Le di un beso a mi madre antes de marcharme.
—Pásalo bien, cariño —me abrazó,
obligándome a apoyar una mano sobre el colchón—. Pero sé responsable, ¿eh? Nada
de alcohol, tabaco, drogas...
—Te lo prometo, mamá.
Sus rizos rubios me hicieron
cosquillas en la mejilla.
—Y si tienes relaciones sexuales
siempre con protección.
—¡Que sí, mamá! Suéltame ya, por
favor.
Por fin me liberó. ¡Cuánta fuerza
tenía con un solo brazo! Al incorporarme me topé con la mirada verde de mi
padre al otro lado de la cama.
—Si necesitas que vaya a buscarte
llámame. Da?
—Sí, papá.
Esperaba no tener que llamarle, pues
al día siguiente trabajaba. Bueno, de hecho, yo también tenía que ir a trabajar,
pero me habían cambiado el turno y podía permitirme dormir por la mañana.
—Y atento siempre al móvil. ¿Tienes
batería?
Saqué el aparato del bolsillo, un
Nokia gris y rosa que había heredado de Gina, y se lo mostré para que se
quedase más tranquilo.
—Envía un SMS cuando vuelvas, aunque
sea de madrugada. ¿Dónde has dicho que era la fiesta?
—En casa de un compañero del
instituto. Vive en el Sector 12.
Su ceño se profundizó.
—No arméis mucho jaleo, ¿de acuerdo?
—Que síííí —comencé a retirarme—. ¡Ale,
me voy! Buenas noches... Os quiero.
Les cerré la puerta del dormitorio. Di
literalmente dos pasos y Liam salió a mi encuentro en el pasillo.
—¿Hoy no vamos a ver una peli? —me
dedicó un puchero mientras se abrazaba a un tiburón de peluche.
—Esta noche he quedado, Liam —le
acaricié la cabeza—. ¿Por qué no ves una peli con Gina?
—Gina sigue encerrada en su
dormitorio...
Una de dos, o estaba estudiando para
los exámenes de enero, o estaba en Messenger hablando con alguna de sus
novias de la universidad.
—Mañana vemos una peli, la que tú quieras.
—¿Podemos ver Buscando a Nemo?
—¡Claro que sí!
Se marchó a su —nuestro— dormitorio
dando saltitos de alegría y por fin pude salir de casa.
Fuera era noche cerrada y hacía un
frío que pelaba, así que me subí la capucha del abrigo y metí las manos en los
bolsillos. Las cadenas de mis pantalones tintineaban a cada paso, rompiendo el
silencio que se había instalado en las calles. En los cubos de basura aún se
veían los cartones de los regalos recibidos el día anterior y había coches
subidos a las aceras, pero obviamente la policía hacía la vista gorda porque
era Navidad.
Cuando llegué a la parada de bus mis
amigos ya estaban ahí.
—¡Lucas! ¡Jess!
Nos saludamos con un choque de
puños.
—¿Llevas tu disfraz, Eric?
—Sí, tengo los accesorios en la mochila
—señalé a mi espalda.
Lucas estaba vestido de Papá Noel y Jessica
de una versión del Grinch sexy.
—Guay, porque si no Martín no te
dejará entrar —comentó la última.
Puse los ojos en blanco.
—Me sigue sorprendiendo que nos haya
invitado.
Desde que había empezado la FP
sentía que había perdido el contacto con la mayor parte de mis compañeros de la
ESO. Me apenaba y al mismo tiempo no, ya que el cambio me había permitido
conocer gente nueva y abrir un poco mis horizontes.
Lucas también estudiaba una FP
básica, pero él de Electricidad y electrónica, mientras que Jessica había
empezado un Grado Medio en Sistemas Microinformáticos y Redes.
—¡Ya sabes cómo es Martín! Quiere
que todo el mundo conozca la nueva mansión de sus padres. De todas formas, ¿qué
más dan sus razones? —Lucas se encogió de hombros—. Habrá comida y bebida
gratis, buena música y altas probabilidades de perder la virginidad. ¡Tenemos
que cambiar de década por todo lo alto!
