Capítulo Extra 1. Normal

Título: Angy, letras con forma de alas en los laterales. Color negro con sombras rosas y verdes.

Si hay una palabra que podía describir a Will, esa era “normal”.
Le conocí durante uno de mis almuerzos. La camarera nos intercambió nuestros bocadillos por equivocación y ambos acudimos a la barra al mismo tiempo.
—¿Tortilla de patata con tomate? —le pregunté, como si fuera su nombre.
—¿Pollo con mayonesa y piña?
Asentí. Recuperamos nuestros pedidos, medio riendo, y cuando dimos media vuelta para volver a nuestras mesas me preguntó:
—¿Esperas a alguien para comer?
—No. ¿Y tú?
—No. —Me fijé en que tenía una sonrisa bonita—. ¿Puedo acompañarte?
—Claro. Me llamo Angy.
Le tendí la mano que tenía libre y él me la estrechó con firme suavidad.
—Will.
Durante la comida charlamos sobre nuestros trabajos. Will era empresario y le pareció interesante que yo fuera estadista. Hablamos de porcentajes, algoritmos... Y también un poco sobre nuestra vida privada. Ninguno teníamos pareja en ese momento y nuestras edades eran parecidas; él tenía veintinueve años y yo pronto cumpliría los veintiséis. Al despedirnos nos intercambiamos los números de teléfono y prometimos compartir otro almuerzo.
De aspecto no diría que fuera guapo, pero tampoco feo. Era... normal. Tenía el pelo castaño ondulado, ni muy largo ni muy corto, y los ojos brillantes de color avellana. Medía metro setenta y tenía un cuerpo atlético. Me gustaba especialmente que se le marcasen los músculos de los brazos gracias a que practicaba tenis todas las semanas.
Cuando la segunda vez que comimos juntos me planteó ir a jugar con él, me imaginé vestida con la típica faldita de tenista, pero sin nada más debajo. Yo me inclinaría hacia delante, aferrándome a la red, y él me azotaría las nalgas directamente con una raqueta. Por supuesto, decliné la oferta y enterré en lo más profundo de mi ser mi fantasía.
Nuestra siguiente cita fue por la tarde, después del trabajo. Tomamos café y dimos una vuelta por el centro. Los escaparates de las tiendas nos devolvían nuestro reflejo: un joven perfectamente trajeado y una joven con chaqueta y una monótona falda gris, medias negras y zapatos de tacón bajo.
—Hacemos una buena pareja, ¿no crees? —pasó una mano por la cintura.
Me mordí el labio inferior, dubitativa. El debió de interpretarlo de otra manera, pues añadió:
—Me gusta cuando te muerdes el labio inferior... Aunque preferiría besártelo.
El corazón me dio un vuelco.
—Yo también lo preferiría...
Me sostuvo el rostro con la otra mano antes de juntar nuestras bocas. Besaba bien. Nuestros labios se movieron acompasados, con suavidad, como un saludo cordial.
—¿Y si quedamos el sábado para cenar? Conozco un sitio de comida italiana que te encantará.
Me pareció bonito que hubiera retenido ese detalle sobre mí. Quizás por eso permití que rodease con su brazo mi cintura y respondí:
—Sí, me encantaría cenar el sábado contigo.
El sábado me pasé dos horas eligiendo el conjunto y el maquillaje perfectos para nuestra cita. ¡Siempre me pasaba lo mismo cuando la otra persona no conocía esa faceta de mí! Dudaba y dudaba delante del espejo, mientras en la cama se amontonaban decenas de prendas.
Al final escogí un vestido negro largo hasta los tobillos, de mangas amplias y un generoso escote. Encima de este, el corsé convertía la forma de mis caderas, mi cintura y mis pechos en un reloj de arena. No llevaba sujetador, y bajo la falda se ocultaban un tanga de encaje y unas medias de rejilla. Las botas de plataforma tenían cadenas a juego con el chocker que rodeaba mi garganta. Me recogí el pelo en dos moñitos, dejando que los mechones blancos enmarcasen mi rostro. La base de mi maquillaje era blanca, las sombras de los ojos negras y el pintalabios rojo como la sangre. Para terminar, adorné mis orejas con piercings y me coloqué el septum de la nariz.
Hacía buena tarde, pero como iba un poco justa de tiempo cogí el autobús. En la parada, una niña se me quedó mirando con los ojos muy abiertos y un anciano se santiguó como si estuviera viendo a La Llorona. Suspiré con resignación.
El restaurante se llamaba La vita è bella, como la película. Will me había avisado que estaba esperándome, así que se lo comenté al maître y me acompañó hasta la mesa.
