Capítulo 12. Send nudes

  Título: Eric, letras con forma de alas en los laterales. Color negro con sombras rosas y verdes.
Me estaba enamorando de Angy.
Lo empecé a sospechar cuando me sonó la alarma del jueves por la mañana. Habíamos dormido con mi mano derecha apoyada contra su vientre para darle calor y mi rostro enterrado en su cuello, oliendo su champú. El aroma a romero y... ¿salvia, quizás? se mezclaba con su propio sudor.
Deseaba con toda mi alma quedarme un rato más en la cama, pero debía ir a trabajar, así que me obligué a levantarme. Me moví con cuidado para no despertarla, alcancé mi ropa y me vestí en completo silencio. La erección mañanera me apretó los pantalones, pero no tenía tiempo para hacerme cargo de ella. En su lugar, preparé el desayuno para ambos, desayuné rápidamente y dejé una nota sobre la mesa antes de marcharme.
 
 
Buenos días, Goth Girl. Espero que te encuentres mejor y puedas enviarme una foto tuya desayunando. Esta tarde no puedo quedar, pero nos vemos mañana. ¿Te apetece ver la nueva exposición de L’appel du vide? Vamos hablando, Eric.

 
Desde que acabé el instituto apenas escribía a mano y era consciente de que mi letra era un poco fea, pero esperaba que Angy apreciase el detalle.
Cuando llegué a la obra, la mayoría de mis compañeros ya se habían cambiado.
—¿Qué tal la noche, Romeo? —me preguntó, irónicamente, Romeo—. ¿Fuiste a bailar con tu Julieta?
—No, al final nos quedamos en casa viendo una película.
Me quité la camiseta mientras intentaba al mismo tiempo abrir mi taquilla. Benito me echó una mano con la cerradura; sólo quedábamos nosotros tres en el vestuario.
—Ya, ya, viendo una peli...
—Que sí —afirmé—. Sólo vimos una peli.
—¿Romántica? —propuso el primero.
—De terror.
—Claaaaro, para poder arrimarte cuando ella tenga miedo.
Los dos hombres se rieron. ¡Parecían quinceañeros a los que les va la vida en el salseo! Y, en realidad, tenían treinta y cuarenta años respectivamente.
—Creedme, a mí me dan más miedo que a ella —me reí de buena gana.
—Mientras luego se te levante...
Romeo hizo un gesto obsceno con las manos. Lo ignoré deliberadamente.
—Cada vez pasáis más tiempo juntos —comentó Benito—. Se te nota... ¿Cómo se dice? Ilusionado.
—¿Y ya te has declarado?
—¡No! —incluso a mí mismo me sorprendió el ímpetu de mi respuesta.
—¿Ella no quiere una relación?
Notaba las mejillas, el cuello y las orejas ardiendo, así que me centré en atarme las botas de trabajo.
—Aún no hemos hablado de ello.
—Eso es porque pasáis demasiado tiempo follando...
—O viendo películas.
Volvieron a reírse.
—También hablamos —chasqueé la lengua—. La intimidad no sólo es sexo, ¿sabéis? Además, ¿por qué me tengo que declarar yo?
—Me da igual quién se declare, pero que alguien lo haga. ¡Ay, las nuevas generaciones! —Benito me ayudó a cerrar la taquilla de nuevo—. Le tenéis miedo al compromiso, a que las relaciones duren. ¡Míranos a mi mujer y a mí! Pronto haremos veinte años de felizmente casados.
—Pero si te quejas todos los días de tu vida de casado —le recordó Romeo.
—¿Estamos hablando de mí o de Eric?
—Eric, tú déjate llevar por tus sentimientos.
Me giré hacia él de golpe, atónito.
—¿Desde cuándo hablas de sentimientos, Romeo?
—¡Desde que ayer ganamos! —Ah, claro, se refería al partido de fútbol que se jugó anoche—. Con prórroga y todo, fue un partidazo.
A mí no me interesaba en absoluto ese deporte. Al revés, ¡me aburría como a una ostra! Sin embargo, aproveché el cambio de tema para desviar la atención de mi vida privada y, charlando animadamente, nos pusimos manos a la obra.
Cuando llegó la hora del descanso, se me aceleró el pulso al leer los mensajes pendientes.
Había dos fotografías.
La primera mostraba mi nota, a la que Angy había respondido.
 
 
Lo estoy deseando. Me encuentro mucho mejor. Gracias por pasar la noche conmigo y por el desayuno, Angy

 
Como esperaba, Angy tenía una letra preciosa, curvada y estilizada.