—Aún quedan cinco días —le recordé.
—Y tú eres el único de los tres que
aún es virgen —le recordó Jessica.
—Eso es porque: 1) no soy bisexual
como Eric, así que tengo la mitad de las opciones, y 2) no soy una tía.
—Este parguela no va a mojar ni este
año ni nunca —me susurró lo suficientemente alto como para que él también la
oyera.
—¡Eh! ¿A quién llamas parguela?
—¡A ti, imbécil! Con esa cara de
anchoa no vas a ligar nunca, y mucho menos si sigues diciendo gilipolleces.
Nos subimos al autobús riéndonos. Como
apenas había pasajeros, nos apropiamos de los asientos que estaban agrupados en
cuatro; Lucas y yo nos sentamos a favor de la marcha y Jessica a la contra, apoyando
la espalda contra la ventana y con las piernas subidas en el otro asiento. Aprovechando
que había salido el tema de conversación, nuestra amiga nos puso al día sobre
sus últimos ligues; la verdad es que le había cundido en lo que llevábamos de
vacaciones. ¡No escatimó en detalles! Nos contó lo que había hecho, lo que
había dejado de hacer, lo que más le había gustado...
—¡Uf! Os juro que vi las estrellas.
—¿Te corriste? —inquirió Lucas,
mientras se recolocaba disimuladamente el pantalón.
Jessica asintió, entusiasmada.
—Sólo por eso tengo ganas de verle
de nuevo. Me ha dicho que en Año Nuevo habrá una fiesta en la cárcel okupa.
¡Tenemos que ir!
—¡Claro!
—Yo iré después de las doce —les
aseguré; tenía muchas ganas de conocer ese lugar.
Pronto dejamos atrás el Sector 10,
con sus Viviendas de Protección Oficial y sus enormes urbanizaciones
construidas tras la guerra, y nos adentramos en el Sector 11, un barrio obrero
salpicado de obras nuevas.
—¿Tú has vuelto a quedar con tu
chico, Eric?
Jessica se refería al chico con el
que precisamente había perdido la virginidad en verano.
—¡Qué va! —resoplé—. Gabi aún no ha
salido del armario y ha decidido que durante el curso no quiere saber nada de
tíos.
—¿Y no se te hace difícil verle en
clase?
—No mucho —le quité importancia—.
¡No estoy enamorado de él! Sólo era un lío.
Aunque no sería la primera vez que
se me ponía dura al verle trabajar en el taller o que nos imaginaba
encerrándonos en un baño durante el recreo, pero eso no lo dije en voz alta.
—Va, tío —Lucas me apretó el
hombro—. Estas Navidades vamos a triunfar entre las pibas... o los pibes, lo
que prefieras.
Continuamos charlando animadamente
mientras el autobús se adentraba en el Sector 12. Se trataba de un barrio
nuevo, con urbanizaciones de chalés adosados que contenían sus propias calles,
parques y tiendecitas a las que sólo se podía acceder a través de puestos de
vigilancia con barreras. ¡No quisiera vivir ahí ni gratis!
—Eh, esta es nuestra parada —nos
avisó Jessica.
Desde la parada de autobús hasta la
casa de Martín aún tuvimos que andar unos minutos. Las calles que transitábamos
daban la sensación de estar muertas, con apenas iluminación, sin bancos ni
papeleras en las aceras. Sin embargo, estaba claro que íbamos en la dirección
indicada, pues se escuchaba la música cada vez más alto.
En el filo del barrio los chalés
eran independientes y estaban rodeados por su propio terreno y muros. Cuando
llegamos a nuestro destino aproveché para completar mi disfraz. Lucas llamó al
telefonillo, que tenía cámara integrada, y alguien nos preguntó nuestros
nombres para comprobar si estábamos en la lista. Tras un pitido, el enorme
portón se abrió.
—¡Jo-der! —exclamamos los tres al
mismo tiempo.