Mi cita estaba vestida con una camisa azul cielo, unos chinos marrones y unos náuticos. Se le desencajó la mandíbula al verme.
—¿Angy? ¡Casi no te había reconocido! —Se levantó para ofrecerme mi asiento, como un caballero—. ¿Por qué estás vestida y maquillada... así?
—Porque soy gótica —repliqué, con una mezcla de obviedad e incomodidad.
—Pero los otros días tenías un aspecto... normal.
—En mi empresa se sigue un código de vestimenta.
—Oh...
—¿Estás molesto?
No sería el primero en rechazarme en cuanto conocía esta faceta. ¿Por qué la gente era tan superficial? ¡A mí no me importaba qué tipo de camisa o pantalones llevase! Mientras me atrajera la persona...
—Estoy sorprendido. Siempre he salido con chicas normales. Me sorprende que ahora la chica que me gusta sea una chica gótica.
Me alivió escuchar sus últimas palabras.
—Entonces, ¿te sigo gustando? —tanteé.
Me observó con detenimiento, y noté que su mirada se posaba unos segundos de más en mi escote.
—Claro que me gustas. Además, he de reconocer que este estilo tiene su puntillo.
—A mí me gusta tu camisa.
—La he escogido para que hiciera juego con tus ojos.
Una vez roto el hielo, le echamos un vistazo a la carta y pedimos. De primero, yo me decanté por el risotti y él por la pasta bolognese; de segundo, fettine di vitello y enctrecot, respectivamente. Como acompañamiento, pan con aceite y orégano —¿él también había evitado el ajo deliberadamente?— y, para beber, agua y vino blanco de la casa.
—¿Estás segura de que no quieres probar el vino? —alzó su copa.
—No, gracias. Soy abstemia.
—¿Ni siquiera un poco?
Me fastidiaba que las personas se pusieran insistentes en que probase bebidas alcohólicas.
—No, no, de verdad.
La conversación fluyó hacia varios temas mientras comíamos. A Will le gustó saber que ambos hubiéramos estudiado en colegios concertados, pero cuando le comenté que me habían hecho bulling le restó importancia diciendo: «Son cosas de chiquillos». Me habló de sus padres, de su hermano y de su perro Rex. También de una casa familiar en una de las islas y de las fiestas que celebraba ahí con sus amigos y sus exnovias.
—No me gustan los sitios húmedos y cálidos —le confesé—. Mis épocas favoritas son el otoño y el invierno.
—Eso es porque nunca has ido en yate... —alzó las cejas con aire de suficiencia.
Carraspeé.
—Mi tío tiene una empresa de alquiler de barcos.
—¡Oh, qué interesante!
Will habría encajado perfectamente con mi familia. ¡Mis padres lo habrían adorado! Sin embargo, yo... A ver, era un chico majo y respetuoso, pero sentía que no terminaba de encajar conmigo. Y, aun así, estaba decidida a darle una oportunidad. ¡Quizás me llevase una sorpresa!
De postre, para aligerar un poco la cena, pedimos sorbetes, el mío de limón y el suyo de limoncello. Además, Will se pidió un carajillo de Baileys. Esperaba que el alcohol no le afectase demasiado, pues deseaba que la noche terminase en algo más que palabras y besos.
Will se empeñó en pagar la cuenta y, cuando salimos del establecimiento, miró a su alrededor con nerviosismo antes de preguntarme:
—¿Quieres... te apetece ir... a un lugar más íntimo?
Noté un calambre de excitación en el vientre.
—Mi apartamento está en el Sector 7.
—El mío se encuentra a unas pocas calles de aquí. ¿Te importa si...?
—Claro, podemos ir al tuyo.
Me agarró de la cintura mientras caminábamos y continuamos charlando de colegios concertados, yates y empresas.
Will vivía en un barrio pijo. Los parques estaban cercados, pues pertenecían a las urbanizaciones circundantes, que también tenían piscinas y espacios privados para practicar deportes. Abrió la verja de una de ellas y me condujo entre los portales. Subimos en ascensor hasta una octava planta; durante el ascenso me hubiera gustado que me besase, pero se mantuvo quieto mirando hacia las puertas metálicas.
—Hay una cámara de seguridad en esa esquina —me la señaló—. Por si ocurre cualquier incidente en el edificio, que puedan identificar a las personas que suben y bajan. También hay cámaras en las escaleras y en los porches.
—¡No quiero ni imaginarme lo que cuestan los gastos de tu comunidad!
—Bah, tampoco es tan caro.
Salimos del ascensor y nos dirigimos a una puerta blindada con dos cerrojos que mi anfitrión abrió con presteza. Me fijé en que su llavero era un ancla.