La segunda mostraba a Angy desayunando, vestida con una blusa de color rosa pálido que drapeaba sobre su torso de forma elegante y sensual. Debido al protocolo que le exigía su trabajo, no llevaba los piercings, su cabello estaba recogido en un moñito bajo, y sus pestañas maquilladas con rímel amenazaban con rayar los cristales de sus gafas. Sus labios sonreían contra el borde de una tostada de mantequilla y mermelada de frambuesa, y había dejado una marca de pintalabios en la taza.
«Ojalá ser esa tostada», le respondí.
Angy se conectó a los pocos segundos. Había memorizado su horario y sabía que su descanso era sobre las doce... ¿Acaso me estaba escribiendo a hurtadillas?
«Ojalá haberte desayunado a ti».
Mi polla palpitó al recordar el calor de su garganta.
—¿Ya estáis intercambiándoos mensajes, Romeo?
¿Tanto se notaba?
No le respondí. Me apoyé contra las taquillas para no pillar a ningún compañero de fondo y me hice una foto desde arriba; estaba cubierto de polvo y rastros de sudor, haciendo honor a mi uniforme. Tal y como esperaba, Angy me respondió con emoticonos de fuego y se me escapó una sonrisa.
—¿Por qué no te sacas la polla y le mandas una foto?
El vestuario se llenó de cacareos.
—Porque es de imbéciles mandar foto-pollas no solicitadas.
Romeo ni siquiera parpadeó.
—A mí me gustaría que me mandasen fotos de tetas y coños sin haberlo pedido.
Varios le dieron la razón.
—¿Alguna vez te ha ocurrido? —inquirí, escéptico.
—La verdad es que no. Siempre tengo que pedirlas. Y cuando mando yo una foto, me insultan y me bloquean. Hubo una tía que hizo un... ¿cómo se llama eso que pones muchas fotos?
Collage.
Eso. Pues hizo un colax con todas las foto-pollas que le habían mandado en un año. ¡Y estaba la mía! No sabía si sentirme orgulloso o humillado.
Benito chasqueó la lengua.
—Creo que esas chicas preferirían que les mandases una foto de tus mascotas.
Mientras comíamos unos sándwiches y nos hidratábamos, algunos con agua, refrescos o café, y otros con bebidas alcohólicas, estuvimos discutiendo qué eran más adorables, si los perros o los gatos. Benito también aprovechó el descanso para fumar, y Romeo se metió en la boca un par de pastillas. Cuando sonó la sirena que marcaba el final del descanso, volvimos a la faena.
La conversación sobre las fotografías se reproducía una y otra vez en mi cabeza, mezclada con la que había tenido el día anterior con Angy sobre los límites de la libertad sexual. En cuanto terminé mi turno sobre las dos, no pude resistirme a preguntarle: «¿Te gustaría una foto de lo que hay debajo del uniforme?»
Angy se conectó al instante, pero me hizo esperar un largo minuto hasta que recibí su respuesta. Escribiendo... En línea. Escribiendo... En línea.
«Sí. Pero que tenga un poco de arte, por favor.»
Entendía a qué se refería. Por suerte, Max llevaba varios años culturizándome en el arte del erotismo.
Me di prisa en volver a mi apartamento y me metí directamente en la ducha. El agua caliente tuvo dos efectos: 1) relajó mis músculos agarrotados y 2) cubrió el espejo de vaho, de modo que apenas se podía adivinar mi figura.
—La clave del erotismo está en insinuar —solía decir mi amigue.
Hice una foto y se la mandé.
«No se ve nada...» se quejó Angy.
«Paciencia, brat.»
El vaho comenzó a condensarse... En un arrebato de inspiración, dibujé varios corazoncitos con los dedos y el nombre de Angy a la altura de mi pecho, provocando que algunas gotas se deslizasen por el cristal. Sin embargo, aún no se distinguían perfectamente todos los detalles de mi reflejo. Le mandé otra foto.
«Esa me gusta más.» Me envió un corazón negro y un emoticono de fuego.
Cuando el espejo se desempañó completamente, hice la última foto. Posé de medio lado, sosteniendo el móvil con la mano derecha a la altura de mi cabeza y mi erección con la mano izquierda. De esta forma, quedaron al descubierto los tatuajes del costado, tres golondrinas que nos representaban a Gina, Liam y a mí.
Recibí una marea de corazones negros y más fuego.
«Oye, no es justo... Ahora tengo que volver al trabajo y luego ni siquiera nos vamos a ver. Al menos, espero que te toques pensando en mí...»
«Pronunciaré tu nombre al correrme.»