Ante nosotros se extendía el jardín
principal con un caminito que conducía al porche de la casa; tanto la fachada
como los arbustos estaban decorados con luces y figuras navideñas.
—Está claro que el dinero no compra
el buen gusto. —Jessica chasqueó la lengua, con una expresión de desdén que
encajaba perfectamente con su personaje.
—Tengo ganas de ver el interior.
En la entrada nos recibió un...
¿Mayordomo? ¿Segurata? ¿Niñera? Supuse que los padres de Martín no le iban a
permitir a su hijo de dieciséis años celebrar una fiesta sin cierta vigilancia.
La niñera guardó nuestros abrigos, tomó nuestros datos y revisó las mochilas, supuse
que en busca de posibles armas o drogas.
—¿Y esto para qué es? —me preguntó
con suspicacia.
—Es parte de mi disfraz —contesté.
—Bueno, podéis pasar.
Nos condujo al salón principal, el
corazón de la fiesta.
Los sofás se habían desplazado
contra las paredes para improvisar una pista de baile. Just dance de Lady
Gaga reverberaba contra las paredes de mármol y el ambiente era tan denso por
la congregación de personas que las ventanas estaban empañadas; el olor era
dulce e intenso por los refrescos, el alcohol, el sudor y la mezcla de
perfumes.
—¡Primero vamos a por algo de beber!
—propuso Lucas.
La cocina estilo americana se había
convertido en una barra libre. A su lado se encontraban las escaleras que
conducían al piso de arriba, mientras que en el otro extremo había un baño y
dos habitaciones que parecían salas de juegos. Al fondo estaba el acceso al
jardín interior, donde estaba seguro de que aguardaba una piscina.
—¡Feliz Navidad, chavales! —Martín
nos saludó desde la barra. Estaba disfrazado de Cascanueces, con una casaca
roja, un sombrero de copa de terciopelo y un bigote falso—. ¿Qué os apetece
tomar?
—Yo algo que sea de color verde
—respondió Jessica.
Martín mezcló licor de melón, vodka
y zumo de pomelo.
—Yo un gin-tonic.
—¿Y tú, Eric?
—Una Coca-Cola.
Martín me miró con extrañeza.
—¿No quieres alcohol?
—Sólo Coca-Cola, gracias.
Forcé una sonrisa, que en
combinación con el disfraz debió de resultar más amenazante que apaciguadora,
pues Martín se apresuró a servirnos las bebidas y a despacharnos de la barra.
—¡Disfrutad de la fiesta!
Dimos una vuelta por el salón para saludar
a nuestros antiguos compañeros de la ESO; por cada persona que conocíamos,
había tres que no. ¿De dónde había salido tanta gente? Cuando agotamos nuestra batería
social y nuestra primera bebida, Jessica y yo decidimos unirnos a la pista de
baile al son de Pon de Replay de Rihanna, mientras que Lucas prefirió
seguir charlando con gente.
A Evacuate the dancefloor de
Cascada le siguió Sexy Bitch de David Guetta y Akon.
—¡Mi canción!
Mi amiga se robaba todas las miradas
con sus sensuales movimientos de cadera e intenté seguirle el ritmo.
Llevábamos siendo amigos desde los
tres años y estábamos tan en sintonía que la gente solía preguntar si había
algo más. Sin embargo, la nuestra era una amistad totalmente platónica. ¡Y no
la cambiaría por nada del mundo!
—¡Voy a por otra bebida! —Me avisó cuando
llevábamos casi una hora bailando—. ¿Quieres algo?
—¡No! Voy a buscar un hueco en algún
sofá y te espero ahí...
—¡Vale!
Fue difícil encontrar un sofá que no
estuviera ocupado por gente borracha o parejas liándose. Finalmente vi un sitio
al lado de una chica que estaba sentada muy recta observando a la multitud.
Estaba vestida completamente de blanco y tenía el cabello largo y rubio
recogido en una trenza; en su cabeza portaba una diadema propia de una princesa
eslava.
—Perdona, ¿puedo sentarme a tu lado?