—Perdona, tengo que desconectar la alarma —se disculpó al romper nuestro abrazo.
No entendía a qué se debía tanta seguridad, pero asentí y le esperé pacientemente en el recibidor.
—Ya está... ¿Pasamos al salón?
El apartamento parecía excesivamente grande para que viviera en él una sola persona, pero se veía limpio y ordenado. Las paredes eran blancas, el suelo de madera gris y los muebles oscuros. Me llamó la atención que en el salón tuviera colgados sus títulos universitarios y varios premios de torneos de tenis.
Nos acomodamos en el sofá.
—¿Quieres beber algo?
—No, gracias.
—¿Estás segura de que no quieres...?
—Quiero liarnos un rato y lo que surja —le solté a bocajarro.
Volvió a poner la misma expresión que cuando me había visto llegar al restaurante.
—Estoooo... vale. No estoy acostumbrado a que la chica tome la iniciativa.
Puse los ojos en blanco.
—Y yo no estoy acostumbrada a que el chico dé tantos rodeos. ¿Nos liamos o qué?
Nos acercamos para besarnos, esta vez profundizando un poco más; el fondo de su lengua sabía a café y a alcohol, pero era un sabor agradable. Mis manos se perdieron en su pelo y tiraron de él suavemente. Will descendió sus manos por mi cuello y buscó mis pechos.
—¿Cómo se quita el corsé?
—Los abroches están delante.
Tras forcejear un rato con ellos, consiguió desengancharlos y me quitó la prenda. Mis pechos cayeron directamente en sus manos y los masajeó con cuidado por encima del vestido.
—Puedes apretar más —le sugerí.
—No quiero hacerte daño.
—No te preocupes, me gusta.
Apretó ligeramente mis pezones, pero no lo suficiente como para provocarme el correspondiente calambre de placer. Como no parecía muy cómodo con la idea de hacerme daño, decidí no insistir.
Continuamos besándonos hasta que noté su erección clavándose en mi muslo.
—¿Vamos al dormitorio?
—Sí.
El dormitorio era enorme y tenía decoración náutica. A un lado había un armario y en el centro estaba la cama con dos mesillas a cada lado. Will se desvistió con rapidez y yo hice lo propio ante su atenta mirada.
Goth Girl. Por si no había quedado claro.
Ambos sonreímos, y en ese momento creí que, aunque fuéramos polos opuestos, habíamos conseguido conectar.
Nos tumbamos en la cama, besándonos y acariciando nuestros cuerpos desnudos. Estaba circuncidado, así que la punta de su polla tenía un tacto ligeramente rugoso. Abrí las piernas y deslizó sus dedos por mi coño húmedo, aunque no se detuvo en mi clítoris más que unos pocos segundos.
—Me gusta que estés depilada... —Él no lo estaba, pero no me importaba—. ¿Tomas pastillas anticonceptivas?
—No. —Me puse tensa un instante—. Pero, aunque las tomase, las pastillas no protegen de las ETS.
—¡Estoy limpio, te lo juro!
Se mostró ligeramente ofendido por la duda. Los juramentos no me bastaban; si no me lo podía asegurar con una analítica reciente, extremaría las precauciones.
—Bueno, pero como no empleo anticonceptivos químicos, necesitamos condones de todas formas —argumenté con suavidad—. Tengo en el bolso.
—Tranquila, tengo en el cajón.
Me enseñó la caja que ponía XL, aunque yo estaba segura de que con una talla normal le bastaría. Alcanzó uno de los envoltorios, lo abrió y se colocó el condón. Tal y como imaginaba no le quedaba perfectamente ajustado; quizás no le gustaba que la goma quedase apretada, pero a mí me daba un poco de miedo que se le resbalase y se quedase dentro de mí. Para evitar accidentes decidí colocarme encima.
Una expresión juguetona apareció en su rostro.
—¿Te gusta estar al mando, Angy?
No tenía tiempo para explicarle que estar arriba o estar abajo no implicaba ser dominante o sumisa. Simplemente respondí:
—Sí.
Me senté a horcajadas sobre sus caderas mientras orientaba su polla hacia mi sexo, y me penetré a mí misma poco a poco, disfrutando de la sensación. Will resopló cuando llegué al tope. Comencé a moverme, buscando el ángulo perfecto para estimularme al mismo tiempo que mi clítoris se frotaba contra su pubis, y él me acompañó agarrando mis caderas.
Will era de esos chicos que mientras follan se te quedan mirando con los ojos velados por el deseo y la boca entreabierta, pero sin emitir ni un solo sonido. Fueron mis gemidos los que llenaron el dormitorio, creciendo al son que crecía mi orgasmo.
