía el mismo aspecto que un bollo cubierto de almíbar.
Eric se aproximó a la entrada de la ducha y, con la polla en la mano, flexionó las rodillas de manera que pudiera orientarla hacia mi boca. La abrí sin que hiciera falta que me dijera nada y me preparé para chupársela con entusiasmo.
Eric basculó la pelvis y se abrió paso por mi garganta hasta que sus huevos chocaron con mis labios. Luego enredó la mano izquierda en mi pelo, mientras que con la otra me sujetó del cuello, y sin darme tiempo para acostumbrarme comenzó a follarme la boca a un ritmo implacable.
A los pocos minutos los ojos se me llenaron de lágrimas, mi respiración se tornó superficial y entrecortada, y la saliva que se me acumulaba en la boca comenzó a chorrearme por la barbilla. Esta vez los gemidos de Eric sonaban graves, casi guturales.
—Sigue moviendo la lengua, perra...
Intentaba recorrer su polla a lengüetazos, pero apenas me daba tiempo debido a que él se clavaba una y otra vez en lo más profundo de mi garganta; o al menos en lo más profundo que le permitía aquel ángulo.
Se agachó un poco más. De repente, su polla pareció traspasar una barrera y noté de pronto que me quedaba sin respiración. Instintivamente intenté apartarme, pero sus manos me mantuvieron en posición, empujándome con firmeza hacia él con el objetivo de forzar ese límite.
—¡Mmfp!
Estuve a punto de chasquear los dedos, pero entonces Eric me pidió con la suavidad de una pluma:
—Aguanta un poco más...
Las lágrimas desbordaron mis ojos y noté que mi garganta sufría espasmos, como si intentase librarse de aquel objeto que la atoraba. En mis pulmones la sensación era muy parecida a cuando practicaba la hipoxia intermitente, quizás un poco más dolorosa debido a la violencia del acto, pero quizás precisamente por eso me daba más placer que nunca.
Tras lo que pareció una eternidad, Eric por fin se apartó, extrayendo su polla completamente. Boqueé con fuerza, desesperada por tomar oxígeno de nuevo, y Eric me acarició de nuevo la cabeza, apaciguándome.
—Buena chica... Pero aún no hemos terminado. Recupera la pose. —Con el cuerpo temblando me reposicioné—. Ahora quiero que mires hacia arriba.
Ante mis ojos comenzó a masturbarse. ¡Dios! Su polla se veía inmensa desde aquel encuadre, y el movimiento de su mano resultaba completamente hipnótico.
—Me voy a correr sobre tu preciosa cara. ¿vale?
—¡Sí, por favor! —Gemí, y en seguida añadí—: Amo, córrete sobre mi cara.
—¡Joder, Angy!
Mis palabras actuaron como un gatillo: tras deslizar su mano desde la punta hasta la base, su polla se tensó y empezó a expulsar chorros de corrida que cayeron directamente sobre mi rostro; sobre mi frente, mi nariz, mis mejillas, mis labios... Menos mal que cerré los ojos rápidamente, pues algunas gotas también cayeron sobre mis párpados.
—Ahora te ayudo, no te muevas...
Esperé pacientemente a que Eric me limpiase los párpados con una toallita húmeda. Cuando pude abrirlos de nuevo y lo vi de pie frente a mí, esa sensación tan cálida que llevaba semanas invadiendo mi pecho se intensificó.
—¿Puedo levantarme ya, Amo?
—Aún no. Falta un último detalle... ¿Cómo marcan los perros su territorio?
El pulso se me aceleró y esta vez fui yo la que di la respuesta. Eric sonrió hasta que se le formaron los hoyuelos en las mejillas.
Nadu —me ordenó.
Arrodillada en el frío suelo de la ducha, abrí las piernas, mostrándole mi coño húmedo e hinchado, y sobre mis muslos coloqué las palmas de las manos hacia arriba. Cerré los párpados de nuevo. Conté los segundos: uno, dos, tres, cuatro... Cuando llegué al cuarenta y cinco, Eric me ordenó:
—Abre los ojos.
Se había desnudado completamente y se había aproximado de nuevo.
Iba a ser la primera vez que recibía una lluvia dorada, y me sentía al mismo tiempo nerviosa y excitada. Cuando la orina caliente impactó en mi cuerpo, dejé escapar un suspiro; noté cómo discurría por mis pechos, mi vientre, mis piernas, mis brazos... Hacia el final, Eric apuntó directamente hacia mi sexo, y me percaté de que, si hubiera podido mantener el chorro durante varios minutos más, habría conseguido que me corriera simplemente de sentir aquella presión contra mi clítoris.
—Angy...
Los olores de la sangre que decoraba mi piel y del semen que seguía bañando mi rostro se mezclaron con el aroma de la orina, intenso y embriagador. Cualquier otra persona habría interpretado aquella situación como reprochable, denigrante y pervertida. Por fortuna, Eric y yo compartíamos la misma mirada.




6 comentarios:

  1. Yo también reí con la respuesta cinematográfica ;) y esa otra mirada es la mirada precisa para lo que compartieron Angy y Eric, no puede haber otra cuando se trata de trasponer límites. Brat o Perra? y por qué no ambas? Excelente capítulo, la espera vale cuando se disfruta lo que se lee, ya lo sabes ;)

    Dulces besos y dulce semana Señorita.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las buenas referencias jajaja
      Angy es ambas: brat y perra ;) Y quizás sea alguna más...
      Me alegro de que hayas disfrutado del capítulo, Dulce, y espero que para el siguiente no tengáis que esperar tanto.
      Dulces besos con una mirada especial

      Eliminar
  2. Cuanta intensidad. Entiendo porque abriste un blog para adultos.
    Angy podría ser Brat,
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Este tipo de historias necesitan su propio espacio :3
      Me alegro de que te animes a leer y comentar, Demi. ¡Gracias!
      Angy también podría ser Brat(z)
      Un besazo

      Eliminar
  3. Buenos días , y no veas que día jajajá. Ya cogí la onda, ahora ya me he aclarado un poco. Bueno, Sine , que decirte me has dejado con la boca abierta, no solo escribís de lujo, sino que transmites que es mucho mejor. La historia de estos dos personajes y sus allegados es él nova más.
    Y bueno, ante el cambio de roles , a ella no le ha disgustado con lo cual lo disfrtua como vemos.
    Después de ese capítulo no sé qué más nos espera, pero sin duda todo va en aumento y esa invitación de Max me huele que algo va a pasar y será tal vez un nuevo elemento a esta relación tan peculiar.
    Gracias ,por tu compartir tu talento y algo más.
    Un besazo cielo, una feliz semana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Genial de que hayas cogido la onda, Campi, y que sea un buen día para ti jajaja
      En efecto, tanto Eric como Angy son switch y les gusta cambiar los roles de Dom/sub; de esta forma creo que hay más variedad de escenas.
      Os esperan capítulos intensos, y también otros más tranquilos para desarrollar su relación y conocer a más personajes. Tienes buen olfato con respecto a la invitación de Max ;)
      Gracias a ti por leer y comentar, preciosa.
      Un besazo y feliz semana

      Eliminar