Sus ojos castaños me estudiaron
detrás de unas gafas redondeadas.
—Eres Eric Ardelean, ¿verdad? —¿Nos
conocíamos? Intenté hacer memoria...— Soy Sophie Dawson. Coincidimos en Música en
3º de la ESO.
¡Ah, es verdad! En algunas
asignaturas nos mezclaban con otras clases a pesar de ser de Diversificación. ¿Cómo
no había podido reconocer a una de las chicas más listas del instituto?
—Sí, soy Eric. Perdona, no te había
reconocido... —Mis ojos se perdieron momentáneamente en su figura; además de
ser lista, estaba buenísima—. ¿Puedo sentarme, entonces?
—¡Oh, sí, claro! —Se ruborizó—. Si
te soy sincera, a mí también me ha costado un poco reconocerte.
A todo el mundo le había sorprendido
cómo había adelgazado después del verano; aunque seguía teniendo un poco de
sobrepeso, por el arduo trabajo en la obra había quemado bastante grasa y
ganado músculo. A eso se le sumaba que había dado un buen estirón, superando ya
el metro ochenta.
—¿Has venido sola a la fiesta? —Inquirí
mientras me sentaba a su lado.
—He venido con una amiga, pero ahora
está un poco ocupada con Papá Noel.
Señaló a una chica vestida de elfa
que estaba besándose con...
—¡Ese es mi amigo Lucas! —Dejé
escapar una carcajada.
Los observamos durante unos segundos
hasta que se hizo demasiado incómodo y retiramos nuestras miradas.
—¿Tú de qué has venido disfrazado?
Sobre un atuendo relativamente
normal, camiseta negra, pantalones de cuero y botas militares, vestía una bata
roja con rebordes blancos que mantenía atada con una cadena. De esta colgaban
cencerros y un manojo de varillas de madera. Para rematar el disfraz, llevaba
una diadema con cuernos de carnero.
—Soy Krampus.
Saqué la lengua mientras alzaba el
manojo de varillas y hacía tintinear los cencerros, intentando imitar la
expresión del monstruo de las imágenes que había visto en Internet.
Sophie reparó en la longitud de mi
lengua y me dedicó una deliciosa expresión de sorpresa, con las cejas alzadas y
los labios en “o”. Seguidamente, se rio mientras negaba con la cabeza.
—No tengo ni idea de quién es
Krampus, lo siento.
Volví a recuperar la compostura,
sonriendo con diversión.
—Es un monstruo del que me habló mi
padre cuando era pequeño. Él es rumano, así que sus historias son un poco
distintas a las de aquí —maticé. Su mirada de interés me invitó a seguir
hablando—: Según el folclore del centro de Europa, Krampus es como un demonio
que aparece en diciembre y busca a los niños que se han portado mal. Es como lo
contrario de Papá Noel o San Nicolás.
—¿Y qué hace con los niños?
—Los azota con sus varillas de
abedul y los secuestra, llevándoselos en una canasta al Infierno. —Jugueteé con
las varillas, golpeando suavemente la palma de mi mano, y modifiqué mi tono de
voz por uno grave y juguetón; eso también había cambiado este verano—. ¿Tú has
sido buena o mala este año?
Me esperaba el rubor que cubrió sus
mejillas, pero no su respuesta.
—Si digo que he sido mala, ¿me
azotarás y secuestrarás?
Por la sorpresa me golpeé más fuerte
de lo debido y un latigazo de dolor atravesó mi mano, seguido de un latigazo de
placer. Fue mi turno de ruborizarme.
—¿Te gustaría? —atiné a preguntar en
un murmullo.
Aún no entendía por qué sentía
mariposas en el estómago al imaginarme ese tipo de escenas. A veces incluso me
sentía mal, pues no quería ser una persona violenta, ni mucho menos abusiva.
Pero, ¿y si a la otra parte también le gustaba?
Sophie se mordió el labio inferior,
como si también se lo estuviera imaginando.
—Yo...