Escribiendo... En línea. Escribiendo... En línea.
«Mándame un audio y así lo podré escuchar.»
Ignorando que me acababa de provocar un micro-infarto, Angy se desconectó. O sea, ella veía los vídeos porno sin sonido, ¿pero a mí me pedía que le enviase un audio corriéndome? ¡Qué chica tan contradictoria!
Y me estaba enamorando de ella.
La acústica del baño era bastante buena, así que ni me molesté en cambiar de estancia. Comencé a masturbarme con una mano mientras que con la otra sostenía el móvil cerca de mi boca. Gemí y jadeé, imaginando cómo la follaría contra el lavabo si estuviéramos juntos, sin importarme que tuviera la regla. Fantaseé con hacerlo sin condón, preguntándome cómo se sentiría su coño, húmedo y caliente. La imagen de mi corrida desbordando y adquiriendo un color rosado al mezclarse con su sangre me llevó al límite.
—¡A-Angy! —grité su nombre, y casi se me resbaló el móvil entre los dedos al enviarle el audio.
No me sorprendió que su duración fuera inferior a los cinco minutos; cuando me masturbaba, tardaba menos tiempo en llegar al orgasmo que cuando tenía sexo con otra persona, pero en cierta manera también se sentía menos satisfactorio.
Resignado, me limpié y me puse el pijama. Después de comer, me metí en la cama para echarme una siesta, y me aseguré de tener bien puesta la alarma, pues por la tarde tenía la prueba médica.
 
 
Llegué a la consulta sobre las siete.
Se trataba de una clínica privada. Las personas que estaban esperando en la sala se me quedaron mirando descaradamente cuando les di las buenas tardes y me senté en un asiento libre. ¿Por qué la gente era tan superficial? Ignoré a aquella panda de ricachones estirados y, para matar el tiempo, me dediqué a leer el webcómic que me había recomendado Angy.
El arte era brutal y la historia me había enganchado desde los primeros paneles. La protagonista, que era una bruja, tenía un humor ácido y un poco mamarracho, si bien conforme avanzaba la trama iba mostrando su corazoncito. En cuanto al protagonista masculino, que era un hombre-lobo, al principio parecía serio y estricto, el típico personaje obsesionado con cumplir las reglas, pero en seguida se descubrió que era un cachito de pan que se preocupaba por la bruja, ya que ella no hacía más que romperlas. El misterio respecto a los demonios y a la muerte de la amiga me tenía en vilo. En cuanto al gore y a las escenas de sexo... Uf, no esperaba que me fueran a gustar tanto.
—¿Eric Ardelean? —me llamó la enfermera, sobresaltándome.
—Sí, soy yo.
—Por favor, pase por aquí. —Me hizo entrar en la sala—.  Análisis de sangre y prueba de coagulación, ¿verdad?
—Eso me comentó el doctor, sí.
—Perfecto. Coloque el brazo sobre la mesa, por favor...
Se puso una mascarilla y unos guantes. Me anudó una banda elástica alrededor del bíceps para que se me marcase más la vena y, tras pasar un algodón con alcohol por mi piel y dejar tras sí el característico frescor, me comentó:
—Supongo que con la cantidad de tatuajes que tiene no le dan miedo las agujas.
Estaba entrada en años, por lo que se le marcaban las arrugas en las comisuras de los ojos al sonreírme.
—No, no tengo miedo ni a las agujas ni a la sangre —le devolví la sonrisa.
Apenas noté cómo introducía la aguja en la vena. Me sacó dos tubos, uno con tapa roja y otro con tapa azul, y observé todo el proceso con los ojos atentos; me gustaba ver cómo los tubos se llenaban.
—¡Listo! Presione con un algodón hasta que deje de sangrar.
Se quitó los guantes y los tiró en un cubo de papelera cercano, al igual que la mascarilla. La observé mientras rellenaba mis papeles.
Tenía el pelo corto en media melena negra, como las alas de un cuervo. Bajo el uniforme de enfermera, que consistía en una camiseta blanca de manga larga, una camiseta de manga corta y unos pantalones, ambos de color turquesa, se apreciaba un cuerpo rollizo. Me recordó a Rosie, una enfermera que había conocido en la rehabilitación de mi madre años atrás; habíamos follado una única vez, en el hospital, y yo me había negado a seguir viéndonos cuando me enteré de que estaba casada y tenía un hijo.
Finalmente, me tendió los papeles sujetos en una carpeta clip.