—Empiezo a tener ganas —le avisé.
—Yo también...
Sin embargo, noté que mi orgasmo se quedaba estancado en un valle. Necesitaba más estímulos...
—¿Puedes azotarme? —me atreví a pedirle al cabo de los minutos.
Su expresión volvió a tornarse desconcertada.
—¿Perdón?
Me detuve un momento y de paso aproveché para comprobar que el condón seguía bien colocado.
—Si puedes azotarme... en el culo, por favor.
No es que siempre necesitase sentir dolor para correrme, pero me ayudaba a aumentar mi excitación. Además, conforme adquiría experiencia, había aprendido que algunas palabras y gestos en el momento adecuado podían actuar como desencadenantes de mis orgasmos.
Supe que Will había tomado una decisión cuando me devolvió una sonrisa y una de sus manos soltó mi cadera para impactar en mi culo.
—¿Así?
Me esperaba más de un brazo de tenista, la verdad, pero el picor del azote fue suficiente para estremecerme de placer.
—Sí, gracias.
Continué cabalgándole mientras su mano impactaba en mis nalgas, ganando seguridad.
—Estás más estrecha —me avisó, con los dientes apretados—. No aguantaré mucho...
Por suerte, mi orgasmo siguió escalando y en el enésimo azote me corrí, mojando su vientre con mi squirt. Will se corrió al mismo tiempo, uniéndose a mis gemidos con un gruñido de satisfacción.
Cuando volvimos a la calma, me aparté con cuidado hasta quedar tumbada a su lado. Bajé mi mano hasta sus testículos para acariciárselos y observé cómo su polla se volvía flácida dentro del condón; el extremo contenía el líquido blanquecino.
—¡Ha estado genial! —Exclamó, rendido—. Pensaba que esto ocurría sólo en el porno. Oh, no quiero decir que...
—Me lo he tomado como un cumplido.
Se relajó de nuevo.
—Por norma general a las chicas les molesta el porno. Pero tú no eres como las otras chicas.
«Por norma general las chicas tienen toda la razón del mundo en molestarse por el porno», estuve a punto de contestar, pero me contuve. Fue su última frase la que me molestó.
Aparté mi mano de su sexo.
—¿Y por qué tendría que compararme con otras chicas? Todas merecemos el mismo respeto, seamos más o menos normales.
Pareció espabilarse un poco con mi tono de voz. Se incorporó.
—Claro, claro. No me hagas mucho caso, Angy. Después de un buen polvo hablo sin pensar...
Se quitó el condón, lo anudó y lo colocó encima del envoltorio sobre la mesilla. No parecía tener más ganas de seguir follando.
—Ya es medianoche... ¿Te apetece quedarte a dormir?
—No, gracias, prefiero volver a mi apartamento.
En realidad, mi plan era el siguiente: ir a Skeleton Moon, bailar hasta que me dolieran los pies, volver a mi apartamento, ducharme y masturbarme con un vibrador hasta quedarme dormida.
Will se puso unos calzoncillos y, cuando estuve de nuevo vestida, me acompañó al recibidor.
—Permíteme que llame un taxi...
—No hace falta, de verdad. Muchas gracias por invitarme a cenar.
Me acerqué para darle un beso de despedida, que me devolvió con suavidad.
—¿Nos vemos el lunes a la hora de la comida? —parecía esperanzado en que hubiera una próxima vez.
Asentí.
—Bocadillo de tortilla de patata con tomate —me despedí.
—Pollo con mayonesa y piña.
 
 
 

2 comentarios:

  1. Desde el comienzo se veía que el encuentro no iba a ser satisfactorio, más aún cuando quedaron en evidencia las diferencias entre ambos. Ese Will al parecer no tenía ni buen derecho, ni buen revés, menos era un avezado navegante en aguas turbulentas y estoy seguro de que sus calzoncillos tenían delfines :) En cuanto a Angy, más que un reloj de arena vestida así era una bomba de relojería. Esos mechones enmarcando el rostro siempre me han encantado en una chica.

    Dulces besos al derecho y al revés.

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    1. ¡Me alegro de que hayas podido llegar a Amor x Dolor, Dulce! Y mil gracias por seguir la historia. Hay mucho por explorar, pero ahora toca centrarnos en este capítulo...
      Así es, mucho yate pero poca navegación. Además, si acaso, Angy prefiere estar con un pirata ;) Me ha gustado lo de la bomba de relojería, y los mechones siempre quedan bien, sobre todo si son de otro color.
      Dulces besos desde arriba y desde abajo

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