—¡Eric, estás aquí! —Jessica hizo su
aparición con su bebida, tan oportuna como siempre—. Creo que he visto a Lucas
liándose con una chica... ¡Ah, hola, Sophie!
Sophie volvió a sentarse muy recta y
saludó cordialmente a mi amiga.
—Hola, Jessica. Mola mucho tu
disfraz.
Jessica posó para ella cómicamente,
haciendo competencia al mismísimo Jim Carrey con sus muecas. Le dirigí una
mirada para que se diera cuenta de que nos estaba interrumpiendo, pero la pasó
por alto y acabó sentada entre los dos.
—¿De qué estabais hablando?
Sophie se levantó como un resorte.
—Creo que voy a dar una vuelta por
las salas de juegos... Nos vemos, Eric.
Impotente, vi cómo se perdía de
vista en el otro extremo de la casa.
—¡Jess, me acabas de joder! —Me
quejé a ella directamente.
Jessica parpadeó, atónita.
—¿En serio estabas intentando ligar
con la chica más lista del instituto?
—¡Lo estaba consiguiendo!
—¿Tú, una criatura del averno,
ligando con tremenda diosa?
Jessica no tenía filtros cuando
estaba borracha. Una parte de mí se sintió ofendida al escuchar aquella
insultante comparación; a la otra parte incluso le hizo un poco de gracia.
—Krampus va a liarse con tremenda
diosa al final de esta noche.
Y tras aquella sentencia, la dejé
plantada en el sofá y seguí la dirección que había tomado Sophie.
No sabía qué sala de juegos se había
metido, así que primero probé suerte con la de la izquierda. En esta había un
billar, una mesa para jugar a póquer que ahora un grupo estaba empleando para un
juego de beber, un futbolín y una zona para jugar a los dardos. Ni rastro de
Sophie.
Ofuscado, la busqué en la sala de la
derecha. En esta había una gran pantalla incrustada en la pared en la que
varios chavales estaban jugando al FIFA 11, que había sido lanzado apenas unos
meses atrás. Contra las paredes laterales había varias máquinas clásicas de arcade,
como el Pacman, el Tetris y el Donkey Kong. También
reconocí algunos juegos de lucha, como el Street Fighter y el Mortal Kombat.
¡A mi padre le habría flipado esa zona! A mí los que me llamaron la atención
fueron los simuladores de coche y de moto. Pero si algo me llamó aún más la
atención, fue encontrar en uno de ellos a Sophie.
Se la veía super relajada al
volante, como si estuviera dando un paseo en vez de una paliza a un chico que
estaba seguro de que la había retado a una partida. Sophie trazó un drift
en una curva, cortándole el paso al otro vehículo y obligándolo a salirse del
carril. Segundos después el mensaje de winner o loser bloqueó las
pantallas, las cuales reprodujeron los mejores momentos de la carrera y
mostraron las tablas con las marcas de cada vuelta.
—Te he dejado ganar —replicó el
chico, como si tuviera alguna posibilidad de que alguien fuera a creerlo.
—Claro. Porque decirles a tus amigos
que te ha ganado una chica mancharía tu imagen de macho alfa.
—¡Que te he dejado ganar, me oyes,
puta! —el chico le dio un golpe al volante y le amenazó con un dedo.
Sin pensármelo dos veces llegué a su
altura y dije:
—Lárgate si no quieres comerte el
volante.
El chico se levantó, dispuesto a
enfrentarme, pero en seguida se dio cuenta de que cuerpo a cuerpo no era rival
para mí, así que balbuceó un par de insultos y se piró. Ocupé su sitio y me
dirigí a Sophie, sonriendo a modo de disculpa.
—¿Una partida?
Sophie parpadeó, como si estuviera
asimilando lo que acababa de pasar.
—¿Tú también te vas a ofender si te
gano?
—Mi masculinidad no es tan frágil
—bufé—. Además, yo siempre juego para ganar. ¿Qué gracia tiene, si no?
Por fin conseguí que se relajase y
sonriera de nuevo.