—Baje esta carpeta a recepción, donde le pasarán la factura. Pida también cita con el doctor para finales de la semana que viene. De todas formas, el lunes o el martes le debería llegar una notificación con los resultados.
—Vale. Muchas gracias. Que tenga una buena tarde.
—Gracias, señor Ardelean. Igualmente.
En la recepción me atendió un chico que apenas parecía haber terminado el grado de enfermería y que se quedó unos segundos más de la cuenta mirando mis brazos.
Carraspeé y le pedí lo que me había comentado la enfermera. El chico se recompuso, tecleó varios datos en el ordenador e imprimió la factura.
—Serán 69,85€. ¿Con tarjeta o efectivo?
—Con tarjeta, por favor.
¡Joder! Siempre había agradecido que en este país hubiera una sanidad pública, y maldecía una vez más que me hubieran negado la intervención por esa vía. Por suerte, me podía permitir pagarla.
—Respecto a la cita... ¿Le viene bien el jueves, día 12 de mayo, a la misma hora que hoy?
Asentí. El chico grapó el recibo del pago a la factura, la plegó en tres y la introdujo en un sobre con el logo de la clínica. Escribió en un papel la cita y la metió dentro también.
—Aquí tiene —me dedicó una sonrisa tímida.
—Gracias. Hasta el jueves —le dediqué un guiño y una sonrisa pícara.
De vuelta paré en una tienda de noodles, así que entre unas cosas y otras llegué a mi apartamento sobre las nueve. Vi que en el móvil tenía varios mensajes pendientes de Angy, pero prefería abrirlos más tarde y contestarle como era debido que dejarle en visto.
Pillé un tenedor, la bolsa con mi cena y encendí el ordenador del despacho. Justo en ese instante me saltó la notificación de Skype.
—¡Hey, Liam! —saludé a la cámara—. ¿Qué tal todo?
Hacía casi un mes que no hablábamos, así que cuando mi hermano me propuso hacer una videollamada no dudé dos veces en confirmárselo.
—Estresado con el TFG —suspiró.
Liam tenía el pelo rubio largo y revuelto, la piel cetrina por la falta de sol y ojeras violáceas bajo los ojos del color del mar.
—¿Los pulpos no se portan bien? —le piqué mientras abría con cuidado la bandeja de aluminio; aún estaba tan caliente que despedía vapor.
—Los pulpos se han portado muy bien. Ahora me toca ponerme a escribir como un loco para llegar a tiempo a la fecha de depósito.
—¿Que es...?
—El dieciséis de junio.
—¡Pero si tienes un montón de tiempo!
Resopló mientras negaba con la cabeza.
—También tengo mil entregas de otras asignaturas y este mes ya empiezo con los exámenes finales. ¡Ojalá tener ocho brazos!
—Liam, te irá bien —intenté tranquilizarlo—. ¿Has cenado?
—No, estaba esperando a cenar contigo. —Vi cómo desaparecía momentáneamente de la pantalla para volver con un plato—. Mi compi de piso ha preparado paella. ¿Tú qué estás cenando?
Noodles con pollo.
—¿La versión de siempre?
—Mi favorita —asentí.
Aparte de los noodles y el pollo, la receta incluía brotes de soja, lima, cacahuetes tostados y salsa misteriosa de la casa. Pinché la lima con el tenedor para rociar los noodles e intenté mezclar lo mejor posible todos los ingredientes.
—¿Tú qué tal el trabajo? —me preguntó.
—Como siempre —me encogí de hombros—. Hoy me sacaron sangre para las analíticas, por cierto. La semana que viene el médico me confirmará cuándo me pueden hacer la intervención. Quizás en verano... No quiero hacerme ilusiones, ya sabes.
—Guay. ¿Y qué tal lo demás?
Tragué el primer bocado. El sabor era puro umami, y sin poder evitarlo me vino a la cabeza el sabor de Angy.
—¿Lo demás? —repetí, extrañado.
—Sí. Lo demás. Tu tiempo libre... Tus salidas...
—Has hablado con Gina, ¿verdad?
Liam no pudo contenerse más.
—¿Por qué no me has contado que estás saliendo con una chica?
—¡Maldita Gina! No sabe mantener la bocaza cerrada... Además, Angy y yo aún no estamos saliendo.
—Sólo tenéis citas y folláis —concluyó, con ese tono de voz que daba la impresión de que me estaba juzgando—. Pero te gustaría consolidar vuestra relación, ¿no?
—¡Claro que sí! Angy es...