—De acuerdo. ¿Al mejor de tres?
La primera partida la ganó ella,
mientras que la segunda la gané yo.
—¡Esto se pone interesante!
—exclamé—. Va, ¿nos jugamos algo?
—Depende de lo que propongas...
—Quien gane, le hace la pregunta que
quiera a quien pierda, que por muy comprometida que sea tendrá que responderla.
¿Trato hecho?
Extendí la mano.
—Hum, trato hecho.
Sophie me la estrechó, y juro que me
recorrieron escalofríos por el contacto. Su piel era suave, sus dedos largos y
delicados, como de pianista, y sus uñas presentaban una manicura francesa
perfecta. Mi amiga tenía razón: era como una diosa.
Me esforcé a tope durante la tercera
carrera, pero Sophie tenía esa forma de jugar en la que te hacía creer que
estabas ganando y en el último momento te reventaba.
—¡He ganado! —celebró, haciendo un
pequeño baile de la victoria.
Aunque me sentía un poco
decepcionado conmigo mismo, sonreí.
—Adelante, dispara. ¿Qué oscuro
secreto quieres saber?
Sophie bajó la vista al volante, indecisa.
—Corren rumores de que sales con un
chico de tu FP... —Me dio un vuelco al corazón—. ¿Eres gay?
Bueno, al menos la pregunta no
estaba formulada para que descubriera la identidad de Gabriel.
—No, soy bisexual.
La miré de modo que le quedase muy
claro que ella me gustaba. Sophie se ruborizó, captando el mensaje.
—Pero... ¿sales con alguien?
—Eh, ya te he respondido a una
pregunta —apunté—. Te responderé a la segunda si ganas la siguiente partida.
Sophie aceptó de buena gana el reto.
Sin embargo, fue mi turno para celebrar.
—Va, voy a ser bueno, que es
Navidad... No, no salgo con nadie. ¿Y tú, Sophie?
—No. Si te soy sincera, ni siquiera
me he besado nunca con nadie...
Su mirada se posó momentáneamente en
mi boca y admito que la posibilidad de ser su primer beso me puso un poco
nervioso. Las primeras veces siempre eran especiales; de hecho, me parecía peor
que una primera vez resultase indiferente que directamente mala.
—¿Y te gustaría que tú y yo... nos
besásemos?
Abrió mucho los ojos y me di cuenta
de que adoraba sacarle esa expresión de sorpresa.
—¡Qué directo! —exclamó—. Pero la
verdad es que me gustas. Y es una locura, porque apenas nos conocemos, pero sí
que me gustaría besarte.
La alegría burbujeó en mi pecho.
—¿Buscamos un sitio un poco más
tranquilo?
Volví a ofrecerle mi mano, y esta
vez no nos soltamos.
El salón seguía abarrotado de gente
que cada vez estaba más borracha, así que nos dirigimos al piso de arriba. Por
el camino nos volvimos a cruzar con Lucas y la amiga de Sophie, que con sus audaces
caricias empezaban a rozar el límite del exhibicionismo. En cuanto a Jessica,
estaba dándolo todo en la pista de baile.
Subimos la escalinata de mármol. Otras
parejas debían haber pensado lo mismo que nosotros, pues ya habían ocupado la
mayoría de las habitaciones, dejando una prenda en el pomo de la puerta como aviso
de “no molestar”.
«¡Joder!» maldije mentalmente.
Tampoco era plan de salir con el frío que hacía. Observé el jardín a través de
un ventanal al final del pasillo. Tal y como había predicho, había una enorme
piscina que en esa época del año estaba vacía y tapada; también descubrí una
zona para preparar barbacoas y una estructura que identifiqué como un
invernadero. Se me ocurrió una idea.
Bajamos de nuevo y nos dirigimos al
acceso del jardín. Algunas personas se encontraban en el porche fumando, y nos
miraron con curiosidad cuando nos dirigimos hacia la estructura de cristal. Por
suerte, la puerta no estaba cerrada con llave.
—¿Estás seguro de que podemos entrar
aquí?
Se notaba que a Sophie le costaba
saltarse las normas.
—Si no podemos estar aquí ya nos
echarán. —Le dediqué un guiño que no estaba seguro de que hubiera visto debido
a la oscuridad—. Espera, voy a buscar el interruptor de la luz.
Por suerte, el cuadro de luz no
estaba muy lejos de la entrada. Al activarlo, las luces se encendieron en serie;
la luz era lo suficientemente intensa como para no deslumbrarnos y mostrarnos
una impresionante selva de colores y formas. Sophie pareció olvidarse de todos
sus reparos y se dispuso a pasear entre las hileras de plantas, maravillada.
Mientras seguía sus pasos, busqué con la mirada cámaras de seguridad; yo tampoco
quería que llamasen a la policía por allanamiento. Como aparentemente no había
ninguna, me relajé y volqué toda mi atención en mi acompañante.
Las mangas de su vestido eran
transparentes, revelando sus brazos delgados. En el torso la tela se convertía
en un corpiño que se ataba suavemente a la espalda, y la falda era larga y
tenía ligeramente vuelo, de manera que al andar se ondeaba sobre sus tobillos
revelando unas bailarinas blancas. La escena parecía sacada de un cuento de
hadas y me imaginé cómo nos vería un narrador omnisciente de una novela de
fantasía; Sophie era una ninfa de los bosques y yo un demonio que la
perseguía... No, mejor aún: yo era un demonio al que ella atraía al corazón del
bosque. El ambiente olía a tierra mojada y a una mezcla de aromas florales
difíciles de identificar. Había bastante humedad dispersa en el aire, pero como
la temperatura era estable y templada la sensación era agradable. La música procedente
de la casa apenas se escuchaba, amortiguada por las paredes de cristal, y el
silencio se rompía por nuestros pasos, el tintineo de los cencerros y la cadena,
y las exclamaciones de Sophie.
—Achillea millefolium. Primula veris. Angelica archangelica.
Mentha spicata... ¡Hum, qué bien huele!
Me detuve a su lado.
—¿Te gusta la botánica? —inquirí,
curioso.
—Sí. Sobre todo, me fascinan las
plantas medicinales —sonrió—. Me gustaría estudiar farmacia en la Universidad.
—Lo conseguirás.
Su sonrisa se amplió, eclipsándolo
todo a su alrededor.
—¿Quieres probarla?
—¿El qué?
—La menta.
Con cuidado, cogió unas hojitas y se
las metió en la boca. Las masticó con fruición, y yo no me lo pensé dos veces. Con
un brazo la rodeé de la cintura, atrayéndola hacia mí, y con la otra mano acuné
su rostro mientras me inclinaba hacia sus labios. La besé con suavidad, aplicando
la presión de una pluma y dándole tiempo a reaccionar. Sophie abrió un momento los
ojos, sorprendida, pero no se apartó. Con un poco de torpeza, rodeó mi cuello
con sus brazos y me devolvió el beso. Comencé a mover los labios con lentitud, invitándola
a buscar nuestro ritmo mientras aprendíamos el contorno de nuestras bocas; sus
labios eran suaves y rellenos, con el arco de cupido definido y las comisuras
apuntando ligeramente hacia arriba. Varios minutos después, fue ella la que se
atrevió a introducir su lengua en mi boca.
Mi primer beso con Sophie supo a primer beso, a
Navidad y a menta.
Los disfraces fueron propicios para algo que promete ser intenso.
ResponderEliminarBesos.
Una fiesta de película, sobre todo por esas salas de juegos para todos los gustos, yo también me hubiera decantado por un simulador de coche. Y ese disfraz de Krampus da mucho juego para la complicidad y acercamiento como ocurrió entre Sophie y Eric. La escena final del primer beso con sabor a menta me encantó, muy romántica, además Ninfas y Demonios se atraen desde siempre, algo en común han de tener ;) Lo he disfrutado como un primer beso.
ResponderEliminarDulces besos de lavanda Señorita.