Me di cuenta de que describirla con palabras como “inteligente”, “hermosa”, “interesante”, “buena” o “adorable” era tirar por la vía fácil. Lo difícil era intentar transmitir su esencia, sus gestos más característicos y personales, como cuando bailaba en Skeleton moon con los ojos cerrados y los brazos alzados, cuando lamía el borde de la taza de café después de dar un sorbo o cuando le aparecía un brillo especial en los ojos al hablar de estadísticas.
—Estás enamorado de ella.
En este punto de la historia, ¿qué sentido tendría negarlo?
—Sí. Me estoy enamorando de ella, cada día más.
—¡Ja! Cuando salías con Sophie yo era demasiado pequeño para darme cuenta de los indicios. Pero con Joel sí que me acuerdo y ahora mismo has puesto la misma cara de bobo enamorado que entonces.
—Me alegro de ser consistente. Ahora sólo hace falta que ella sienta lo mismo por mí.
—¿Acaso tú no eres el de “la comunicación es lo más importante”? —me hizo la burla mientras cogía entre los dedos las cáscaras de un mejillón, y las abría y cerraba imitando el movimiento de una boca.
—¿Eso os lo enseñan en la carrera?
Nos echamos a reír, y por un momento sentí que Liam estaba justo a mi lado y no a cientos de kilómetros de distancia.
—¿Y tú qué? ¿Te interesa alguien?
—Mi único amor es el mar. —Sonrió. Desde hace años sospechaba que era asexual y probablemente arromántico, y al preguntarle no pretendía presionarle, simplemente me hacía gracia su respuesta, como si realmente estuviera enamorado del mar—. Pero sí que me interesa saber más de Angy. ¡Cuéntame todos los detalles, va!
Liam estaba tan entusiasmado por escuchar como yo por hablar. Así que mientras devoraba aquella deliciosa cena le conté todas nuestras citas, eso sí, guardándome los detalles más indecentes para mí.
 
 
Terminamos la videollamada a las once y media. Liam me hizo prometer que le contase todas las novedades con Angy próximamente, y yo le deseé mucha suerte con sus estudios.
Me dirigí a la cocina y limpié la bandeja de aluminio junto con el tenedor. Luego la guardé en el armarito junto a otras semejantes; solía reutilizarlas para preparar elaboraciones caseras, como asados o postres. A raíz de eso me vino a la cabeza la idea de estudiar cocina y dar un giro de 180º a mi vida. ¿Sería capaz de estudiar otro Grado Medio a estas alturas?
Recordaba perfectamente cómo había sido trabajar y estudiar al mismo tiempo el Grado Medio de Técnico en Obras de Interior, Decoración y Rehabilitación. ¡Había sido mucho más agotador que con la FP Básica! Pero al final el esfuerzo había merecido la pena y el título me había abierto más opciones de trabajo; de hecho, gracias a esos estudios, cuando compré el apartamento pude reformarlo por mi cuenta con un par de colegas.
Inmerso en mis propios pensamientos, me lavé los dientes y me dirigí a mi cuarto para ponerme el pijama. Justo cuando fui a apagar la luz de la mesilla y vi el móvil sobre ella, me acordé de que tenía mensajes pendientes de Angy. Para mi sorpresa, me encontré con varias fotografías y un audio.
Todas las fotografías estaban tomadas dentro de la bañera, pero desde distintos ángulos.
En la primera, Angy había apuntado hacia sus piernas que emergían del agua, la cual estaba teñida de un tono violáceo oscuro; sus pies estaban apoyados justo debajo del grifo, con las uñas pintadas de negro contrastando contra la porcelana.
En la segunda, se había hecho un selfi, mostrando una de esas mascarillas faciales que se pegaban a la piel; sus pestañas negras, larguísimas, sobresalían entre los pliegues de papel mojado, así como su septum, y sus labios sonrosados esbozaban una sonrisa plácida e inocente.
En la última fotografía, Angy había vuelto a apuntar hacia abajo, de manera que la foto enmarcaba su figura desde su cuello hasta sus muslos. Por encima del agua se veían sus pechos, grandes y redondeados; sus pezones apenas sobresalían de las aureolas, como si no estuvieran erectos, y se percibían tenuemente las estrías blanquecinas a su alrededor. El piercing de su ombligo era una lágrima brillante, y entre su vientre y sus muslos cerrados el agua había formado un pequeño lago triangular, ocultando su sexo; en su orilla se leía el tatuaje de Goth Girl. En la mano que tenía libre sostenía un Satisfyer de color rosa pálido.
El audio duraba siete minutos y treinta y dos segundos.
Angy se corrió gimiendo mi nombre.
Yo conseguí correrme un segundo más tarde, pronunciando el de ella.